Y así quedaron las cosas. Mientras Frida, se encargaba que el personal de limpieza dejara como nueva la sala de reuniones Danielle, se puso manos a la obra con el informe de la junta. Necesitaba tenerlo listo antes que el señor Allen, regresara de su almuerzo. Era bastante estricto con los horarios y las prioridades, cuando daba una orden esta debía ser cumplida en ese mismo instante, él, era la prioridad. Era el jefe, y el mensaje estaba claro, si no estaba contento entonces nadie podía estarlo. Y ya todos iban conociendo su maldito genio de los diez mil demonios.A las 2:30 de la tarde en punto Nicholas, salió del ascensor en el piso 16, su piso. Escrutó todo el lugar (como de costumbre) asegurándose que estuviese inmaculadamente limpio, con su ojo de halcón se acercó hasta el escritorio de su secretaria, con la intención de solo echar un vistazo, pero en su lugar se encontró con un desastre, desorden reinaba en el puesto de trabajo de Frida. Lápices mordidos, artículos infantiles, botellas de agua vacía, un cargador de celular conectado al interruptor sin ser utilizado y lo peor, medio sándwich a mitad de comer junto al teclado.
Absolutamente asqueado retrocedió unos pasos ¿Qué clase de chiquero era aquello? ¿Así era como su secretaria recibía a la gente? No podía dejar de negar con la cabeza ¿cómo no lo notó antes? Qué vergüenza que sus clientes tuviesen que ver aquello...
Y entonces apareció Frida, caminaba tranquilamente con su esbelta figura y su modelito de falda corta y una blusa blanca transparente que dejaba ver detalles de su sujetador algo absolutamente innecesario para una oficina.
-Buenas tardes, señor Allen ¿puedo hacer algo por usted? –saludó con una media sonrisa forzada, le aterraba su presencia
-Esta no es la sala de su casa, mire este desastre -señaló el escritorio con disgusto.
-Estaba por terminar mi almuerzo –explicó ignorando su indignación.
-¿Almorzando en su puesto de trabajo? ¿He escuchado bien?
-Ssí, es que... -de pronto recordó las reglas y no supo que decir.
-La quiero en mi despacho en DOS MINUTOS
-Cla..claro...
-Y mañana no se moleste en venir si su vestuario no es el adecuado –señala la blusa ocultando su mueca de desaprobación.
-¿Qué tiene de malo mi ropa? –preguntó ofendida, defendiendo su buen gusto para vestir hasta la muerte.
-Mi oficina en DOS MINUTOSHecho una furia por el descaro de Frida, se alejó por el pasillo a toda marcha en dirección al escritorio de Danielle, con toda la intención de continuar con su enojo y buscar algo para llamarle la atención a su asistente, pero ella se encontraba muy concentrada haciendo su trabajo, tanto que ni siquiera lo notó. Estaba al teléfono llamando a cada contacto en la agenda para confirmar los datos que ya tenía.
Bien.
Eso era lo que quería de todos sus trabajadores. Disciplina.
Tomando una profunda respiración para calmarse se dirigió a su despacho. Necesitaba su orden, así que en cuanto estuvo en el interior desabrochó los botones de su chaqueta mientras se acercaba a su escritorio y tomaba asiento en su cómoda butaca reclinable. Pulsó una tecla de su teclado inalámbrico para que la pantalla de su computador cobrara vida. Detestaba el desorden y que el personal se sintiera con el derecho a hacer lo que le diera la gana, estaba ofuscado y con ganas de responsabilizar a alguien.
Cuando Frida, llegó al despacho ya estaba más calmado pero igual de disgustado, con ese ceño fruncido y su perfecto rostro recogido por el enojo, y esa mandíbula cuadrada perfectamente rasurada con esos labios carnosos en una temible línea recta. Observó sus torpes movimientos intentando parecer calmada, se desplazó hasta estar frente al escritorio, nerviosa e incómoda frente la mirada llena de reproches de su jefe.
-Así que no tiene problemas para ver la hora después de todo –comentó Nicholas, con sarcasmo al ver que no tardó más que los dos minutos que le dio para presentarse al despacho.
-No me sentía bien esta mañana señor, le pedí a Danielle, que...
-¡Silencio! No le he dado autorización para hablar –alzó la voz intimidante
-Lo siento –murmuró mirando sus manos nerviosa.
-¿Se da cuenta del chiquero que está hecho su escritorio?
-Ya tiré el sándwich –informó como si con eso se solucionara todo.
-Tiene basura, lápices mordisqueados, todo revuelto, si tiene un hijo es asunto suyo, no quiero ver nada que no sea de la empresa sobre su puesto de trabajo ¿estoy siendo claro? –siseó con los dientes apretados
-Pero... ¿por qué? Yo trabajo allí –protestó descaradamente, como si tuviese derecho a hacerlo
-¿Cuál es su trabajo?
-Secretaria –soltó con altanería.
-¿De quién es secretaria?
-De usted, señor Allen –respondió con el mentón en alto.
-¿Y quién soy yo?
-El jefe –gruñe negándose a aceptar su error
-El jefe, la cara visible de la empresa, es decir que cuando grandes empresarios o clientes importantes vienen a verme lo primero que ven es ¿a quién, señorita Thomas?
-...su secretaria –murmura ruborizada, comprendiendo el motivo de su enojo.
-¡Mi secretaria! Por lo tanto no quiero volver a ver nada que tenga ojos sobre su lugar de trabajo, y tire esos lápices mordisqueados, y lo de comer sobre el teclado..., es inaceptable.
-Lo siento señor, lo tiraré todo.
-Sí, claro que lo hará
ESTÁS LEYENDO
Porque YO lo digo
RomanceÉl es Nicholas Allen, el denominado demonio al mando. Ninguna asistente consigue superar el mes. Ninguna lo soporta. Desfilan como si de una pasarela se tratara. Y lo intentó con varones, pero resultó un completo desastre. Hasta que ella llegó. Dan...