En el regreso a casa, sorpresa en el baile

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-¿Y tú qué haces aquí? –Cuestionó Dorothy, extrañada, pero no parecía molesta con la intromisión. -¿Quatre ha huido de su responsabilidad?

-De hecho, eso parece. –Duo tampoco se miraba molesto con el asunto.

-¿Es en serio? –Dijo Relena, genuinamente preocupada.

-Bueno, sí. –Heero se miraba levemente consternado. –No lo encontramos por ningún lado, tenemos la sospecha que se escabulló por algún ducto de ventilación, por debajo del suelo, por algún pasillo descuidado...

-O se tiró por la borda. –Susurró Wufei. –Yo lo haría.

-¡Oh, no! –Se alarmó la chica.

-Bueno, ya qué. –Resolvió Dorothy. –Ya aparecerá cuando tenga hambre, no se preocupe señorita Relena... ahora vayamos a divertirnos un rato sin preocupaciones. –Y sujetó al arisco Duo por el brazo, acercándolo a ella.

Las chicas asintieron, y se dispusieron a ir al dichoso baile.

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-¡Qué lindo! –Dijo la inocente Hilde, asombrada.

Era un enorme salón, tan elegante como una catedral antigua; había una enorme pista de baile cuyo suelo era transparente, mirándose el azulado mar (no pregunten cómo), que era rodeada de de mesas redondas y grandes, donde meseros-esclavos acomodaban a los recién llegados; al fondo se miraba una enorme orquesta con sus respectivos músicos, elegantemente ataviados. Las chicas se sintieron como princesas de un cuento de hadas, y los chicos como uno de los meseros mal pagados que allí atendían.

-¿Nombre? –Cuestionó un mesero-esclavo con algo de timidez, al mirar la cantidad de muchachos elegantes frente a él.

Relena miró a Heero, y él pudo leer en su rostro que no quería dar su nombre al sujeto por todo aquello que podía acarrearle (la exclusividad, claro está); Heero, sintiéndose por primera vez semi influyente entre los elegantes, aunque no por ello dejara de sentirse incómodo por el hecho de que había tantas miradas encima suyo, soltó tremenda babosada con toda la elegancia del mundo.

-Quatre Raberba Winner.

La chica negó con la cabeza, suspirando decepcionada, mientras los muchachos eran conducidos por el mesero-esclavo hacia la mejor mesa de todas, con manteles de seda blanca purísima bordados con hilos de oro, además de un hermoso arreglo floral lleno de rosas y azucenas; los asientos estaban exquisitamente acojinados, y eran tan cómodos que fácilmente podrían quedarse dormidos.

-Cuanta elegancia. –Dijo Duo, feliz de que, al tomar asiento, se librara del estrujante brazo de la rubia Dorothy.

-Acostúmbrate, eso pasa cuando está la señorita Relena y Quatre en algún lugar. –Contestó Dorothy, entre risitas, que superaba en estatura a Duo por casi 10 centímetros debido a los tacones.

Relena jaló a Heero hacia la pista antes de que pudiese tomar asiento.

La tranquila fiesta pasó sin mayor cosa que un mesero-esclavo cayéndose al suelo con una bandeja de finísimos platos y vasos, lo que provocó que lo expulsaran del barco y fuese en una lanchita minúscula en el agua, atada a la popa del barco; Relena y Heero se la vivieron en la pista, la primera fascinada y el segundo mareado (pero gustoso de hacer feliz a la chica). Wufei y Hilde conversaban animadamente, con leves interrupciones no tan amargas por parte de Dorothy, que ya se había enfadado de marear a Duo en la pista.

Duo, estresado de haber tenido que bailar tan de cerca con la rubia loca, salió del salón de baile a toda prisa, mareado por la loción de Dorothy, y se recargó en aquél barandal que evitaba que la gente se cayera como idiota fuera del barco. Aspiró tranquilamente el aire fresco y marino, asqueándose aun más al recordar los días que pasaron en esa isla de...

AtrapadosWhere stories live. Discover now