1 Ellos dos

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– ¿He muerto o en verdad estoy viendo lo que veo? –Preguntó Jossó sin especificar si hablaba consigo mismo o con Ynez. Al escaparsele esas palabras húmedas, sus labios agrietados recuperaron la vitalidad. Con esfuerzo evitó que sus ojos cedieran ante la intensa luz.

Los hermanos, hundidos en la noche perpetua de las entrañas de una vieja y mohosa cueva, se sorprendieron por la señal luminosa que por años habían esperado. Jossó ya había perdido la cuenta del tiempo que tenían sentados y abrazados de sus piernas, mientras que Ynez, seguía conservando en su bolsillo una vieja nota, y en su pecho un corazón que bailaba al ritmo de una rancia esperanza. Sus ojos habían permanecido abiertos desde el inicio, tan inamovibles como los continentes, hasta que una poderosa luz barrió las sombras y lastimó sus retinas. Aquella luminosidad provenía de un espejo olvidado en un rincón.

–Pues si no es real –la lenta y silbante voz de Ynez se escurrió entre sus dientes. Los hermanos sacudieron sus cabelleras empolvadas con una lenta obediencia de sus manos, cubriendo su aura con una nubecilla de polvo–, yo también morí, aunque no creo –hizo una pausa mientras se levantaba y sus articulaciones crujían como cascarones de huevo–, dudo que sea la muerte este dolor que siento por estar en pie de nuevo.

Su hermano la imitó y en seguida se encontró en la misma situación desvencijada. Debido al tiempo que tenían sentados en el suelo duro, sus cuerpos no reaccionaron tan rápido como hubieran deseado. No obstante, sus mentes y corazones respondieron de inmediato; el anhelo de cobrar venganza continuaba viviendo latente dentro de ellos.

Ynez, cubrió su rostro con sus manos temblorosas, no sabía si llorar o reír. Su hermano Jossó se alejó de ella, necesitaba encontrar eso que le daba sentido a su espera, que hasta hace unos momentos parecía condenada a una eterna monotonía. Un libro y una promesa era lo único que necesitaban para recuperar todo eso que les arrebataron con dolo y lujo de violencia.

Tan lejano y ajeno parecía el lluvioso día en que Jossó se despidió de los otros y comenzó con su guardia junto a su hermana, en ese marginado escondrijo, que poco recordaba el canto lamentoso del agua al caer. Si aquella imborrable escena parecía difusa, menos lograba recordar dónde había dejado ese preciado libro.

La Flor de SynárahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora