7 Sorpresa

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Una nueva ola de golpes hizo que Mateo desprendiera su mirada de los libros. Aunque seguía asustado, le reconfortaba que Los cuentos de Bautta no tuviera nada que ver. Caminó sigiloso a la ventana y deslizó la cortina. Se estremeció de nuevo, pero sus ansias bajaron al saber que los golpes los provocaba Sebastián. Después de acomodar el moño se dirigió a la puerta.

El gemelo continuaba con su violento llamado.

–Hola, pasa.

–No.

El saludo y el rostro de Mateo se desmoronaron al ver el velo de sombras en la cara de su amigo y las entrañas se le torcieron, el nerviosismo se apoderó de él al escuchar al gemelo tan corto de aliento.

Algunos minutos antes; alguien tocó a la puerta y los hermanos ignoraron el llamado; su pelea virtual era más importante. Sebastián usó su técnica secreta y ganó una batalla más; Esteban molesto, tuvo que abrir como castigo. Pero antes, se asomó por la ventana y una ola de sudor frío lo empapó.

–La señora María –gritó Esteban e hizo ademanes. Sebastián no los supo interpretar y mejor se lanzó al suelo. El gemelo joven corrió y se adelantó a su madre–, yo abro Má –Abril, con el fastidio brotándole como agua de manantial por el rostro, volvió a su trabajo–. Buen día señora María –saludó Esteban con su cortesía natural.

–Hola Esteban –respondió ella sonriente–, ¿podrías decirle a Mateo que vine?

–No está... n –sin pensar algo mejor, agregó–, él y mi hermano fueron a la tienda –sus manos bailaban como sismos sumisos–, si quiere cuando regresen le digo que vaya a verla.

–Es que la fiesta sorpresa –María, creyéndole, habló en voz baja y miró alrededor para no revelar la sorpresa por si su nieto llegaba–, ya está lista.

–Ah –en la mente de Esteban se ensamblaron apresuradas las ideas–, no se apure. Yo la acompaño a la iglesia y le dejo una nota secreta a mi hermano que diga que nos alcancen allá sin decir nada.

María, cambiando de parecer, se fumó la extrañeza. Aquel pequeño, al igual que Mateo, no era muy bueno mintiendo. No obstante, siguió con el plan de Esteban quien entró a la casa para dejar la nota.

–Voy con ella a la iglesia –Sebastián escuchó atento a su hermano–, tú corre y busca a Mateo. Acuérdate que iba al súper.

–Ta bien, te vemos en la iglesia.

–Ya nos vamos. Adiós Má –Esteban tomó una bolsa de plástico, salió de casa y se despidió aprisa–, volvemos más tarde.

Sebastián espió desde las cortinas. En cuanto María y Esteban desaparecieron de su vista, también salió. Aun con la premura con que un pie intentaba estar delante del otro, el gemelo mayor hacía pausas antes de cruzar de acera. Poco después llegó al súper, bueno casi.

En el estacionamiento Sebastián se detuvo. Habían pasado horas desde que Mateo estuvo en su casa así que entrar al súper ya no era opción. Un enorme anuncio amarillo lo hizo desempañar su intuición; el gemelo conocía las extrañas costumbres de su amigo, así que dedujo que Mateo no resistió la tentación de visitar la librería. Y él también caminó hacia allá.

–Disculpe señor, estoy buscando, a –Sebastián entró ruidoso en la tienda y se dirigió a un hombre que luchaba contra un reloj de bolsillo; las frases salían a pedazos– un amigo mío, es como de mi vuelo, pero más bajito –cerró los ojos y respiró hondo; pronto continuó–. Anda vestido formal. Con suéter de cuadritos, sin mangas. Es moreno claro. Pelo chino. Vino solo y de seguro traía bolsas de mandado. ¿Lo habrá visto?

La Flor de SynárahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora