20 Cautiverio

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Abrigados por los frescos bostezos del nuevo sol, abandonaron la alfombra verdosa y el suelo que pisaban ahora era cenagoso; lucía como una recién concluida lluvia veraniega. Los árboles que se aferraban al suelo a su alrededor no eran de hojas muy altas, Mateo montado en su amigo podía tocarlas alzando levemente su mano. Los viajeros no tardaron en pescar un peculiar sonido. El poderoso choque de un potente chorro de agua contra el cuerpo vibrante de un estanque, así como la espesa espuma que se reventaba exaltada; aquello les anticipó la enorme y cristalina cascada.

El equino se encontró con un robusto río y le entregó sus pasos para seguirlo a contracorriente. Detrás de la densa vegetación que flanqueaba la zona encontraron la catarata. El agua de zafiro que caía llenaba de una suave brisa el entorno. Las perlitas de rocío suspendidas cortaban los hilos de luz obsequiados por el sol sembrando un delicado sendero de colores que relucía fantasmal en el viento. El agua escanciada nutría el estanque de piel aguamarina con corona de rocas lamosas; éste contenedor se unía mediante venas de madera a un pequeño río que había sido modificado para aprovechar el jugo cristalino de vida.

Entre las burbujas de la espuma que se agolpaban a los pies de la cascada se imprimió un reluciente ojo con cuernos. El paradisíaco lugar los invitó a disfrutar de un sereno reposo; pero antes, Mateo hurgó entre sus pertenencias, sacó el frasco y lo abrió para continuar con la receta. Al hacerlo, de algún lugar secreto y no muy lejano, provino el potente y armónico trinar de un ave.

–Es un ruiseñor –dijo Älva mientras sonreía y subía a la cabeza de Mentor–, dice que las semillas son frescas y que huelen muy bien.

– ¿Puedes entender lo que dicen las aves Älva? –Preguntó Mateo.

–Sí. Sé un poco de Trino, aunque soy terrible con la pronunciación. La mayoría de las veces no hablan, sólo vocalizan. Ese gorgoreo es claramente de un ruiseñor.

Nadie lo mencionó, pero los tres viajeros quisieron creer en una visita espontánea de la casualidad, aunque un pensamiento aparcó en el puerto de las conciencias de los heraldos de Ovigaru y entendieron que no era una mera coincidencia. El ambiente se inundó de un pobre silencio y Älva silbó melódica para agradecerle el recital. Rápidamente, el ruiseñor roció sus notas en el viento y el concierto hipnotizó a los viajeros. Mateo nunca había escuchado un trino tan vivo y alegre. El ave se detuvo de nuevo y la audiencia aguardó a que reiniciara otra copla, pero ésta nunca llegó. El extenso mutismo les hizo recordar la receta; ya habían pasado los dos cantos, así que era momento de continuar con la misión que El Mateo debía cumplir.

Mateo liberó las pequeñas rocas de mar del duro empaque de papel amate y de una bolsita de tela azul. Älva le recordó el modo correcto de disolver el nuevo ingrediente, usó sus manos para grabar en el viento un ocho. Mateo vertió los nuevos componentes y con la botella dibujó suavemente dos óvalos. La receta no lo mencionaba, pero del frasco emanó un dulce aroma nada empalagoso, que embriagó y relajó a los tres viajeros.

El cíclico vaivén carcomió la piel de las rocas y poco a poco las volvió parte de la pócima. Luego de que la última se desintegró totalmente, Mateo, amenizado con una respiración que silbaba en su nariz y raspaba en su garganta, tomó el corcho y cerró el recipiente de cristal aceitunado con fuerza, lo envolvió con el papel y el manto y lo llevó de regreso a su acogedor rincón en el universo. La siguiente instrucción de la receta se atisbaba en la mente de los viajeros.

De pronto la canción que entonaba la cascada resonó más, el viento se escurría entre las hojas de los árboles con acentos sopranos y las aves corearon la melodía que incitó a los viajeros a un descanso. Un nuevo camino los esperaba pero ellos no deseaban abandonar los dominios de la cascada. Mateo y Älva se sentaron sobre una de las rocas que vadeaban el lago, Mentor brincó como caballo y cayó como morsa dentro del estanque; la única sorpresa que emanó después de aquello fue el lánguido maremoto que cayó sobre sus amigos. Älva huyó y se resguardó en el chaleco de Mateo; no le agradaba la idea de quedar empapada.

La Flor de SynárahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora