27 Un guía, una travesía parte 2

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Con un ánimo tan débil como sus cuerpos y unas piernas tan inútiles como un barco en el desierto, los viajeros esperaban con una fe ardiente que la puerta ardiera y sucumbiera en cualquier momento. No obstante, de pronto el ojo con cuernos centelló en los maderos reconstruidos.

La Marca les devolvió el aliento, ahora tenían la seguridad de que los igni ya no podrían perseguirlos; un silencio amargo los inundó y una candidez brillante impregnó los cristales de sus miradas. Pero Ovigaru no podía quedarse para siempre, así que se desdibujó y en aquel nuevo lugar sombrío, el aire corrió fresco y abundante. Los viajeros intentaron levantarse, pero una tercera ocasión les bastó para dejar de hacerlo y mejor se tiraron al suelo; por ahora la única opción era descansar hasta que sus cuerpos recuperaran la vitalidad.

Varias articulaciones tronadas y músculos estirados después, decidieron que era momento de continuar. Una estrecha hendidura en el recoveco donde estaban los llevó a un túnel tétrico y ascendente, iluminado por escuetas lámparas de petróleo engarzadas en las paredes de la cueva. Los viajeros avanzaron con lentitud, un tanto a causa de su cansancio físico y otro tanto por el hastío que causa el último tramo de los viajes, ese que hace que todo parezca más lento y lejano a pesar de estar tan cerca de la meta.

–Suban.

–No –respondió Mateo a Mentor–, más bien tú deberías subirte. Ándale.

El evocatto aún sentía débiles sus piernas, así que no se resistió e ingresó a la mochila junto al hada. El ascenso no tenía una pendiente pronunciada, así que no fue tan complicado avanzar. Luego de una caminata de media hora, un centelleo anunció la salida del túnel. Pero cuando llegaron a la fuente de la luz descubrieron que no era una salida; era un brillante muro de cristal verde que obstruía el camino.

– ¿Recuerdas cómo escapaste de la cueva? –Tepec miró a Mateo. El joven cerró los ojos y sonrió–. Ya casi acabamos.

–Parece jade –dijo Älva mientras subía al hombro de Mateo y Mentor se convertía en caballo de nueva cuenta; ambos salieron a mirar la nueva prueba.

–Es jade –dijo Tepec con la frialdad de siempe.

Mateo se posó frente al muro, alzó sus brazos, recargó las palmas en el frío cristal y luego de que una respiración suave le aclarara la mente, susurró la frase que le había sido útil tantas veces.

–Porque ni las paredes pueden detenerme.

–Súbete –dijo seco el evocatto–, no te atrevas a decirme que no.

La frialdad de los ojos violeta de Mentor se incrustó en todo el cuerpo de Mateo. El joven de ojos caoba dio un trago seco de saliva, ayudó al alux a montarse y enseguida lo hizo él. Mentor caminó con calma adentrándose en la solidez del muro de jade; siete eternos y breves pasos le tomó cruzar la gruesa pared. Del otro lado el evocatto se detuvo, el salón donde habían ingresado era enorme y sombrío. Frente a ellos había una larga y pronunciada escalinata que los heraldos contemplaron silenciosos.

–No sé ustedes amigos –dijo el pequeño mientras le alaciaba la crin a su amigo y el jamelgo empezaba a moverse–, pero la verdad yo ya estoy harto de tantas escaleras.

Los cuatro sonrieron y la cadencia de sus risas sinceras rompió el abrumador silencio de la gran caverna, replicándose y difundiéndose por el eco que allí vivía. Mateo y Tepec abandonaron el lomo del caballo. La amplia escalera estaba tallada en una brillante roca gris, y era flanqueada por una barandilla y un par de antorchas.

Mientras más ascendían, más se sentía una vibración en la firme roca, el cual se acompañaba de un crujido constante. Nadie puso ni una pizca de interés en los setenta y ocho escalones que los llevaron a la cima, todos se enfocaron en el ligero dolor que les vibraba en los muslos. Además, su atención quedó atrapada por lo que encontraron allá arriba: una gran plataforma circular que giraba.

La Flor de SynárahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora