Las sombras se aclararon con sutileza y Mateo tragó un delgado sorbo de conciencia. Decidió no despertar del todo y mantenerse dormido ya que en su sueño revivía aquel último instante antes de perder el control de su cuerpo.
Los velos brumosos desteñían las siluetas de los árboles y los sonidos se respiraban densos. De pronto una sombra ya no le pareció un árbol, ni un arbusto ni un tronco. Invirtiendo una dosis alta de concentración notó que los contornos eran niños que danzaban ocultos bajo capas brunas. Algo en todo aquello lo intranquilizó.
Adentrándose más en sus recuerdos, le estalló una taquicardia; uno de esos pequeños se le acercó tanto con su cerbatana lista para el ataque que casi pudo palpar la falta de inocencia y pulcritud que le corrugaban la piel del rostro. Un par de ojos sin la luz de la infancia se entrecruzaron con los de Mateo, de inmediato se enrojecieron y el entorno se hundió en un mar azabache. Todo desapareció. La noche, el bosque, los niños que no eran niños, sus amigos e incluso su propio cuerpo; en ese momento sólo existieron la mente de Mateo y aquellos ojos grana.
No supo en que momento un tono ámbar desplazó al bermellón, pero en realidad esos ojos eran amarillos. Quizá siempre lo fueron, no pudo saberlo. La mirada no parpadeó nunca, las pupilas irradiaban un brillo cegador y una incomodidad aberrante. Mateo se sentía acribillado, hasta que luego de un suspiro, una vez más los ojos amarillos lo habían separado de su letargo.
El joven evocador estiró un poco sus músculos y luego se acurrucó en la cobija que lo cubría. En menos de un segundo pegó un brinco y arrojó la frazada. Jamás en su vida había dejado una cama así de rápido. Su corazón se impacientó, cada latido era un intento desesperado de escaparse por la garganta o las orejas, quien se lo permitiera primero. Mateo recordó que al desmayarse no tenía ni cobija ni cama. También le hacía falta la presencia de sus amigos en esa humilde y húmeda habitación. El evocador se empeñó en respirar con calma, la pieza le era totalmente ajena; las paredes rústicas estaban formadas de maderos y roca. Una lámpara en la mesa de centro era la única fuente de luz. El suelo quejumbroso bajo sus pies era de madera vieja y dura.
Inconsciente había viajado desde alguna parte del bosque hasta una casa en quién sabe dónde; y quedándose allí parado no averiguaría cómo lo logró; apurado se colocó el calzado y salió sigiloso de la habitación. Supuso que todavía se encontraba en los dominios del bosque, ya que en cuanto cruzó la puerta se adentró en un tapete de neblina que le acarició la pantorrilla. Todo el triste lugar estaba invadido por un penetrante perfume de humedad y olvido. Había ramas delgadas que se aferraban a las paredes y al techo. La luz escasa se empobrecía por los pasillos asimétricos.
Mateo puso en práctica las habilidades de espía que aprendió en algunas películas; caminó cauteloso mas no lento y siempre escudriñando su entorno con el caoba encendido de sus ojos. Aunque no sirvió de nada. Al girar en una esquina chocó con un pequeño que le llegaba al ombligo. Ninguno vio venir al otro; el impacto los lanzó de sentón al suelo. Cruzaron sus miradas, pero quedaron atónitos y en silencio.
El corazón del evocador deseó escaparse de nuevo, aquel instante parecía tan corto y eterno a la vez que la paradoja le secaba el juicio. Mateo descartó de inmediato la idea de haberse topado con un niño. La piel de aquel rosto estaba seca y delineada por pequeñas arrugas y abultados pliegues. Al instante revivió con una nitidez abrumadora los detalles de su sueño más reciente. El miedo que sentía aumentó y se desbordó de pronto. Su pesimismo creció y por un instante probo el amargo zumo de la derrota.
El anciano niño enano rompió primero una vasija al caer y luego la quietud del momento extendiendo su brazo derecho para alcanzar a Mateo. El miedo primero paralizó al evocador y después lo ahogó en adrenalina. Mateo se incorporó ágil y logró evadirlo. Sin esperar un nuevo intento de captura, vomitó el pesimismo, trastabilló un poco, miró a todos lados y huyó como loco por otro pasillo. Aunque no tuviera idea de a dónde se dirigía.
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La Flor de Synárah
FantasiQuizá para Mateo no era mucha la historia que había detrás de su corta vida; sin embargo, sí era mucha la que lo acompañaba en ese mundo mágico que descubrió con algunos obsequios de cumpleaños y un espejo, que con su reflejo lo llevó a un lugar lla...