–Tú sigue Abue, yo veo quién es.
María dudó al principio, pero aquel combate lo ganó la confianza que tenía en su nieto y siguió hacia su recamara. El cumpleañero se acercó a la puerta.
– ¿Quién es? –Interrogó a los dueños de aquellas sombras.
–No sé.
–Adivina.
Una sonrisa destensó el rostro de Mateo al identificar las voces: los padres de su padre. Esta vez no había sido una llamada como cada año. Presuroso, abrió la puerta.
–Feliz cumpleaños –gritó la pareja y Mateo bailó como gelatina. El susto extrajo carcajadas por parte de los tres.
Como imanes atraídos por sus cargas, se volvieron uno con ese abrazo. Mateo se empapó de una lluvia de besos y pellizcos en las mejillas. Quería mucho a sus abuelos, pero no los veía tanto como le gustaría; vivían muy lejos.
Y la distancia complicaba todo. El abuelo Hernán tenía prohibido manejar, debido a un problema cervical que sólo empeoraba; la abuela Susana no sabía, ni deseaba aprender a conducir; los automóviles siempre le han causado ansiedad. Los taxis eran costosos; y los dos autobuses que se necesitaban, nadie en la familia los consideraba. De ese modo, la única manera de verse era cuando Raúl, el hermano mellizo de su padre, tenía tiempo para llevarlos.
Al separarse de sus abuelos, Mateo volvió su mirada a la puerta para confirmar su sospecha. Sus tíos y primo entraban en el pórtico escoltados por la luz de aquel cándido sol dominical. El cumpleañero no tenía ningún problema con la visita de Raúl y Carmen, también los quería mucho, pero Iván era insoportable. La desbordante cara de felicidad que tenía el festejado al abrir la puerta, lucía ahora marchita sólo de ver la hipócrita sonrisa que recibía de parte del primo. Dando muestra de los buenos modales que le enseñó su abuela, sonrió y se encaminó a darles la bienvenida.
Mateo decidió que la presencia de Iván no lo incomodaría más, no ese día, así que lo abrazó. La indiferencia se sintió por igual en ambas direcciones. Los jóvenes sólo habían cumplido con el insípido protocolo. Después envolvió a sus tíos, en cuyo caso sintió ese intercambio de calidez que algunos llaman cariño.
–Qué guapo te ves hoy Mateo –exclamó Susana quitándose los lentes–, qué digo guapo, guapísimo. ¿Cómo estás hijo, y Mary?
–Muy bien. Gracias. Subió a vestirse para ir a la iglesia –respondió Mateo señalando la escalera–, usted sabe, es día de servir. Pasen.
–Me da gusto, hijo. Ay, esa mujer –canturreó la abuela paterna con su mano izquierda en la frente, imitando un saludo militar–, genio y figura.
–Toma –la rancia voz de Iván atajó los oídos de Mateo, quien lo miró frente. El visitante era tres años mayor y doce centímetros más alto.
A pesar de que sus padres eran gemelos, entre los primos no había mucha similitud. Iván era alto, robusto y pálido, mientras que Mateo a su lado se veía más moreno y delgado; aunque ya quisiera el hijo de Raúl tener la fuerza que el hijo de Saúl ocultaba en sus pequeños músculos. Lo único que medio compartían era el cabello rizado. Luego del intercambio de sonrisas huecas, el festejado recibió una caja vestida con papel y moño rojos.
–Es para ti. De parte de nosotros tres. Felicidades.
–Gracias. Pasen.
ESTÁS LEYENDO
La Flor de Synárah
FantasyQuizá para Mateo no era mucha la historia que había detrás de su corta vida; sin embargo, sí era mucha la que lo acompañaba en ese mundo mágico que descubrió con algunos obsequios de cumpleaños y un espejo, que con su reflejo lo llevó a un lugar lla...