30 La gran M

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Los viajeros se detuvieron en el umbral, los párpados se habían adherido debido a las lágrimas sin sentimiento que les brotaron. De pronto el evocatto se volvió murciélago y sus amigos cayeron con brusquedad envueltos en una nube plateada que nadie vio.

Aunque el murciélago tampoco podía abrir los ojos, no los necesitaba, la sensibilidad de su oído hilvanaba los sonidos y se los ofrecía al cerebro como imágenes. Älva se aferró al hombro del chico y él buscó a tientas la mano del alux. Mentor tomó a Mateo y avanzaron, lentos pero esperanzados; a esas alturas del viaje la seguridad en ellos mismos era tan grande que ya nada podría detenerlos tan fácilmente.

Bueno, sí hubo algo, el abrazo de la sombra de un gran árbol. También los recibió el dulce beso de una brisa primaveral. Y cómo no, si estaban en la isla Primavera. Cuando encontraron el cuerpo del árbol los heraldos se sentaron allí, estaban ansiosos por recuperar la vista, pero la paciencia fue su yelmo y el descanso su bastión.

Ninguno supo con certeza si se quedó dormido, pero un silencio anegó aquel descanso y el dolor de la larga lucha fue olvidándose tenuemente. Aunque no habían observado nada, un dulce aroma, más bien una mezcla de varios, les acribilló el olfato y delató un jardín lleno de flores. Largos minutos después la pesadez sobre sus ojos se difuminó, las lágrimas cesaron y la molesta irritación se esfumó. La visión volvió lerda y torpe, primero atestada de una monocromía sinople, pero pronto se desplegó una gama dulce y variada. Tonos que Mateo no sabría definir, mezclas curiosas y sutiles entre los doce colores que cualquier simple hombre pudiera diferenciar.

Los aromas que les dieron la bienvenida, no habían errado su intención delatora. Aquel jardín era tan grande y bello que el del viejo Nardo no podría hacerle competencia. Rosas, jazmines, claveles y geranios multicolores aparecían por todos lados; Älva mencionó gerberas, crisantemos y tulipanes; Tepec dalias, cempaxúchitl y árnica; y Mentor azáleas y azucenas, pero Mateo sólo reconoció las del día de muertos. Al centro del jardín había un camino de baldosas níveas vadeado por unas enormes margaritas que conducían a un quiosco heptagonal rodeado de nardos y girasoles.

La grama invadía todo el suelo y lo revestía de un verde intenso. Los insectos y animales pequeños que vivían allí no se inmutaron por la presencia de los viajeros. Ese sitio había sido confeccionado en una fosa profunda y bien iluminada por el radiante sol. Las rocas que formaban las paredes de aquel edén estaban forradas por enredaderas, buganvilias multicolores y cerezos. Muy dispersos, habitaban el jardín un poco más de una docena de abedules y sauces. Todo se alimentaba de un riachuelo que corría detrás de la construcción heptagonal.

Los heraldos abandonaron la sombra del abedul y tomaron el sendero hacia el quiosco. Aquel lugar estaba invadido por cientos de abejas que recolectaban animosas el néctar de las flores; y no sólo ellas, docenas de colibríes revoloteaban entre los pétalos buscando también el tesoro floral. Pequeñas mariposas competían con las flores en belleza, bailaban incansables de un lado a otro. Una sombra de pasado nubló los ojos de la pequeña hada, que seguía bien sujeta del hombro de Mateo, el jardín le recordó cuando tenía sus alas y era capaz de danzar junto a las mariposas.

– ¿Todo bien Älva? –Mateo notó la mirada ausente de Älva.

–Sí –respondió serena a la pregunta del joven. Aunque ya lo había superado, algunas veces aún anhelaba volver a volar. La damita se extirpó la tristeza con una sonrisa– sólo recordaba un poco.

Al ingresar en el quiosco el suelo de madera crujió bajo sus pies. Buscaron alguna señal, pero nada parecía indicarles el camino a seguir. Mentor se posó sobre una de las barandillas, se vistió con las pieles del zorro y empapó la madera y las flores con su polvillo plateado. Aunque nada brillaba, algo en la pared más cercana al quiosco alteraba sus instintos. Una de las lecciones aprendidas en la prueba del kidemzoograma había sido sobre confiar en sus sentidos, así que no esperó más y brincó, luego caminó hacia las enredaderas en la pared. Sus compañeros lo siguieron al verlo tan decidido.

La Flor de SynárahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora