11 La nota

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Donec invocare –la hechicera de dulce voz conjuró con la mano alzada–, Ovigaru.

Las hojas flotantes bailaron en el viento nocturno a la orden del delicado encantamiento de la danza de su mano, se reordenaron y formaron el ojo con cuernos.

–La Marca –Mentor se detuvo y miró incrédulo a Mateo–, ¿son buenos?

–No los escuches –Mateo gritó nervioso, su voz titilaba–, son magos, yo también caí en sus hechizos.

–No me cabe duda Mateo, pero no son malos –las rayas desaparecieron, se convirtió en zorro y volvió con el evocador–. La marca Ovigaru es incorruptible. Ningún siervo del mal puede invocarla.

–Entonces, ¿quiénes son? –La voz de Mateo salió furiosa–, ¿qué quieren?

El evocador ya había escapado una vez de ellos y ahora, al sentirse protegido por Mentor, los enfrentó sin miedo en esa sombría noche avanzada. La respiración del joven era errática, pero poco a poco se normalizó. Los magos se acercaron y la luz de la luna se multiplicó en sus cabellos de plata, ambos iluminaron sutilmente el oscuro claro.

–Te ofrezco una disculpa por cómo sucedieron las cosas. No era nuestra intensión asustarte –dijo la bruja gris–. Te hemos esperado por tanto tiempo, que al verte –los ojos se le cristalizaron pero un oportuno suspiro reprimió las lágrimas–, discúlpanos, no nos contuvimos.

La hechicera deslizó la mano hacia abajo y las hojas cayeron al instante.

–Quiero irme a mi casa –Mateo encubrió su miedo detrás de una falsa tranquilidad y unos brazos cruzados–, ustedes me trajeron, así que hagan que regrese.

–No Mateo por favor –el de cabellos de punta habló, el miedo y la ira de Mateo se rompieron ante el rostro abatido que tenía el hechicero. Al evocador le nació una sutil y creciente compasión por los hermanos grises–. Te hemos esperado mucho. Es más, comencemos de nuevo.

–Lo siento, en serio. Perdón, pero no sé qué hora es; debo regresar antes de que mi abuela se preocupe.

– ¿Recuerdas el reloj de arena? –Dijo la de ojos esmeralda y el del pijama asintió con la cabeza–, el tiempo retomará su curso cuando vuelvas a casa. No te preocupes, para ella no ha pasado ni siquiera un segundo. Por favor escúchanos, te necesitamos.

–Deberías escucharlos Mateo –dijo el evocatto–, no son malos.

El mago de ojos celeste tomó siete piedras del suelo, pasándolas de una mano a otra murmuró: Arcus in lucem Irena Vamivu. Enseguida las lanzó hacia los bordes entre el bosque y el claro; en cuanto acariciaron el verdoso suelo, de cada roca brotó una tenue columna de luz con uno de los colores del arcoíris. Pronto, el baldío donde estaban quedó envuelto por los siete brillos; aunque rápido se difuminaron en la espesura de la noche.

El mago habló al apagarse el hechizo. En seguida se limpió la mano en el traje de manta y después se la tendió a Mateo.

–Eso nos protegerá de intrusos. Mi nombre es Jossó. Te juro que mi intención era protegerte. Me preocupé, corrías como loco en medio de un bosque que no conoces; no quería ni asustarte ni que te lastimaras. Tlexóchitl.

Jossó chistó los dedos y una humilde flor encendida le apareció en las manos, el joven notó que era igual a la que iluminaba el fondo de la cueva. Al dejarla caer al suelo se encendió una animosa fogata que iluminó mejor aquella zona alopécica del bosque. Mateo le aceptó el saludo de mano.

–Mi nombre es Ynez –se acercó y también tendió la mano a Mateo–, Jossó es mi hermano. Míquiz tili técpal.

Luego de hacer sonar los dedos, unas bancas de roca emergieron del suelo, una frente a la otra y con el fuego entre ellas. Algo en las voces de los hechiceros era suave, cálido y dejaba una estela relajante. Ambos hermanos se sentaron en la sala de piedra y buscaron fuerza en el otro. Más de una ocasión Ynez intentó hablar pero no podía; Jossó la tomó con firmeza de las manos. Cuando el presente y el pasado hicieron conexión en su mente, respiró el perfume de la noche y comenzó.

La Flor de SynárahDonde viven las historias. Descúbrelo ahora