Durante el viaje el alux no habló mucho, era un caballero de muy pocas palabras. Los heraldos no eran unos parlanchines, pero sin duda hablaban más que él. Mateo intentó iniciar una conversación con un par de preguntas pero Tepec se limitó a mascullar un monosílabo y menear su cabeza.
–Llegamos –dijo el alux con voz áspera.
Señaló un lago cercano de fondo azulado y cuerpo cristalino. Una pared de rocas rojizas en el costado oeste era su única vecina; cuasi cubierta por enredaderas y musgo y embellecida por los dulces cabellos del nuevo sol. El agua silbaba tan melódica y su cuerpo era tan puro que Mateo y Mentor no resistieron las ganas de beberla. El evocador bajó del evocatto, ambos intentaron tomar un poco pero algo no salió como esperaban.
Mentor se bebió la frescura, tan pura como pudo imaginarla; pero Mateo no lograba capturar nada del agua, una capa invisible sobre el lago se lo impedía. Cambiaron de lugares, pero nada ocurrió, el joven seguía sin poder tocar el agua.
–No entiendo –el ceño fruncido de Mateo no pudo ocultar su confusión.
–El agua es parte del bloqueo que cuida a la gran M –dijo Tepec–. Al querer sacar el agua el hechizo lo sintió como una agresión y como Mentor sólo la bebió por eso a él no se le opuso y a ti sí.
–Entonces –intervino el hada–, ¿cómo llegaremos a la gran M?
–Tenemos que introducirnos en el agua y cruzar los siete hechizos.
–Pero cómo vamos a cruzar si no deja entrar a Mateo –masculló relinchante el evocatto, quien colocó uno de sus cascos sobre el agua y no se hundió; hizo presión pero no pudo mojar su pezuña en el lago–, ni a nadie, por cierto.
–Con mucha calma –contestó Tepec agitando sutilmente sus manos hacia arriba y hacia abajo–, no se olviden de los hechizos. Primero Mateo debe recordar el amparo de las tres madres –el joven frunció más el ceño y miró desconcertado al alux, quien le devolvió una mirada impregnada de hastío–, ¿recuerdas el complatta protetti?
Aquellos fonemas le resultaron ajenos, pero de inmediato su mente releyó un par de capítulos atrás en el libro de su memoria donde su viejo amigo, el libro mágico, le enseñó a usar el encantamiento que primero le sirvió para escapar de la cueva y luego para enfrentarse al demonio de la plaza. Mateo sonrió y pronunció la frase.
–Porque ni las paredes pueden detenerme.
–Sí, pero no esa parte. Antes. Bueno, más bien todo completo.
– ¿Antes, completo?
Tepec le respondió con un suave vaivén de su cabeza. Mateo retrocedió, su mirada difusa se perdió cada vez más hasta que acabó dirigida al suelo. El recuerdo de aquel día era tan vago y oscuro que le sabía a olvido. Un esfuerzo le abrillantó un poco la memoria y pudo ver la cueva bruna de los magos; también pudo verse junto al libro arrinconado entre una mesa y las paredes de roca mientras los colibríes de fuego revoloteaban e iluminaban el lugar. Las palabras impresas en el libro se burlaban de Mateo revistiéndose de fantasmas y sombras. Ahora, después de todo lo vivido y aprendido, aquel día lucía muy, muy lejano.
De pronto un hervor le excitó las entrañas del cuerpo y de sus memorias. Una oleada olorosa, dulce y familiar lo llenó de angustia y alegría. Algo en sus recuerdos cambió, el ojo con cuernos apareció e iluminó todo. La emoción desconocida era en realidad un júbilo que no había sentido antes. Las palabras se aclararon y el aroma hasta condensó su sabor en las pupilas, de nuevo sabía a vainilla. Al principio quiso creer que había sido un excelente ejercicio de memoria; aunque comprendió pronto que le habían obsequiado ayuda, como siempre, ayuda de la mágica; impregnada de luz, calidez y vainilla. El joven comenzó un soliloquio tranquilo y espaciado.
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La Flor de Synárah
FantasíaQuizá para Mateo no era mucha la historia que había detrás de su corta vida; sin embargo, sí era mucha la que lo acompañaba en ese mundo mágico que descubrió con algunos obsequios de cumpleaños y un espejo, que con su reflejo lo llevó a un lugar lla...