XVIII.

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Todo era tan especial. Cada mirada y respiración, cada suspirar. La manera en la que sus dedos se entrelazaban con tanta admiración y cariño, como si ambos estuviesen sosteniendo lo más delicado y hermoso del mundo.

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Donghae había decidido pasar el resto de la tarde subido en el columpio, al menos hasta que Hyuk Jae llegara por el. Ya se había bañado y cambiado con la ropa más formal que encontró, pues supuso que una exposición de arte tenía que ser más o menos elegante. No lo sabía, nunca había ido a una.

Varios pensamientos abordaban en su mente y en eso se quedaba pensando un largo rato. En cierto punto recordó que tenía que ir por su ropa al departamento en el que antes vivía. Probablemente le pediría a Hyuk Jae que lo acompañara mañana. Bueno sería si no tuviera que regresar ahí nunca. Algo dentro del él le decía que ese departamento ya había perdido cualquier rastro de su presencia. Lo más seguro era que Siwon había puesto todo el esmero posible en borrar cada pequeña evidencia de que Donghae alguna vez había vivido ahí, pese a que apenas habían pasado dos días.

Total, no había mucho que esconder en realidad. Quizás toda su ropa ya estaba metida en cajas o maletas. El resto del lugar... bueno.

Las vajillas fueron regalo de los padres de Siwon en cuanto supieron que se iría a vivir con Donghae. Vagamente se preguntó qué les iba a decir. Los muebles los habían comprado ambos, así que en realidad no les pertenecían a ninguno, aunque bueno, no es como que Donghae tuviera ganas de pelear por ellos o algo así. Los cubiertos, las cortinas, los manteles, la sala, el televisor, la cama, los armarios... le dolía en el corazón recordar con exactitud como, dónde y cuando habían comprado cada una de esas cosas. Le dolía recordar que en aquel entonces pensó que su vida ya estaba resuelta y completa. Creyó que se quedarían juntos para siempre, que después adoptarían hijos (un niño y una niña), que comprarían un perro...

Que se casarían.

Pero las campanas nunca llegaron. Y nunca lo harían, al menos no con Siwon.

Siempre lo supo. Se dio cuenta una tarde de verano, exactamente a los diez años. Una familia había llegado a vivir a la casa vacía que estaba junto a la suya. Ellos tenían un hijo de su edad. Su nombre ya no podía recordarlo, pero si la forma de sus ojos. Eran ojos amables, cálidos y soñadores. Donghae sentía mariposas en el estómago cada vez que salía a jugar con ese niño y lo veía directamente. El chico era apenas un poco más alto que él. Solían andar en bicicleta toda la tarde, cuando Heechul no podía huir de su casa para salir un rato con él. Lo curioso es que pese a que pasaba el setenta por ciento de su tiempo con alguno de los dos, ninguno se conocía. El chico de ojos amables iba a una escuela primaria diferente y sus padres rara vez lo dejaban salir a jugar, por lo que durante seis meses Donghae estuvo intercalando a sus compañeros de juego. Fueron seis meses porque ese fue el tiempo que aquella familia duró viviendo ahí.

Lo recordaba muy bien. Fue durante una noche fría de octubre. Donghae estaba cenando con su familia, platicando sobre qué era lo que iba a querer para su fiesta de cumpleaños. Una de sus más grandes peticiones era que quería presentar a Heechul con el chico de ojos amables. Quería hacer una fiesta de pijamas con ellos dos, pasar toda la noche comiendo golosinas y viendo películas de terror.

Y luego pasó. Apenas tuvo tiempo de esconderse debajo de la mesa tan rápido como su papá se lo ordenó.

Uno, dos, tres...

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