CUADRAGÉSIMA SEGUNDA GOTA: RAVEN

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Cuando Raven nació, el día no tenía la mejor vista de todas; estaba nublado y triste, desde ahí hubo algo mal.

—No lo quiero —dijo la mujer en la camilla—. Llévatelo lejos.

—Debe comer, Vanessa —Eiri le acercó a la pequeña criatura hambrienta que cargaba en sus brazos.

—¡No lo quiero! —se giró en la cama para darle la espalda.

—¿Por qué no? —Eiri se alejó con el bebé y comenzó a mecerse para tranquilizarlo, pues el rechazo de su madre lo había agitado.

—No quiero verlo. Dile a la enfermera que lo alimente —se cubrió la cabeza con la manta.

Eiri salió de la habitación junto con el bebé.

Eiri no pudo persuadir a Vanessa para que alimentará al bebé, le aseguró que le pagaría, pero ella siguió negándose. Cuando Vanessa entró a la casa, Sora no se movió del sofá, pero cuando vio a su padre entrar después de la mujer no pudo evitar correr hasta él y abrazarlo. Sora siguió a su padre hasta la habitación del bebé, se mantuvo en silencio para no despertar a su hermano y al verlo durmiendo en su cuna supo que jamás se separaría de él. Sora lo cuidaría, velaría por él siempre que se enfermara, le enseñaría a caminar y a leer.

—¿Cuál es su nombre, papá?

—Raven —contestó él.

Raven y Sora. Ella era demasiado pequeña para entender que su padre les había dado nombres relacionados con el cielo.

Durante dos semanas, Eiri tuvo que pagarle a Vanessa para que atendiera a Raven, no obstante, sus «cuidados» estaban limitados. Vanessa únicamente bañaba al bebé, lo dormía y le cambiaba el pañal. Raven era alimentado con leche en polvo porque su madre se negaba a amamantarlo. Sora siempre se mantenía lejos de su madre, prefería ver a distancia los «cuidados» especiales que Raven recibía porque no se sentía cómoda, cuando su padre llegaba del trabajo la niña no se separaba de él y de Raven. Le gustaba ver a Raven cerrar y abrir los ojos mientras bebía de su biberón para después quedar profundamente dormido.

—Regresaré en tres días —Eiri le recogió a Sora el cabello tras la oreja—. Cuando vuelva te llevaré a ti y a Raven al parque, y a la juguetería. Sora, hermosa, podrás escoger la muñeca que más te guste, ¿está bien?

Sora asintió, y aun cuando sentía un tremendo nudo en la garganta no lloró. No se permitió llorar frente a su padre porque no quería preocuparlo, ya tenía demasiadas inquietudes a causa de Vanessa, y Sora no quería aumentarlas.

—Cuida de Raven —con severidad, Eiri miró a Vanessa—. En cuando regrese te pagaré estos tres días.

Vanessa chasqueó la lengua, dio media vuelta y subió las escaleras para entrar a su habitación. Eiri suspiró.

—Ayuda a tu madre —le pidió a Sora. La niña bajó la cabeza con total tristeza—. No te lo pido por ella, hazlo por tu hermano.

—Está bien. Lo haré.

—¡Esa es mi chica! —se encorvó para abrazar a su hija.

Siempre que su padre viajaba, Sora deseaba congelar el tiempo para que el abrazo de despedida durara para siempre, pues odiaba alejarse de él porque Vanessa no era buena con ella.

AME (Lluvia)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora