Capítulo VI

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Caminaba y caminaba solo buscaba la salida. Aquel lugar era frío, oscuro, tenebroso y se escuchaban ruidos extraños.

 Yo era una niña valiente, pero al estar sola, el miedo podía conmigo. Intenté no meter el menor ruido, pero se me olvidó que llevaba aquellas pesadas bolas de acero colgando. Me escondí. Pero me fue inútil.

Algo se acercaba, no obstante la intriga me pudo. Intenté averiguar quién era... La vergüenza me estaba matando, nunca había hablado con nadie.( En mi pueblo, dónde yo antes vivía, los niños me veían como un ser extraño y poco a poco me fui alejando de ellos y me fui encontrando sola cada vez más hasta que me volví tan asocial, que con lo único que me hablaba era con esos libros gruesos de la quinta estantería del salón de juntas de mi padre. Los libros eran mis únicos amigos).

Me acerqué a esa sombra misteriosa, al igual que yo le colgaban alguna que otra bola de acero, sabía que era un alma pérdida. Tosí, no quería que de mi voz saliera algún que otro gallo. De un susto se dio la vuelta, me preguntó mi nombre y me queda callada. Ella siguió hablando.

- No tienes de que temer. Me dijo. Aquí todas estamos pérdidas. ¿Ves las bolas que cuelgan en nuestros tobillos? 

No la contesté. Solo asentí con la cabeza. Ella continuó hablando. 

- Cada una de las distintas bolas, son todos los malos actos que han hecho sufrir a todas las personas que hemos querido, en efecto no hay manera humana de librarse de ellos... La única forma es cambiar esos actos malos a buenos. 

Me quedé pensativa, no sabía cuales eran los daños que yo había causado. No sabía que era lo que tenía que hacer.

La otra alma pérdida desapareció. Necesitaba su ayuda. ¿Cómo podría buscarla? Ni siquiera sabía su nombre... Tenía las esperanzas de juntármela pronto. La necesitaba.

Un último adiósDonde viven las historias. Descúbrelo ahora