XV. Pedí estar sola.

26 1 0
                                    

Nota de la autora: recomiendo acompañar la lectura a partir de este punto con la canción Hunted by a Freak de Mogwai.

Una vez sellado el pacto, una enfermera entró en la habitación para revisar mis pertenencias. En instantes, se cersioró de que no traía objetos punzantes, drogas, celulares ni nada por el estilo. Acto seguido, nos guió hacia un largo pasillo pintado de blanco. La mujer de ambo morado ingresó en un pequeño compartimiento en busca de unas pastillas que me ayudarían a conciliar el sueño aquella temible noche. Mientras tanto, inspeccioné el lugar. Mis ávidos ojos recorrieron el perímetro en cuestión de segundos para finalmente posarse sobre unos carteles que citaban, o al menos eso intentaban, la palabra
"adelante", un mensaje inspiracional para todas aquellas personas recluídas de la sociedad por no ser capaces de lidiar con sus problemas.

- No sé el significado de "temperancia"- murmuró Lisa, mi madre, acabando con el silencio sepulcral.

Yo tampoco lo sabía pero tampoco me pregunté por él.
La "a" y la "d" en el cartel que citaba "adelante" estaban perdidas. Por ahí alguno había perdido la cabeza y acabó por arrancarlos o simplemente el tiempo había corroído los tornillos haciéndolos caer. La enfermera de guardia regresó y me otorgó un par de píldoras. Las tomé, una roja y una blanca.
Nos dirigieron a través de un largo pasillo hasta llegar al umbral de la habitación en la que nos hospedaríamos vaya a saberse hasta cuándo.
Tanto mi madre como yo estábamos ansiosas y ni bien entramos nos encontramos con una mujer enroscada entre las sábanas, semi-desnuda y mirando la televisión. Usaba unas gafas de marco rojo y su cabello, del mismo color, estaba todo enmarañado. Apenas nos vió entrar frunció el ceño y le echó una mirada fulminante a la enfermera.

- ¿Qué es lo que pasa acá?- preguntó en un tono notablemente ofuscado.

- Son Ingresantes, Palomeque.- respondió cordialmente mientras acomodaba la cama continua.

- Pero... ¿cómo es esto?- exclamó haciendo una pequeña pausa. - Yo pedí estar sola, no es por ustedes chicas pero yo ya había hablado esto.- reclamó soltando un pesado suspiro.

Temí por mi vida. Aquella mujer podría saltarme en la yugular y acabar con mi vida si perdía los estribos. Si la idea de quedarme en aquel lugar antes me desagradaba, eso lo había hecho mucho peor.

- No podemos hacer nada al respecto, Palomeque.- explicó la enfermera. - No hay otro lugar donde dejarlas.

Las "ingresantes" me repetí mentalmente. Salimos de la habitación por un momento y observé por la ventana el pequeño patio interno del hospital mientras escuchaba a la colorada hecha una furia. Miré a mi madre y me aferré a mi mochila. ¿Dónde se había ido todo lo que había construído? ¿Cómo llegué tan bajo, casi tocando fondo? La desesperanza me agobiaba y la tristeza me desesperaba. ¿Cómo saldría de aquello?

-Tengo miedo.- confesé con una ahogada risa nerviosa.

La amenaza de muerte era latente en un lugar como ese y más aún si ya tenías una enemiga de entrada. La loca mujer debía de sufrir demencia senil y por esto mismo debía de estar ingresada en la clínica. La verdad era bastante incierta.
Con la certeza de que no amaneceríamos vivas, la enfermera nos explicó que por esa noche deberíamos dormir juntas pero pronto seríamos reubicadas. Dicho esto, se esfumó.
Las pastillas ingeridas tiempo atrás pronto comenzaron a hacer efecto por lo que resultaba indispensable usar la cama y no podríamos evitar a Palomeque para siempre.
Armándome de valor, entré silenciosamente y deposité mis cosas en una esquina. No quería ni respirar, no si eso era una molestia para mi nueva compañera de pijamadas. Un tanto mareada, cepillé mis dientes y me puse algo cómodo. Los medicamentos eran tan fuertes que ya no me mportaba si era Ted Bundy con el que dormiría aquella noche. Lisa se sentó a mi lado mientras las cosas comenzaban a verse difusas. Y me dormí, oyendo la charla entre Palomeque, la asesina serial, y mi madre.

Resiliencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora