XVI. Señorita Sonrisa.

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     Dieron las ocho en punto cuando mis ojos se abrieron de par en par, el ruido del televisor penetraba mis oídos como si de un taladro se tratase. Había dormido plácidamente por más de diez horas y eso ya era un punto a mi favor, finalmente había encontrado una pastilla con un efecto extra producente.
Algunos encuentran su cable a tierra a través de la pintura, otros a través de la música y yo lo encontraba durmiendo, escapándome de la realidad y entrando en un estado de inconsciencia absoluto e imperturbable.
     Millones de pensamientos acudieron a mi mente ni bien desperté, estos eran únicamente acallados por el ensordecedor sonido del programa matutino "arriba argentinos" (qué deprimente). Aparté la manta con un torpe movimiento y observé a Palomeque sentada en el borde de la cama, esperando vaya a saberse qué cosa. Luego miré a Lisa desperezarse y me pregunté qué es lo que cruzaría por su cabeza, quizá nada o quizá demasiadas cosas para tener noción sobre cada una de ellas.
     La puerta se abrió sin aviso alguno tomándonos por sorpresa tanto a mí como a mí madre, mientras Palomeque hacía caso omiso a todo lo que la rodeaba. Pronto se oyó una voz.
Desayuno, chicas.— dijo una enfermera de forma apresurada, dando un portazo para segundos después ingresar en la habitación continua.
     Por lo visto no existía manera de quedarse en la cama y pudrirse entre aquéllas percudidas sábanas por lo que me levanté y me dispuse a vestirme rápidamente. Segundos más tarde me encontraba caminado por los pasillos en dirección al comedor, un recorrido relativamente corto. Paradas en el umbral de una gran habitación abarrotada de gente, nos sentimos afortunadas (si alguien puede sentirse así en un lugar como ese) al encontrar dos asientos libres.
     Tazas, cucharas, una jarra con agua, pequeños platitos con lo que parecía ser mermelada y una panera se hallaban distribuídas a lo largo de la mesa. Fue inmediata la expresión de disgusto que se plasmó en mi cara al verme atrapada en aquella situación, desayunando con tantos desconocidos que por suerte ni siquiera reparaban en mi insignificante existencia. Junto a Lisa nos sentamos al lado de dos individuos de distinto sexo y no fue tanto el hombre quién captó mi atención sino la mujer. Una misteriosa mujer con sus delgados labios curvados en una perpetua sonrisa, rozando el borde de lo demencial. ¿Cómo era posible sonreír de aquella manera sin acabar por matarse segundo después? La analicé un poco más. Su cabello estaba alzado en una elegante coleta con dos coloradas hebras que caían despreocupadamente sobre su pálido rostro. Vestía un viejo suéter y sus manos estaban posadas sobre su regazo. Entonces me pregunté qué había ocurrido con ella, parecía haberla pasado mal y haber tomado decisiones arriesgadas. ¿De qué otra manera podría haber llegado hasta ahí? Lucía como una persona normal dentro de los parámetros establecidos. "Linda forma de recibirme" pensé. Me cuestioné también qué tan larga había sido su estadía, cuántos años tenía y hasta si tenía un marido o quizá hijos. La sonrisa parecía inmutable, imborrable e increíble. Podría llegar hasta a transmitirme una especie de falsa tranquilidad.
— ¿Qué van a tomar?— preguntó una de las tantas enfermeras, interrupiéndome.
— ¿Qué hay para tomar?— Lisa formuló aquello como si se encontrase en un bar.
     La enfermera apretó los labios.
Té, mate cocido, malta. Con o sin leche.— recitó de memoria.
Malta con leche, ¿puede ser?
En instantes, dos tazas con un líquido de dudosa procedencia se nos fueron otorgadas. Nada como un nutritivo desayuno para arrancar el día con todas las pilas, señores. En la próxima ocasión pediría un té con cianuro.

Resiliencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora