El correr de las horas se hacía cada vez más interminable, eso resultaba ser un castigo para quienes anhelaban alcanzar el más allá (como en mi caso, la protagonista de esta historia). Nos habían echado sin miramientos de nuestra habitación con la simple excusa de que "era la hora de la limpieza". Por lo que la única actividad del día se resumía en vagar por los pasillos como si no hubiese un mañana.
Una mujer de guardapolvo blanco iba de un lado al otro con el ceño fruncido. Supuse que se trataba de una psiquiatra, los enfermeros solían vestir ambos y eran de distintos colores. El tema de los uniformes parecía ser a elección. Súbitamente, un estridente grito seguido de fuertes golpes cortó con el silencio y todos nos giramos abruptamente para dar con quién era el culpable de todo aquello.
— No puede ser que pase esto entendés.— soltó exasperada una jóven muchacha.
— Milena, ¿podes calmarte por favor?— la psiquiatra que antes había visto dar vueltas por el pasillo, ahora se encontraba tomando por los hombros a una interna en un inútil intento de calmarla.
— ME QUIERO IR, ENTENDÉS. Hace 31 días estoy encerrada acá y no es justo que no me pueda ir por culpa de las inoperantes que trabajan acá, que aprenden todo por wikipedia.— aulló y rompió en llantos.
La chica había perdido los estribos y gritaba desconsoladamente. Me abrazó la empatía y me ví al borde del llanto. Muchos pacientes se encontraban allí obvservándolo todo como si de un show se tratase.
— Me quiero ir, por favor.— volvió a decir Milena y le echó una mirada suplicante a la psquiatra. Sus claros ojos verdes estaban repletos de lágrimas, las cuales caían mojando sus mejillas.
— No podemos dejarte ir así, entendelo.— afirmó la del guardapolvo blanco.
Un chico de alta estatura apareció en escena y no parecía dispuesto a ayudar en lo absoluto.
— ¿Me abrís? Me voy.— murmuró, casi de forma inentendible.
De inmediato una enfermera obstruyó su paso hacia la puerta.
— No podés irte Kevin— le aseguró.
Mi madre y yo nos apartamos, éramos un estorbo allí en medio del camino. "Al fin las veo trabajando" pensé poniendo los ojos en blanco.
— Abrime que me voy.
— No, Kevin. Basta. — dijo de forma autoritaria.
Le echó un ojo al reloj al final del pasillo, eran las 12:30. Milena seguía sollozando pero encerrada en uno de los consultorios, el griterio no cesaría jamás.
— Comedor.— gritaron desde algún recóndito lugar de la clínica y todos nos apuramos para asistir al almuerzo, a excepción de Kevin y Milena.
Sobre mi mesa me observaba como un blanco fijo un asqueroso plato de ñoquis con muy poca sal.
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Resiliencia.
Roman pour AdolescentsTodo comenzó cuando el reloj dió las doce de la noche aquel 10 de enero del 2016. Dejé que el fuego consuma por completo el pabilo de la velita de mi pastel y salí corriendo. Me abrí paso entre la gente, entre los globos, entre el murmullo de los in...