Caminé hacia el consultorio del doctor con cierto pánico creciendo en mi interior. ¿Qué me preguntaría? A estas alturas ya debería saberlo. Lo típico supuse, un qué pasó, un cómo va o quizá probaría con un qué te trajo hasta acá. ¿Sería un buen profesional? Eso solo el tiempo lo diría. ¿Acaso la clave de mi salvación me aguardaba en aquella cita? Lo dudaba.
Una vieja pero pulida puerta de color madera se alzaba frente a mis ojos. Resultó ser que el consultorio en el que atendía el doctor era el mismo en el que me habían entrevistado la noche anterior. Tomé aire y crucé el umbral.
Un robusto hombre de mediana edad se encontraba sentando de brazos cruzados frente a un escritorio. Lucía sus cabellos alborotados y su barba desprolija. No vestía un delantal blanco como lo suelen hacer los doctores. En cambio, llevaba una camisa a cuadros celestes. A juzgar por el espacio físico que ocupaba podría decirse que era un tanto regordete pero, al ser alto, no se notaba demasiado.
Tomé asiento de forma tal que quedé enfrentada a él. Entonces se incorporó y soltó las primeras palabras que le darían una voz a su rostro.— Soy el doctor Pighin.— dijo en un tono un tanto ¿alegre? No supe descifrarlo.— Contame...— se detuvo y observó mi nombre escrito en una de las carpetas que yacían dispersas sobre la mesa.— ...Connie. ¿Qué anda pasando?
¿Por dónde empezar? Me avergonzaba de cierto modo tener que relatar una historia que ni yo misma comprendía del todo. Tenía tantos sentimientos encontrados, tantos pensamientos colapsando en mi mente al mismo tiempo que ninguno era capaz de llevarme a un punto en concreto.
— ¿Sinceramente? No sé qué me pasa. No sé qué decirle. Podría comenzar contándole acerca de los fuertes y constantes dolores de cabeza que estuve experimentando hace meses. Eso me llevó a realizarme varios estudios para buscar una explicación a todo lo que me ocurría. Pero finalmente resultó que se trata de un problema psicológico.— reparé en el hecho de que hablaba muy rápido y observé cómo Pighin me analizaba con escrutinio sellado en sus ojos celestes. Intenté de forma muy vana mantener el contacto visual pero me ví obligada a continuar con mi monólogo cabizbaja.— Empecé una relación también y...
Paré en seco, no quería hablar de Dahlia. Necesitaba tener algún momento para pensar en cosas triviales y poder desviar mis pensamientos del mismo tema, es decir, de ella. Me volvía loca el hecho de saber que tendría que volver a verla tarde o temprano, no quería ni por asomo exponerme a tal situación de estrés.
— ¿Empezaste una relación y...?— preguntó Pighin.
— Empecé una relación con una chica que no me hace del todo bien.— respondí velozmente y apreté los labios. No estaba dispuesta a seguir ese hilo de conversación. Por lo visto él muy atento percibió que aquel tema me tocaba el nervio y adoptó una nueva postura para cambiar de tema.— ¿Cómo te estás sintiendo vos?
— Me siento una pelotuda. Estoy hecha un desastre. Apenas como y realmente no me da la gana de salir de la cama. No vivo, respiro por obligación y siento que nada me incentiva a continuar con mi esto. Dejé todas las actividades que solía hacer. Canto, guitarra, dibujo, lectura, escritura... lo dejé todo. Incluso el colegio— resumí los últimos meses en cinco o seis oraciones.
— Bueno, acá vas a estar un tiempo y vas a empezar a tomar una medicación.— se acomodó apoyándose sobre el escritorio y se dispuso a escribir. — Así... escitalopram de cinco miligramos que es un antidepresivo, fenergan y somit para que puedas descansar bien.
Asentí levemente con la cabeza pese a no comprender mucho. Luego descubriría que cinco miligramos de escitalopram no me harían ni cosquillas.
La sesión terminó con ambos estrechándonos las manos y yo abandonando la habitación para reencontrarme con mi madre en el pasillo/sala de espera. A mi parecer, aquella cita había sido muy corta.
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Resiliencia.
Teen FictionTodo comenzó cuando el reloj dió las doce de la noche aquel 10 de enero del 2016. Dejé que el fuego consuma por completo el pabilo de la velita de mi pastel y salí corriendo. Me abrí paso entre la gente, entre los globos, entre el murmullo de los in...