XIV. Es necesario

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El psiquiatra de guardia comenzó con un devastador diagnóstico. Mi madre abandonaba la pequeña habitación de paredes color salmón mientras yo me dejaba caer pesadamente sobre el colchón. La clara mirada del psiquiatra se fijó sobre la pequeña pantalla de su celular mientras, de manera lenta, marcaba una serie de números para dar por finalizado su trabajo. Me pregunté vagamente por la vida del hombre mientras mis mejillas se mojaban con diminutas gotas de angustia. "Un par de días, para mantenerte controlada." me dijeron para acallar la intranquilidad y el miedo que se abrían paso por mi sistema. El doctor vestía una camisa a cuadros y uno de sus botones estaba desabrochado, acompañando a la perfección el aspecto desalineado que tanto lo definía. No entendía ni el porqué ni el cómo pero mi destino resultaba ser tan incierto como el de todos los demás.
Yo prensentaba un cuadro depresivo que me había aquejado durante ya más de dos meses, una crisis psicológica que desembocó en un intento de suicidio. Incomprendida, esa era la palabra. El constante desgano producto de la anhedonia que le quitaba el sentido a mi día a día era tan solo un síntoma más.
El doctor interrumpió el llamado y me observó atentamente, inquieto quizás, pero nunca abandonando su postura profesional. Acomodó distraídamente su blanco cabello y continuó con su charla telefónica, recomendando distintos centros de contención que vendrían al caso. Me iban a internar y comenzaba a lamentarme por aquellos actos que me condujeron hasta tal punto. Me acribillé a preguntas, preguntas tan afiladas que no eran dignas de una respuesta concreta. Sentía culpa, aquel sentimiento tan familiar para algunos que resulta ser mortal. Suspiré y me puse de pie, aún llevaba el uniforme del colegio. Una sudada camisa blanca, una pollera gris, corbata y medias bordó, y zapatos negros. Era absurdo verse obligada a llevar eso puesto en un momento como ese pero ¿qué hubiese sido lo correcto? ¿acaso un vestido de gala hubiese aliviado la pena que sentía por sí mima? No lo sabía.

—¿Es necesario?— pregunté en un hilo de voz.
—Sí
El psiquiatra también se paró y tomó su pequeño bolso, dispuesto a acabar con todo aquello y largarse del lugar. Hizo un ademán y acto seguido asintió con la cabeza, dando a entender que comprendía el sentimiento que me inundaba.

—Chau, Connie— soltó girando el picaporte y empujando la puerta, dejándome sola y confundida.

Era admirable no haber roto en llanto y haberse dejado llevar por mis impulsos, los que me incitaban a destrozar hasta lo más ínfimo de la habitación.
A diferencia de mi, algunos familiares sí lloraron. Mi abuela, una fuerte mujer de más de sesenta años, me estrechó en sus brazos como nunca antes lo había hecho y me deseó lo mejor, lo mejor que alguien jamás podría desearle a otro. Mi tía abuela, la más sentimentalista, también hizo lo mismo mientras me comentaba que los de Capricornio eran así. Nunca había creído en los signos zodiacales pero, aún así, le otorgué una sorisa y acepté en silencio sus condolencias.
Decidí tomar un rápido baño antes de largarme, el agua caliente lograría tranquilizarme. No pasó mucho tiempo hasta que se hizo la hora de irse. La mochila que solía cargar con carpetas ahora se hallaba repleta de mudas de ropa y otros artículos necesarios para la subsistencia. Sería transladada en ambulancia, una medida que, a mi parecer, era un tanto exagerada.
Dieron las nueve cuando con mi madre llegamos al lugar donde nos hospedaríamos los siguientes días, con la intriga carcomiéndonos el incosciente.
Un edificio con paredes bañadas en un color pálido se alzaba justo en frente de mis ojos. Escuché el rugir del motor apagarse mientras avanzaba a paso lento, resguardada por mi madre y unos enfermeros. Era lenta y precavida, mi abuela y mi padrino me seguían desde cerca. Todos probablemente tratando de encontrar una respuesta a todo lo ocurrido.
Una suave brisa soplaba en aquella oscura noche, alborotando mis ya despeinados cabellos ya que no me había preocupado por arreglarlos cuando se me presentó la oportunidad. Una vez ingresamos en el establecimiento, nos vimos sorprendidas por una joven doctora cumpliendo con su jornada laboral nocturna. Lo típico, "¿Qué pasó?¿Por qué?¿Cómo?" acompañado por algo de papeleo que completar. Llegado el momento se me dió la chance de huír, de echarme para atrás y regresar a mi casa para días después acabar con mi vida. No pude aceptarlo, no podía desperdiciar tal oportunidad de mejorar. Tomé una birome y sellé el trato, dando comienzo a una nueva aventura.

Resiliencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora