33- MARATÓN (3/4)

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NIALL

Entré en la cocina a las cinco de la mañana. No podía dormir, ni tampoco pegar ojo. Estaba nervioso. Iba a decirles a mis suegros que su hija y yo nos casábamos. ¡Dentro de unas pocas horas! Abrí la nevera y vi la reluciente botella de vino. Me relamí los labios. Estaba totalmente reservada para la comida y se me había prohibido expresamente beberla, bajo ninguna circunstancia. Pero... verla ahí, con el corcho puesto, llamándome para que la abriese y pegarle un traguito, uno chiquitito. Negué con la cabeza. Si Lucía se enterase me mataría. Además, no podía pensar si quiera ponerme a beber vino a estas horas. Estaba seguro que si empezara a hacerlo no pararía hasta dejar la botella sin una gota. Seca a más no poder. Tan seca como mi suegra.

¿A quién quiero engañar? Amo a mi suegra. Cerré la nevera y... la volví a abrir. Saqué la botella de agua helada y me la bebí. Entera. Pensar en mi suegra me hacía pensar cosas malas, muy malas. Impropias de alguien que estaba comprometido. Pero es que mi suegra. Joder, que ella tenía treinta y nueve años y no sabéis como se cuidaba.

Guardé la botella de agua en la nevera y me subí hacia el dormitorio. Lucía dormía en su lado de la cama plácidamente. Me acerqué a mi lado y me dejé caer. Suspiré. Hoy sería un día duro. Nada más cerrar los ojos, el sueño recayó sobre mí y me quedé completamente dormido.

...

-Pon eso ahí... ¡pero debajo pon un mantel o algo! No quiero que se estropee la mesa. Por dios Niall, podrías haber regado las flores, no lucen para nada como deben lucir... ¡y el espejo! Tenías que haberlo tapado, ya sabes como es mi madre. Se pasaría toda la tarde mirándose en él, le gusta presumir.

Así había sido mi mañana. Un sinfín de órdenes por cumplir de mi adorada novia. Estaba claro que quería que todo saliese bien. Pero una cosa era preocuparse por un par de cositas y otra muy distinta era estar gritando a los cuatro vientos que nada de lo que había estado haciendo durante toda la mañana le gustaba como para una visita de sus padres. ¡Venga ya! Se preocupaba más ella que yo, y eso que eran mis suegros. Tenía que ganármelos.

Al cabo de unos minutos todo seguía igual, Lucía de un lado para otro, poniendo cosas o quitándolas de en medio. Mientras que yo me encontraba echado en el sofá con una cerveza en las manos. Con todo el barullo ni se había dado cuenta que me había escaqueado de ayudarla. Punto para mí.

Pero cuando el timbre sonó, me levanté a la velocidad de un rayo, cagándome de miedo. Tragué saliva. Ya estaban aquí el y la madre (extremadamente sexy) de Lucía. Con un último vistazo a la casa, mi novia dio el visto bueno. Se acercó a la puerta y me miró. Asentí con la cabeza mientras forzaba una sonrisa agradable. Y entonces la señora y el señor Parks aparecieron por la puerta.

-¡Oh mi niña! Cuanto tiempo sin verte cariño - decía su madre mientras la estrujaba en sus brazos.

Estuvieron bastante tiempo así hasta que el señor Parks tosió para asegurarles a las dos mujeres de la casa que no estaban solas. Rosaline dejó a su hija y mientras su marido pasaba a saludar a Lucía, ella me vio. Instintivamente tuve miedo. Se acercó a mí y abriendo sus brazos, me estrujó en ellos. Como había hecho con Lucía anteriormente. No sabía que hacer. Me estaba asfixiando.

-Oh querida, deja al pobre chico en paz. ¿No ves su cara? Le estás matando con esos abrazos - dijo Henri, el padre de Lucía.

Su mujer se separó de mí, no sin antes lanzarle una mirada a su marido. Sí, esas miradas que matan. Henri caminó hacia mí y nos dimos la mano, como dos hombres. Mi novia les pidió que se sentaranmy enseguida desapareció por la puerta de la cocina. Mierda, se libró ella antes que yo.

-Bueno, ¿y qué tal os van las cosas por aquí? - preguntó Rosaline.

-Muy bien - respondí, aún con la sonrisa forzada en mi cara.

Conviviendo con mi Playboy © (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora