VIII

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― Ellos, ellos empezaron, me dijeron cosas muy crueles. Se burlaron de mí ―declaró con lágrimas surcando sus coloradas mejillas.

Yo lo miré dolido, sin entender por qué lo hicieron. ¿Por qué herir a alguien inocente? Alguien que, de seguro, no les había hecho ningún mal. Con tan solo contemplar a Jungkook lo podías discernir. Sin embargo, a esos matones no les importó.

Estreché uno de sus hombros para que alzase su mirada hacia mí, cosa que hizo al instante.

― Jungkook ―llamé con seriedad―, ¿quién te ha hecho esto?

Él simplemente negó y desvió la mirada.

Fruncí el ceño, totalmente frustrado. Debía, y necesitaba, saber el nombre de ese mal nacido para darle una gran paliza. Deseaba con todas mis fuerzas que fuese castigado por golpear personas inofensivas.

― ¿No me lo dirás?

El negó, creando un bufido molesto en mí.

― Está bien, lo averiguaré de todos modos ―bisbiseé levantándome mientras agarraba el antebrazo de Jungkook―. Ven, levántate, te llevaré a mi casa para curar esas heridas.

Él abrió abruptamente sus ojos, sorprendido.

― No, no, no. No tienes el deber de hacerlo.

― Sí que lo tengo, tan solo mírate. Tienes un ojo morado y una cara de zombi total. Será mejor que yo te sane ―sonreí, intentando relajar el ambiente―. Estás en buenas manos, te lo aseguro.

No hubo más objeciones por su parte. Empezamos a andar rumbo a la parada de autobús y sí, en ningún momento me olvidé de mi bolsa y la de YoonGi, sin embargo, cuando nos encontramos en donde las había dejado solo estaba la mía.

Con extrañez recogí mi mochila y sujeté con suavidad el meñique de Jungkook. No obstante, una voz hizo que me volteara:

― ¡Ey, tú, suelta esa bolsa! ― Bramó esa voz que tanto conocía.

Y con un rápido movimiento me lanzó su saco en toda la cara. Mi cuerpo no se pudo sostener, haciéndome perder el equilibrio, para finalmente caer de culo.

― ¡Joder! ―gemí de dolor―. ¡Te has pasado idiota!

― ¿Y tú qué imbécil? ―me apuntó acusatoriamente con su dedo índice―. ¡Te habías ido sin avisarme y encima dejas mi mochila tirada por ahí!

― ¡Perdón por ayudar a las personas y no seguir al señor que se ha ido corriendo como un niño! ―bramé con sarcasmo.

Él se cruzó de brazos mientras negaba con la cabeza mas, extrañamente, una minúscula sonrisa empezó a ensancharse en su rostro, como si yo fuese un niño pequeño el cual había hecho una travesura e inevitablemente lo descubren de la manera más penosa.

O simplemente le hacía gracia la situación.

― Está bien, te perdono tonto ―dijo dándome una palmadita en el hombro―. Ven, llevaré tu mochila como símbolo de nuestra amistad.

Agarró mi saco como bien había dicho y empezó a andar en dirección a la parada de autobús, como hacíamos antes de lo ocurrido con Jungkook.

¡Espera, Jungkook! Había estado tan silencioso que ni lo había notado. Posé mi mirada en él. Se encontraba aturdido por mi amigo YoonGi, con sus manitas en el pecho para auto protegerse por si le apetecía pegarle también. Miraba en la dirección que se había ido el cara gato, temblando otra vez.

― Lo siento ―hablé, rompiendo el silencio, volviendo a sujetar otra vez su meñique―. No sabe comportarse.

Él sostuvo mi mirada. Esta reflejaba una inocencia que nunca me hubiese esperado con chicos de mi edad, se me hizo extrañamente tierno y adorable. Al instante giré mi cabeza en dirección contraria, sintiendo mis mejillas calentarse por alguna extraña razón.

Y, junto a esta misteriosa sensación empecé a andar, con Jungkook siguiéndome por atrás mientras también sujetaba su meñique con el mío.

― ¿YoonGi y tu...?

"¿Cómo sabes su nombre?" mi cabeza formulo al instante.

― Ah, sí, es mi hermano ―mentí sonriendo. Su rostro reflejaba completa estupefacción. Contuve una pequeña sonrisa que asomaba por una de mis comisuras.

― ¿Él y tu enserio sois hermanos? ―interrogó sin ocultar su sorpresa, yo asentí―. ¿El mismo que ha escupido a un profesor?

― Sí, pero él no tiene la culpa de hacer esas cosas ―defendí, tornando mi rostro a uno serio―. Cuando éramos pequeños se cayó de la cuna, dándose un fuerte golpe en la cabeza, y desde ahí no ha sido el mismo.

Él al parecer se lo creyó, porqué me dio una mirada apenada y dejó de hablar para no hacerme daño, supongo.

[...]

Finalmente llegamos a nuestro destino, con un (en mi opinión) incomodo silencio. Yo sujetaba el meñique de Jungkook con mi mano derecha, mientras que con la otra cargaba la mochila del tonto de YoonGi, quien, al parecer, tomó la mía, pero no recordó que la suya también estaba ahí.

Le entregué, o más bien, le lancé su saco como el buen amigo que soy y esperé el autobús junto a los dos chicos.

― No os parecéis mucho ―me susurró al oído Jungkook.

Yo observé por unos segundos a YoonGi, quien estaba discutiendo con unos pobres niños pequeños por haberle lanzado (sin querer, claro) un balón de futbol en la cara. Oh, las madres habían aparecido, y no estaban muy contentas con él.

"¡Corre por tu vida inútil!"

Ah, no, lo habían atrapado.

Volví a desviar mi mirada a Jungkook, expectante por mi respuesta.

― Es cierto, él se dio un golpe con un poste hace tiempo y le han quedado secuelas en el rostro ―intenté bromear, sin embargo, Jungkook me miro interrogante.

― No, quiero decir, él es más serio y da mucho miedo ―expresó encogiéndose completamente, como si viese al mismo diablo en persona―. Y tu... Tu eres más amigable, supongo.

― Ah ―fruncí el ceño y fijé mi mirada en la calzada para poder ver el autobús, cuando llegase, claro.

Por lo que tenía entendido gracias a unos contactos ultrasecretos (NamJoon, vaya), en la institución era conocido como alguien quien imponía respeto hacia los demás.

Era temido por todos y eso me satisfacía, pero, al parecer, mi posición social también se había desvanecido.

Me removí incomodo en mi sitio, queriendo llorar como el pequeño infante que era.

Hacía tiempo atrás, quise ser ese alguien que era temido y respetado y, con ese infantil pensamiento, me encerré en una desoladora frialdad. Ocultando mis sentimientos a toda costa, para que no pudiesen dañar al pequeño niño que se escondía detrás de esa máscara.

Un pequeño niño magullado y con heridas en todo su cuerpo, suplicante por una ayuda que nunca llegó. La coraza en la que lo escondí, con la que lo quise proteger, se rompió.

Y, realmente, estaba aterrado que sucediese.

La teoría del color ➸ VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora