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Mi cabeza dolía como si millares de pequeños demonios bailasen en ella.

Sentía mi cuerpo pesado, viéndome en tercera persona, tambaleándome como el ser penoso que era.

Intenté levantarme de la cama con todas mis fuerzas, sin embargo, no pude. Mi cuerpo y la cama ahora eran uno.

Posé mi palma derecha en mi frente, masajeándola para apaciguar el dolor, pero no disminuía. Sacudí mi cabello con desesperación, frunciendo el ceño.

Debía levantarme y alistarme, pero mi estado actual me lo impedía. Me dolían las costillas, el estómago, la cara... Me dolía todo el cuerpo en sí. Y lo peor es que no sabía que había hecho el día anterior.

Solo pequeñas lagunas antes de perder la memoria por completo. Yo entrando a una fiesta, llamando a alguien para que me invitase a beber, él tocándome, yo bebiendo boca arriba y finalmente todo borroso.

― ¡Joder! ―golpeé con ira el desgastado colchón, haciendo sonar sus muelles―, ¡¿qué mierda hice ayer?!

Intenté levantarme, debía ir, no podía faltar porqué sí. Mis músculos inmediatamente se tensaron, rogando por volver a relajarse en mi cama, pero no podía, mi deber como buen estudiante me exigía asistir sí o sí a clases.

Me alisté y salí como alma que lleva el diablo de casa, sin despedirme de mi madre y mi hermana, aunque, por lo que pude apreciar, no se encontraban en casa en esos precisos instantes.

Llegué justo en el momento en que el autobús encendía el motor y estaba a punto de irse, corrí y corrí como un poseso, sin embargo, por culpa de mi estado no pude atraparlo. Así que tuve que resignarme y esperar al siguiente.

Al principio blasfemé enormemente, mas al ver una anciana metomentodo observándome con el ceño fruncido, callé y me senté a su lado (porqué era el único sitio disponible) a regañadientes.

Cuando el autobusero se dignó a llegar, yo me subí en el vehículo, sabiendo que llegaba más que tarde a la primera y, de seguro, a la segunda clase.

Durante el trayecto me imaginé al director, todo rojo (inclusive su calva), echándome el mismo sermón de cada día por llegar tarde. Solo esperaba que no me tirarse saliva otra vez (sin querer, aclaro de antemano) como un día, fue bastante asqueroso y encima tuve que lavar mi ropa, para finalmente quemarla, y todo por su culpa.

El vehículo llegó a mi parada. Yo me bajé, observando con odio al conductor, el mismo que antes me hacía llegar tarde y es que, al parecer no lo habían despedido, solo le habían cambiado el turno.

― Te odio ―murmuré con todo el rencor del mundo. Por culpa de ese hombre tuve que quemar mi camisa favorita.

Anduve sin prisas, ¿ya qué más daba llegar dos o tres horas tarde? Además, me pesaba todo el cuerpo, como si hubiese hecho ejercicio ayer.

Agaché la cabeza y suspiré cerrando pesadamente los ojos. Sostenía las asas de mi bolsa con cansancio, sabiendo lo que me esperaba al entrar.

― Debería haberme quedado en casa ―reflexioné después de entrar y ver a uno de los vigilantes ir directamente hacia mí.

Lo saludé sonriendo mientras alzaba la mano. En verdad ese profesor, Kyuhyun, si lo llegabas a conocer era mínimamente amable contigo, no obstante, también podía ser un cabrón si así lo deseaba él.

― Kim Taehyung, ¿otra vez tarde? ―asentí por la obviedad―. Entonces debes ir al despacho del director, otra vez.

― Lo sé, lo sé ―le resté importancia y me dirigí otra vez a la salida, pero el profesor me tomó del hombro.

― Mejor te acompaño ―me sonrió maléficamente mientras me llevaba al despacho del director, sabiendo a la perfección que iba a escapar.

"A ti también te odio" formuló mi cabeza con todo el rencor del mundo.

[...]

Limpié con desagrado una de mis mejillas, repleta de la asquerosa saliva de alguien aceptado como un espécimen humano y no una llama. Hice una clara mueca al recordar ese escandaloso grito junto a ese colorado rostro gracias a la ira, como alzaba su dedo índice con un minúsculo toque de decepción en su mirada por mi culpa mientras me decía que había sido expulsado unos días.

Anduve sin rumbo alguno durante horas por las calles de la ciudad, replanteándome la razón por la que el director tuviese lastima de un simple alumno problemático como lo era yo, ¿por qué la pena se reflejaba en su rostro cuando me estaba expulsando?, ¿qué no los profesores odiaban a los estudiantes como yo?

Realmente no entendía nada y, a decir verdad, nunca supe por qué ese hombre era tan insistente en que yo llegase pronto y en que me fuesen bien los estudios. Todos los profesores que tuve nunca se preocuparon por mí, ellos me dejaban incluso dormir mientras impartían la clase para que no molestase e, inclusive, había que permitían que me fuese sin dirigirme una mísera mirada.

Volteé mi cabeza otra vez hacia la institución que podía ver perfectamente desde ahí, observando la ventana vacía que daba en el despacho de ese hombre tan extraño.

Puse una mano en mi pecho, justo en donde estaba mi corazón, sintiendo una extraña sensación de calidez floreciendo dentro de mí. Escuché los calmosos latidos que me hacían saber que aún seguía en pie, que continuaba con vida en ese desolador mundo con monstruos haciéndose pasar por seres humanos.

Cerré con calma mis parpados, haciéndome uno con la poca naturaleza que había en esa desolada calle. La suave brisa que te abrazaba con calidez y te llenaba el alma de serenidad me arrebató todos los problemas que estaban impregnados en mi cerebro, olvidándome de todos. Eliminando de mi mente el malestar que había adquirido, el dolor que mi hermana y yo nos hacíamos mutuamente...

Todo quedó atrás junto al minucioso silencio de la calle, con solo el viento como mi más fiel confidente.

Las comisuras de mis labios formaron una minúscula sonrisa cuando di media vuelta para volver a mi camino e ir finalmente a casa.

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Sin embargo, esa pequeña felicidad que inocentemente mi subconsciente quiso darme, fue arrebatada de mis débiles manos en segundos.

La realidad volvió a mí, abofeteándome fuertemente en la cara para que volviese en mis cinco sentidos.

Para recordarme que, si yo fuese un simple personaje de un libro, este sería una tragedia junto a un amargo final.

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La teoría del color ➸ VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora