XI

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Mi madre me golpeó en la mejilla mientras silenciosas lágrimas caían sin fin de sus ojos color miel que de pequeño tanto quise tener. Su rostro estaba todo colorado, con pequeñas gotas de sudor causando que algunos cabellos sueltos se pegasen a su frente.

Como todo un acto reflejo llevé mi mano a la mejilla, notando el leve calor que había adquirido gracias al golpe, sin embargo, aún con que me pegase, no dejé de observar en silencio a esa mujer que era mi madre.

Había empezado a llorar desde que la institución había llamado avisando que había sido expulsado unos días por mis innumerables faltas de asistencia. Ella enfureció y me golpeó con la cólera del momento, creyendo que solucionaría alguna cosa.

― ¡¿Cómo has podido hacer que te expulsen?! ―bramó con una lágrima recorriendo su rostro―. ¡¿Por qué lo has hecho?!

Quise decir miles de quejas, decir el porqué de todo, explotar como ella había hecho conmigo y responder todas sus preguntas, defenderme como debía. Sin embargo, callé.

― ¡Maldita sea, dímelo de una vez niño malcriado!

Desvié la mirada hacia la habitación de mi hermana. Mi madre y yo nos encontrábamos en el salón, pero se podía ver perfectamente la puerta entreabierta del cuarto. Sabía que Hye se encontraba ahí escondida como una vil cobarde, escuchando todos los gritos e insultos contra mí por parte de mamá.

La odié al saber que no vendría a detener sus chillidos ni hacer nada para ayudarme. Detesté ver su silueta, esa que me observaba con pena desde su refugio. Pero lo que más odié fue a mí mismo, porqué, ¿acaso yo no hubiese hecho lo mismo que ella, escuchando los gritos de mamá que inundaban toda la casa y, puede que parte de nuestros vecinos, mientras me hallaba en mi dormitorio?

Mi mirada volvió a mi madre gritándome mientras exigía que dijese alguna cosa.

― ¡Dime algo, habla maldita sea!

Contemplé su rostro por última vez, escuchando con dolor sus duras palabras. Mordiéndome la lengua para no decir nada, me fui hacia mi habitación, pasando por un costado de mi madre con aires indiferentes en mi rostro. No obstante, se formó un gran nudo en mi garganta, dejándome sin habla, mientras mis lagrimales ansiaban llorar por el gran dolor en el pecho que lentamente me estaba consumiendo.

Cerré la puerta detrás de mí y me tiré con pesadez en el ya desgastado colchón, escuchando rechinar los muelles.

Escondí con dolor mi rostro con la manga de mi camiseta, cerrando fuertemente mis ojos para intentar contener las lágrimas que empezaban a asomar. Sin embargo, todo fue en vano. Las lágrimas habían salido de mis lagrimales antes de que hasta yo lo supiera.

Con gran desconsuelo, lloré en medio de la solitaria habitación, escuchando solo unos cuantos sollozos por mi parte mientras me aferraba penosamente al colchón de mi cama.

[...]

A medio día decidí salir de mi cama, arrastrando los pies igual que un zombi.

No hallé a mi madre, solo a mi hermana tirada en el sofá ojeando con suma concentración su móvil. Al parecer Hye no se había percatado aún de mi presencia.

― ¿Dónde está mamá? ―pregunté con la voz ronca adormecido.

A decir verdad, después de haber llorado por unos cuantos minutos mis parpados pesaban descomunalmente, haciéndome caer en un profundo sueño.

― Se ha ido a pasear, dijo que debía tomar el aire ―asentí, disponiéndome a salir yo también, mas una de las manos de mi hermana aferrándose a mí me lo impidió―. TaeHyung, yo, yo... Lo siento. Debí salir de mi habitación y decirle a mamá que dejase de gritarte, debí protegerte de ella como una buena hermana mayor, pero no lo hice. Lo siento mucho.

― Da igual, no importa ―mentira. No me daba igual, sí me importaba, pero decidí callar―. Cuando vuelva mamá dile que he salido. No me esperéis para comer.

Acompañé esas palabras con un leve portazo, acallando esos silenciosos sollozos que Hye había intentado esconder de mí desde que mi voz se había hecho presente en la sala.

La teoría del color ➸ VkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora