Capítulo 2

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El sol salió e irrumpió en el vagón llegando al rostro de Minerva. Ella comenzó a despertar e intento taparse con las sábanas, estiró la tela y sintió que no la cubría del todo, tomo asiento y abrió los ojos. Entonces se vio acostada en un sofá antiguo, tapada con una campera negra y en un lugar completamente desconocido.

—¿Dónde estoy? —penso en voz alta sujetandose la cabeza. Por cierto, le dolía horrores.

—Buenos días. —Julián saludo entrando al vagón.

—¿Qué hago aquí y contigo? —ella pregunto asustada e imaginando muchas cosas malas.

—¿Vas a decirme qué no recuerdas nada? —él respondió con otra pregunta y evito reír.

Sabía que anoche cuando la ayudo estaba borracha, tanto como para quedarse dormida en el sofá mientras lloraba, pero no pensó que olvidaría lo sucedido.

Minerva lo ignoro, dejo de lado el dolor de cabeza y en su mente comenzó a revolver entre sus recuerdos.

—Hiciste pedazos el auto de tu padre. —Julián le ayudo a recordar— ¿Acaso estás loca? —todavía no podía creerlo.

En el momento en que soltó aquellas palabras Minerva cobró consciencia de lo que había sucedido y el dolor de cabeza volvió a aparecer junto a una furia imposible de medir.

—¡Merece eso y mucho más por ser un pedazo de mierda! —exclamó alto como si estuviera enfrente de su padre.

El chico nuevamente quedo boquiabierto y pensó que Minerva estaba completamente desquiciada.

—Por lo visto ya recordaste todo. —murmuro y tomo asiento a su lado.

—Lamentablemente. —comento Minerva hablando más tranquila.

Necesitaba tranquilizarse y pensar en qué iba a hacer ahora, no había mentira que pudiera conformar a sus padres. "Son idiotas pero no ilusos" pensó.

—¿Por qué lo hiciste? —Julián interrumpió sus pensamientos.

Ya que la había ayudado quería saber en que situación se encontraba y qué la llevo a actuar de esa manera. Siempre la vio como una chica pacífica, nunca se la imagino metiéndose en problemas.

—Problemas paternales. —Minerva respondió tajante y ahorrandose detalles.

—¿De qué tipo? —él se atrevió a seguir preguntando.

Una de las mayores características de la personalidad de Minerva era ser reservada con cuestiones privadas pero en ese momento decidió hablar.

—Mi padre le es infiel a mi madre. —soltó con asco y vergüenza.

—Entiendo, mi padre también lo hizo. —confesó Julián, no para normalizar el engaño, sino para que no se sintiera avergonzada— Es una mierda. —agregó.

—¿Y qué hiciste tú? —pregunto ella imaginandose que no hizo nada.

—Nada —él aseguro sin rodeos—, tenía 10 años. —justificó con razón, si pasará ahora seguramente reaccionaria mal.

Es más, últimamente por su cabeza rondaba la idea de que, esta vez, su madre estaba siendo infiel. No podía acusarla sin pruebas. Quizá sólo era una idea suya.

—De todas maneras no haría lo mismo que tú. —expuso sus pensamientos y se ganó una mirada fatal de parte de Minerva— ¿Por qué el auto?

Ella evito descargarse con su vecino e ignoro su comentario. Tampoco había hecho algo nunca visto, no estaba loca, sino muy enojada.

—Lo ama como a un hijo. —respondio riéndose de lo ridículo pero real en sus palabras.

—O sea que golpeaste hasta la muerte a tu propio hermano. —Julián bromeo intentando recuperarse después de su último comentario.

Minerva volteo a verlo seria, sin entender a qué se refería y cuando finalmente lo proceso solto una carcajada.

—¡Qué imbécil! —lo insulto como si fueran amigos y después cerró la boca considerando la falta de confianza. En cambio a Julián no le importó.

Sin saber para dónde continuar con la conversación guardaron silencio por unos minutos en los que Minerva se dedicó a inspeccionar el lugar. Podía darse cuenta de que era un vagón abandonado por la estructura pero estaba ordenado y decorado como si fuera la sala de juegos de una casa. Las paredes estaban repletas de póster con figuras famosas de grandes bandas, algunas sólo las conocía porque sus padres se las enseñaron al contarle lo que escuchaban de adolescentes, ya que no eran actuales. La mayor parte del suelo estaba cubierto con una alfombra negra. En una esquina había una guitarra, en otra un pequeño parlante, algunas revistas y libros. Era sencillo pero acogedor.

—¿Qué es esté lugar? —se dirigió a Julián.

—Mi escondite. —él respondio con una enorme sonrisa. Este vagón era su lugar en el mundo.

—¿De quién? —ella hizo otra pregunta por encima de sus palabras.

—De todos. —Julián respondió con obviedad.

Minerva lo entendió sin necesidad de saber más. Ella también deseaba tener un lugar al que escapar, solía ir a la casa de su mejor amiga pero a veces necesitaba estar sola.

—¿Puedo quedarme aquí? —tímidamente se ánimo a preguntar.

—¿Hasta cuándo? —él necesito pensarlo.

—Hasta que encuentre una manera de mentirle a mis padres. —esperaba que no le llevará mucho tiempo.

Julián pensó que no iba a quedarse más que un par de horas y afirmó con un movimiento de cabeza.

—Está bien. —hablo para ser más claro.

—Gracias. —ella agradeció por cortesía— ¿Y dónde estamos exactamente? —se refirió a la ubicación.

—¿Recuerdas la estación de trenes abandonada en las afueras del vecindario? —no espero a escuchar una repuesta y prosiguió— Pues, ahí mismo.

Esta vez la que respondió asintiendo con la cabeza fue Minerva, mientras recordaba el lugar donde se suponía que estaba.

—¿Cómo hiciste para traer este sofá? —tuvo curiosidad al ver que era grande.

—Lo encontré tirado y mis amigos me ayudaron a traerlo. Estaba relleno de pulgas pero ya no tiene tantas. —Julián volvió a bromear. Le costaba mantenerse serio.

—¿Hablas en serio? —ella se puso de pie y sintió ganas de rascar todo su cuerpo.

—¡No! —él estalló en risas e hizo una seña pidiéndole que vuelva a sentarse— Me ayudaron a traerlo mis amigos cuando mi madre lo cambio por uno más moderno.

"Como pretende hacer con tu padre" dijo una vez en su cabeza haciendo que la sonrisa en su rostro desapareciera. Minerva no le presto atención porque estaba ocupada intentando encontrar una buena mentira para salvarse.

—Bueno, tengo que irme.—anunció llamando su atención.

—Ok, nuevamente, gracias. —Minerva sintió que debía repetirlo- Anoche me ayudaste y ahora también lo estás haciendo, no sé por qué, pero en verdad te lo agradezco.

—No es nada. —Julián se limitó a responder y abandono el lugar.

Él tampoco sabía por qué, simplemente actuó antes de pensar, como pocas veces lo hacía.

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