Capítulo 9

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En la oscuridad de la noche Julián caminó hasta la estación de trenes abandonada y al llegar a su vagón se encontró con una sorpresa. Minerva estaba apoyada sobre la puerta, llorando y abrazándose a si misma para pasar el frío.

—Minerva —Julián llamó su atención asustándola— ¿Qué haces aquí?

—Huyó de mis padres. —respondió entre sollozos— ¿Puedes abrir? —se adelantó a pedir antes de tener que darle explicaciones.

—Sí. —él busco apresurado la llave que abría el candado de la puerta y una vez abierta le dio lugar a su acompañante para que entré.

Estando dentro ella se dejó caer sobre el sofá e intentó calmar su llanto cuando notó que quería empeorar.

—¿Qué sucedió? —preguntó Julián con preocupación y tomó asiento a su lado.

—Les dije todo. —ella soltó arrepentida.

—¿Qué es todo? —él buscó que sea más clara.

—Que hoy vi a mi padre con tu madre y sé que se envían mensajes. —Minerva le dijo todo lo que él ya sabía.

—¿Y cómo reaccionaron? —Julián supuso que mal, por algo estaba ahí, pero quería detalles.

—Mi padre se enojó y me pego una bofetada. —ella contó agachando la cabeza con vergüenza.

—Lo lamento mucho, en serio.—aseguró Julián sintiéndose culpable— Es mi culpa.

—No, es mi culpa, no debí abrir la boca. —Minerva se quejó de si misma.

—Yo también lo hice. —confesó él atrayendo su atención.

—¿Qué cosa? —ella no entendió.

—Les dije todo a mis padres. —Julián aclaró y solto un suspiro de frustración.

—¿Y qué hicieron ellos? —Minerva se apresuró a preguntar.

—Mi madre se quedó muda e inmóvil, y mi padre quería golpearme pero pidió que me vaya. —él contó angustiado.

—Todo es una mierda. —ella pensó en voz alta.

Julián estuvo de acuerdo pero no hablo y se quedaron en silencio mirando a la nada. Sin saberlo ambos pensaban en lo mismo: ¿Y ahora qué? Estaba todo dicho, pero no aclarado. Ni siquiera se atrevían a volver a sus casas, deseaban irse lejos, muy lejos.

Recordando que aún tenía un cigarrillo Minerva se puso de pie dispuesta a fumarlo, se dirigió a la puerta y la abrió para expulsar el humo afuera.

—¿Te irás? —preguntó Julián sin saber de sus intenciones.

Ella no habló y levantó el cigarrillo esperando que la luz de la luna le ayudará a verlo. Prosiguió a encenderlo y le dio una larga calada sintiendo que su cuerpo comenzaba a relajarse.

De repente Julián se paró a su lado y se lo quitó para llevarlo a sus labios. No le agradaba mucho el tabaco pero necesitaba algo y no tenía de lo suyo.

—Dijiste que no fumabas. —recordó Minerva.

—Tabaco. —aclaró él devolviéndole el cigarrillo.

—¿Entonces que fumas? —ella preguntó evitando reír y olvidando la existente variedad.

—Marihuana. —Julián respondió sin rodeos.

—Eso es una mierda. —pensó Minerva en voz alta.

—Lo que tienes entre tus dedos también es una mierda. —él agregó.

—No tanto. —ella respondió jugando con el humo que largaba por la boca.

—¿Por qué? —indago Julián.

—El tabaco de a poco va matando tus pulmones y te lleva a la muerta con la que tarde o temprano vas a encontrarte. En cambio, la marihuana va matando tus neuronas y con ellas tu capacidad de recordar. —Minerva expuso su análisis.

Él supo que tenía razón porque sabía de sus consecuencias pero simplemente no le importaban.

—El tabaco no ayuda tanto a relajarse. —comentó uno de los contras.

—Existen muchas cosas que ayudan a relajarse: música, comida, masajes, que te acaricien el cabello, besar, dormir, nadar. —ella enumeró las cosas que le gustaban.

—Tienes razón. —finalmente Julián se atrevió a decirlo— Pero de todas maneras estoy dispuesto a pagar el precio porque no hay nada en esta vida que me interese recordar.

—¿Nada de nada? —abriendo bien sus ojos Minerva preguntó sin poder creerlo y arrojó el filtro de lo que había sido un cigarrillo.

Era consciente de que la vida es una mierda pero por lo menos ella quería recordar hasta las cosas más horribles, porque suponía que de eso se trataba vivir y necesitaba un equilibrio entre lo malo y lo bueno.

—No —dudó Julián y llevó su mirada a la de ella descubriendo que su amigo Marcos había tenido razón al decir que sus ojos eran lindos— ¿Tú sí?

—Sí, y en lo posible quiero recordar todo con lujo de detalles. —Minerva respondió muy segura de su respuesta.

Dando el tema por terminado Julián calló y se dedicó a observar la luna, Minerva lo imitó y entonces él aprovechó para mirarla a ella. Creyó que se debía a la inestabilidad de su mente, pero comenzaba a verla muy hermosa, no sólo por su físico sino por sus palabras y forma de actuar. Sacudió su cabeza alejando esos pensamientos y tuvo deseos de fumar más.

—¿Tienes otro cigarrilo? —preguntó haciendo que Minerva vuelva a él.

—Ni uno. —lamentó ella mostrándole la caja vacia y luego la arrojó— Yo también necesito más.

—¿Sigues tensa? —Julián hizo otra pregunta, esta un poco tonta, para no darle lugar al silencio.

—Un poco. —Minerva se encogió de hombros y de nuevo llevo su mirada al cielo.

Sin pensarlo Julián se acercó a ella lentamente hasta que sus hombros se pegaron y sus ojos volvieron a encontrarse. Con su mirada Minerva preguntó que le pasaba, pero Julián no respondió. Levantó una de sus manos y la llevó a su cabello para jugar haciendo rizos y también acariciarlo como ella acababa de decir que le ayudaba a relajarse. Después bajo su mirada de los ojos a Minerva a sus labios e inevitablemente ella hizo lo mismo. Ahora tenía su respuesta y entendía lo que pasaba con Julián. Sus labios tímidamente comenzaron a acariciarse hasta que se atrevieron a unirse en un beso. Iniciaron lento, averiguando si les gustaba, y llegaron a la conclusión de que les gustaba tanto que se pusieron más intensos. Minerva rodeo el cuello de Julián con sus brazos y lo acercó más, mientras él descansó sus manos en sus caderas. La situación era inesperada y desconocían los motivos que los habían llevado hasta ahí, pero no se detuvieron hasta que la falta de aire los obligó.

—Ahora tengo algo que me gustaría recordar. —Julián pensó en voz alta y sintió que Minerva sonreía.

—Y yo ya tengo suficiente relajación. —agregó ella esquivándolo para después alejarse, temía que de lo contrario llegarán a más.

Él no se opuso y quedó mirándola como un tonto con una sonrisa en el rostro que disimulo cuando Minerva encendió una de las pequeñas lámparas que usaba para iluminar el vagón.

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