Día 25

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5 de noviembre, 1973

Todo sucede por algo, todo tiene su trasfondo. Nada ocurre porque si.

-¿Cómo te sientes? - preguntó Amanda entrando a la pequeña sala de estar donde se encontraba su amigo durmiendo en el cómodo sofá.

-Mejor - suspiró sentándose.

-¿Quieres algo? ¿Un té? ¿Café? - volvió a preguntar la castaña.

-Solo... - suspiro levemente, atrapando el aire en su garganta - ...siéntate conmigo.

Amanda sonrió con ternura, porque verlo de esa forma, tan dolido y asustado, le causaba algo de gracia. No por la situación que estaba viviendo, sino, porque ella estuvo en ese mismo estado hace unas semanas atrás, y quién tuvo que contenerla fue nada más y nada menos que su amigo Ricardo.

Se sentó a su lado, tapando su cuerpo con la tersa frazada que había usado durante la madrugada. No se dijeron nada por varios minutos. Ricardo se acomodó sobre el pecho de su amiga al igual que un niño pequeño.

-¿Me dirás que está pasando? - se atrevió a preguntar luego de unos minutos, en donde Amanda solo le acarició el cabello.

Ricardo se enderezó, y miró a Amanda con los ojos entrecerrados. Quería olvidar por al menos unos minutos la desgracia que lo estaba persiguiendo, pero sabía que debía contarle a su amiga la situación que lo estaba atormentando.

-¿Qué quieres saber? - preguntó finalmente, sintiendo el terror correr por sus venas.

-El por qué te estás escondiendo - respondió su amiga con dulzura.

Sabía que podía confiar en ella. La conocía desde hace un tiempo, y había demostrado ser la mujer más comprensiva. Pero había algo que lo detenía, un no sé qué, que le apresionaba el pecho.

-No es fácil - comenzó, sin querer dar muchos detalles - Solo te diré que han pasado muchas cosas en estos días.

-¿Qué tan terribles? - preguntó, ya sabiendo de antemano la lógica respuesta.

-Bastante - repitió asintiendo repetidas veces, con la mirada fija en algún punto de la habitación.

Amanda no supo que decir. Estaba siendo entrometida y sabía que eso estaba mal, especialmente si era un tema delicado para su amigo.

-Hay un grupo de personas que me quieren ver muerto - volvió a hablar Ricardo, agachando su cabeza - Mi sexualidad no es de su agrado

Si antes se había quedado sin palabras, ahora no sabía como hablar. La impotencia recorrió su cuerpo y las ganas de gritar su garganta. Todo estaba mal, todo iba de mal en peor.

-¿Y por eso debes esconderte? - alzó levemente la voz, pero no recibió respuesta alguna. La paciencia comenzaba a agitarse. La rabia estaba siendo mucho más fuerte - ¡Contéstame! - gritó con las lágrimas saliendo de sus ojos.

-Amanda... - intentó hablar, pero la castaña se había puesto de pie y caminaba de un lado a otro, con las manos en la cara.

-¿Por qué en este mundo hay tanto odio? - lo interrumpió - ¿Por qué no pueden aceptar lo que es diferente? - tenía los ojos rojos, y la voz se le quebraba en cada palabra.

Llevaba días sin sentirse de esa manera. La impotencia comenzaba a ceder de a poco para darle lugar al miedo, ese mismo terror que sintió cuando le contaron la delicada situación en la que se encontraba su país, y como su vida corría peligro.

Ricardo se puso de pie, y envolvió sus brazos sobre su amiga, conteniéndola, contándole a través de su respiración que él sentía lo mismo.

-No llores, corazón. Todo va a estar bien - susurró en su oído, mas, su respuesta fue un sorbeteo de mocos - Si es necesario esconderme un tiempo, lo haré. Porque así algún día podré hacer justicia, por todos aquellos que no viven.

-No te mereces esto - dijo la castaña separándose de su amigo para observarlo. Se encontraba con los ojos llorosos, y las mejillas enrojecidad.

-Nadie, mi niña - respondió con tranquilidad, y eso a Amanda le producía profunda admiración, porque ella era incapaz - Pero así es la vida.

-Yo te voy a cuidar, lo prometo - habló decidida, apretando sus labios en una linea.

-De acuerdo - le sonrió mientras le limpiaba con los pulgares las saladas lágrimas que seguían brotando de sus orbes.

El moreno la atrajo hacia su cuerpo y la abrazó con fuerza, porque sabía que Amanda era de esas amistades que no puedes perder. Era de esas personas que valen oro. Su corazón es tan puro e inocente, que se merece el mismísimo cielo. No podía ver malas intenciones en sus palabras o gesto, todas sus lo que hacía era para el bien de su familia o amigos.

-¿Niall te ha pintado? - preguntó de pronto, queriendo dejar atrás la agitada conversación.

-¿Qué? - Amanda se separó de su amigo para así poder mirar su rostro. La pregunta la tomó por completa sorpresa - No, nunca ha pintado mi cuerpo.

Sus mejillas se tiñeron de un bonito carmesí, que delató a la inocente niña interior que se alojaba tras la dura y poderosa Amanda, que Ricardo solía conocer. Esa mujer que estaba dispuesto a protegerlo.

-No me refiero a tu cuerpo - soltó una sonora carcajada, contagiando a la castaña - Más bien, si ha hecho una pintura tuya. Un retrato quizás.

-No...

Algo de pronto hizo click dentro de su mente. Un recuerdo se asomó desde el baúl del olvido. Aquel lienzo con esa frase. Nunca más se sintió con la necesidad de volver a entrar en el estudio de Niall para  husmear por los rincones, esperando encontrar la escondida identidad del rubio. Nunca volvió a pensar en ese pedazo de tela.

-¿No qué? - preguntó Ricardo pasando la mano por la cara de su amiga

-No lo sé - respondió consternada.

-¿Te encuentras bien? - volvió a preguntar su amigo, pero esta vez con el ceño fruncido sin comprender su actitud. Amanda podía ser bastante bipolar si se lo proponía.

La castaña no respondió. Se puso de pie con rapidez y caminó hacia el estudio de Niall. La puerta estaba cerrada. Su respiración se aceleró ligeramente, y las piernas le flaquearon. No estaba tan segura de lo que quería hacer, pero se sentía con la necesidad de entrar y averiguar si la pintura ya estaba terminada.

-¿Qué vas a hacer? - Ricardo habló a sus espaldas, trayéndola de vuelta a la realidad.

-Observar - respondió sin darse la vuelta, mirando fijamente sus manos en la manilla.

-¿Qué cosa?

-Un lienzo. Una pintura.

-¿Estás..?

La puerta principal fue golpeada con brusquedad. El corazón de ambos amigos se paralizó. Se miraron y la peor de las tragedias pasó por sus mentes. Ya sabían donde estaba Ricardo y venían a buscarlo.

-Escóndete - murmuró a su amigo mientras caminaba con nerviosismo hacia la puerta que había sido golpeada nuevamente.

Las manos le temblaron, en especial al escuchar la brutalidad con la que el pedazo de madera era golpeado. Tomó el pomo sin querer darlo vuelta, esperando que nada estuviera llamando a la puerta. Otro golpe. Y la abrió.

Niall sonreía desde el pasillo, con su rostro lo más angelical posible.

-Disculpa - pronunció cuando vio la cara pálida de su compañera - No fue mi intención asustarlos. Tenía las manos ocupadas.

Y era verdad, cargaba un montón de cosas en sus hombros, brazos y manos.

Pasó por el lado de Amanda, le dio un casto beso en sus labios, dejó las cosas por ahí y fue a buscar a Ricardo. Tenía que hacerle saber, que era solo él, que nadie le haría daño.

30 días •n.h• TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora