Día 1

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10 de octubre, 1973

La llegada del otoño en París, se hacía notar en todo su esplendor.

Las hojas pálidas, totalmente decolorodas, caían livianas desde las copas frondosas de los árboles, y la muchedumbre se paseaba de lado a lado, portando ropa glamurosa mucho más gruesa.

Amanda miraba todo su alrededor totalmente asombrada. Era el escenario perfecto de una película romántica, pero aun así no podía dejar de temblar. Repentinos espamos le recorrían la espina dorsal y la hacían saltar, y no lograba entender si era debido al tangible frío que se colaba por su chaleco de lana gris o por el miedo que llevaba semanas incorporado dentro de su organismo.

Los gritos desesperados de niños y ancianos, llorando con clemencia, pidiendo ahogados entre saliva y llanto que porfavor, no se llevaran a sus seres queridos, le quemaron tan fuerte los oídos que por un momento juró que se desmayaría.

Aun no podía procesar que hace tan solo un par de horas atrás su vida corría peligro.

Se aferró con fuerza a su  mochila, prácticamente vacía. A penas contenía algunas fotografías y unas cuantas prendas de vestir. No había alcanzado a sacar más.

Pero de todas formas tuvo la suerte de salir con vida de aquella pesadilla, y todo gracias a su amigo Ricardo. O si no, probablemente estaría muerta, porque su nombre ya figuraba en las listas, y tenía que moverse con recelo en medio de la gran ciudad.

Se detuvo un momento, borrando aquellos horribles recuerdos.

Suspiró y miró a su alrededor.

Aquí estaba a salvo. En París jamás podrían encontrarla. Todo iría bien y podría volver a sonreír. Ya no habrían más lágrimas.

Miró hacia adelante con la esperanza rebozando en su pecho, y la gran Place de la Concorde se presentó ante sus oscuras orbes, con el obelisco imponiéndose desde el principio.

Había un montón de palomas picoteando en el pavimento, buscando un poco de comida para sobrevivir, mientras hombres y mujeres, totalmente ajenos a lo que ocurría en su mundo exterior, caminaban portando pesados abrigos, correteándolas, ayudándolas a emprender vuelo.

Una pizca de celos la inundó, y por un segundo tuvo la loca idea de lo que se sentiría ser un ave, libre y valiente, para así, solo tener que extender sus grandes alas y volar muy lejos de todos sus problemas.

No. Definitivamente correr muy lejos de sus problemas, no era su forma de actuar, pero aun así, lo había hecho. Había corrido lo más lejos de su país y ahora se encontraba a miles y miles de kilómetros de su familia, sola, con apenas 20 años, en una tierra totalmente nueva y desconocida. Ni siquiera había alcanzado a terminar sus estudios. No tenía como sobrevivir.

Los ojos le picaron, y tragó con fuerza el nudo que se había formado en su garganta.

Intentando olvidar el dolor que atestaba su alma, se dio la vuelta, y observó en lo alto a la majestuosa y elegante Torre Eiffel, que hace unos segundos acariciaba con ternura su espalda. Hace unos años atrás la había visto en la portada de una revista, y se había convertido en su sueño conocerla.

Y ahora que la tenía tan cerca, no le causaba la misma emoción.

Las cosas habían cambiado y tomado un rumbo muy distinto a lo que todos deseaban o esperaban.

Encogiéndose de hombros, un poco más calmada, giró sobre sus talones y caminó hacia el centro de la plaza en donde su amigo le había dicho que lo encontraría.

30 días •n.h• TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora