Día 26

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6 de noviembre, 1973

-¡Te amo, Niall! - gritó Ricardo mientras tomaba su cara y dejaba un beso corto en sus labios.

Amanda y el rubio quedaron en shock; el beso los tomó por completa sorpresa, y más que parecerle un disgusto, encontraron que el acto fue sincero y bastante gracioso. No pudieron controlar sus risas mientras observaban con amor como su amigo se alejaba entre la multitud.

Esa noche, habían roto cualquier esquema de pánico que los había mantenido encerrados en el oscuro departamento de Niall, saliendo a una fiesta de mala fama, escondida en algún suburbio de París. Querían intentar olvidar la vida monótona que los acompañaba.

Nada estaba bien, nada estaba mal.

Había un brote de felicidad instantánea esa madrugada. Los amigos por primera vez no sentían miedo; era como si todo a su al rededor estuviera en orden. Nada malo podría ocurrirles.

Niall tomó de la mano a Amanda y la acercó a su cuerpo, poniendo sus manos sobre su cintura, dejando caer sus labios sobre los de ella, en un beso lento y glorioso, lleno de amor y ternura.

- Necesito saber que es lo que haces para encantarme tanto - confesó el rubio una vez se separaron.

La joven no pudo controlar su sonrisa, ni mucho menos el intenso carmesí de sus mejillas.

- Es lo mismo que haces tú - contestó coqueta.

- Yo no hago nada - dijo Niall muy cerca de sus labios.

- Yo tampoco - mordió sus labios en un arrebato de sensualidad.

- Eres la mujer más maravillosa de este mundo, Amanda - el rubio la miraba a sus ojos, intentando que sus palabras penetraran en lo más profundo de su alma - No tienes idea del color que le has traído a mi vida. No quiero que te vayas, por favor. Quédate conmigo.

Amanda abrió la boca para contestar, mas ninguna palabra salió de ella. Sus ojos se volvieron agua en cosa de segundos, y un extraño sentimiento de felicidad le recorrió la espina dorsal. Se sentía como algo nuevo, sin embargo sabía de que se trataba; ya lo había experimentado, por lo que el terror de a poco invadió su menuda figura.

- Es una broma, ¿verdad? - susurró con temor, provocando que el agarre de Niall se hiciera más fuerte.

- No, no - habló rápidamente - Yo te quiero, Amanda. No sé como ni cuando. Solo pasó - suspiró cansado de no entender el origen de ese latente amor.

- Ya lo perdí todo. No me queda nada. Estoy sola, en un país que no conozco; y tengo miedo - cerró los ojos y una lágrima cayó por su mejilla derecha - Eres lo único que tengo y no quiero perderte.

No alcanzó a abrir sus ojos, ya que Niall la estaba besando con amor y ternura. No habían palabras para ese momento. Todo ya estaba dicho, lo demás sobraba.

- Bueno - dijo el rubio una ve se separaron. Dejó un casto beso en su frente para luego tomarla de las manos y sonreírle - ¡Basta de llorar! ¡Es hora de bailar!

Amanda no pudo decir que no ante aquella propuesta, y sin decir palabra alguna, cogió la mano de Niall y lo acercó al tumulto de personas que bailaban y bebían como si el mundo se les fuera en ello.

La música sonaba a todo dar y sus pies se movían casi por inercia al compás de la melodía.

El mundo daba vueltas como una ruleta. Nada tenía sentido. La vida había vuelto a ser pasajera y los tragos en el cuerpo, momentos de irrealidad en la oscuridad. Todo tenía sentido. El miedo se había vuelto una incógnita, un destello de agonía en la tragedia. La vida volvía a ser sencilla.

Pies y cuerpos rozándose, manos locas intentando tocar algo, lo que fuera; ojos que no veían, pero que estaban atentos.

La ciudad de la perdición, el valle de la indecencia.

Un shot, dos shots, tres shots, cuatro shots, siete shots, once shots, un shot, nueve shots, cuatro shots...

¿Cuántos había tomado?

Abrazados, inquietos y un tanto despreocupados, caminaban los tres amigos por la madrugada parisina en medio de la calle.

Ricardo a penas podía sostenerse de pie, pero poco y nada le importaba. El miedo había desaparecido de su ser y el que pudieran encontrarlo y matarle ahí en medio de la soledad, también carecía de algún tipo de importancia.

-¡Estos ignorantes no me van a ganar!

Protestó unas cuantas veces cuando el pánico volvía a hacer presencia. Sin embargo, a los segundos parecía olvidarse y volvía a ser el extrovertido joven que alguna vez llamó la atención de Amanda, no de la manera en la que están pensando, sino como el amigo intrépido y humilde en el que podía confiar.

Cuando abrieron la puerta del apartamento, la felicidad pareció esfumarse. Ricardo se dejó caer, más que derrotado, en el sillón para luego quedarse dormido entre quejidos y disparates que más que parecer entretenidos, comenzaban a colmar la paciencia de Amanda, quien solo quería descansar, se encontraba realmente cansada.

-¿Quieres algo? - le preguntó Niall cuando la vio dejar caer su cuerpo sobre la silla de la mesa de la cocina.

-Dormir - murmuró mientras apoyaba su cabeza en la mesa.

Niall sonrió y luego se acercó. Observó como sus pequeños ojos de a poco se iban cerrando y como la boca se le abrió lentamente, dejando ver sus dientes. La escena lo enterneció. La tomó entre sus brazos y la llevó cargando hasta la pieza, en donde la dejó con amor sobre el colchón. Le sacó los zapatos y también se quitó los de él, para luego acostarse al lado de Amanda tapándola con unas cuantas frazadas.

La castaña al sentir los fuertes brazos de su amante, abrió los ojos y lo miró intensamente, sintiendo el deseo correr por su sangre. Había algo más allá de lo carnal que lo unía a él, a ese rubio de sonrisa sincera que más que acogerla en su hogar, se robó su corazón.

-No sabes cuanto te quiero - habló Amanda mientras pasaba sus dedos por su mejilla. - No quiero irme.

Una fuerte declaración que no pensaba alguna vez aceptar. Pero, ¿qué más da? No podía negar que estar junto a él la hacía sentirse segura, libre.

-No tienes que hacerlo - respondió acercándola más a su cuerpo - Yo te cuidaré.

Amanda le regaló únicamente una sonrisa.

-No tienes por qué.

-Pero quiero hacerlo. Quiero que esa sonrisa jamás desaparezca - le tocó los labios - Quiero hacerte feliz.

Después de aquellas palabras, sus ojos chocaron, y la luna cayó a la tierra. Sus labios se derritieron mientras sus cuerpos se fundían en un intenso vai vén como el de las olas. A la deriva se podía sentir el deseo, y a las rastras, el recíproco sentimiento que los unía sin permiso.

Todo parecía perfecto bajo el amanecer.








Queridas lectoras:
Lamento un montón tardar tanto para actualizar:(
Desde ahora en adelante lo haré más seguido ya que solo quedan cuatro capítulo para terminar!
Espero que les gusten

Un abrazo...
Gemma.

30 días •n.h• TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora