Día 9

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20 de octubre, 1973

Un leve rayo de sol se filtró entre la cortina a penas cerrada, y no demoró mucho en despertar a Amanda. 

La castaña abrió sus ojos y lo primero que vio fueron las miles de partículas que volaban por ese alo de luz. Estiró una mano y comenzó a jugar, permitiendo o negando el paso para que el sol penetrara en sus pupilas.

El tacto suave y celestial de Niall la rodeaba por el estómago, al mismo tiempo que su profunda y pausada respiración le pegaba en la nuca. Era tranquilizador sentirlo dormir a su lado, pero no del todo, porque ya el conocido sentimiento de traición la acechaba.

Estar así junto a él era como engañar a Daniel. Era como olvidarlo en medio del desierto a penas un oasis se cruzara ante sus ojos.

Se sentía mal, si. Pero a la vez era reconfortante. Y hundida en tanta soledad parecía ser lo único que podía traerla de nuevo a la vida.

Una llovizna en la memoria la hizo retroceder al momento en que sus pies tocaron pavimento luego de una semana de completo encierro. Fueron tantos los sentimientos que se encontraron que no pudo hacer nada más que llorar. Y por primera vez lo hizo por ella, sabiendo que se lo debía. Había derramado tantas lágrimas por sus seres amados, que se había olvidado de su bienestar.

Niall no soltó su mano en ningún instante durante el recorrido, y la llenó de risas y exquisitos versos que le abrieron un particular arcoíris en medio de la oscuridad de su corazón a medida en que se perdían por los rincones más insólitos de la ciudad.

Olvidó por completo la pena y amargura que la envolvía y se dejó llevar, aunque fuera por unas horas, por la embriagadora felicidad que volvía a su ser.

Y así pasaron la mayor parte del día, aturdidos en exaltaciones atónitas que los dejaron más confundidos frente a los nuevos sentimientos que comenzaban a implantarse en sus corazones.

Cuando llegaron a la casa, no quisieron perder el extraño sentimiento que creció aun más durante la jornada y sin siquiera hablarlo se dejaron caer cansados en el único colchón en medio de la penumbra.

Acostada justo al lado de Niall en la fría mañana, Amanda sonrió, permitiendo que la luz penetrara en lo más profundo de su alma.

Se acurrucó otra vez en esos fuertes y grandes brazos que la sostenían, perdiéndose en la dulce fragancia masculina que el cuerpo de su compañero emanaba.

Cerró los ojos y pudo ver las grandes y oscuras orbes de Daniel saludándola. Parecía un sueño de mal gusto, una pesadilla. Pero aun así, se quedó inmóvil, mirando a ese rostro juvenil que no la recriminaba debido a su comportamiento, muy por el contrario, la saludaba y la abrazaba obligándola a mantenerse fuerte en la nueva etapa a la que se estaba adentrando.

Sin darse cuenta, cayó en un profundo sueño del cual despertó varias horas más tarde, cuando el sol ya no se colaba en la habitación y los pájaros no se escuchaban cantar, dando paso al bullicio de la gran ciudad. Niall ya no se encontraba a su lado, y aunque se decepcionó por un momento, decidió dejar de lado aquellos retorcidos pensamientos.

Se puso de pie fresca y radiante, y con un apetito abominable caminó en puntillas hasta la cocina.

Arriba de la pequeña mesa, había una nota de su compañero deseándole un buen día, al mismo tiempo en que le explicaba que llegaría tarde. Le causó gracia el pequeño corazón al final de la hoja y no pudo evitar doblarla para guardarla como un tesoro dentro de su mochila. Antes, tomó la única manzana que había en una fuente y se deció a comerla con entusiasmo.

30 días •n.h• TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora