Capítulo 3

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Como era costumbre, la hora del desayuno era silenciosa (al igual que la hora del almuerzo, comida, cena y resto del día). Los únicos sonidos notables eran la voz de Linda verificando que tuviera todo lo que deseara a mi alcance y el chocar metálico de los cubierto sobre el plato. La mayoría no añoraría mi lúgubre vida, siempre solitaria, pues la gente común suele tener sentimientos de atracción hacia uno o más individuos con quienes anhelan compartir su tiempo hasta aburrirse y pasar a la siguiente. Yo tenía mis pinturas, ellas me hablaban en silencio con sus trazos y pinceladas al yo pasear despreocupado a través de las escaleras de caracol que me llevaban por cada rincón de la gran sala cilíndrica. Todo lo que yo podía desear me era brindado por el arte en esa habitación, y si algún día me sentía insatisfecho o vacío sólo debía escoger la pintura que me llenaría y planear la extracción meticulosamente, para después llenar aquel vacío colgando un nuevo cuadro en las paredes color crema.

Pero ese día yo ya no me sentía dichoso, había dos huecos en mi alma que me torturaban cruelmente, uno estaba en La Galería Nacional de Londres y el otro, en una casucha a unos kilómetros de mi propia casa. Comía de forma espaciada con el teléfono celular a un lado de mi plato 'No va a llamar después de lo que hiciste', lo sabía muy bien y a pesar de ello esperaba que el teléfono sonara. Incluso después de que Linda recogiera la mesa, yo seguía ahí sentado escuchando cada vez que el segundero avanzaba sesenta veces por cada minuto. Lo más tormentoso era no poder visitar mi galería, lo hice ayer después de dejar a Pauline con su padrastro, sin embargo no pude evitar sentirme miserable.

Cuando llegó la hora de la comida y me rehusé a ser servido supe que debía hacer algo al respecto, iría por la pintura aunque tuviera que matar al bastardo que era el padrastro de Pauline.

Nuevamente me hallaba estacionado frente a la pequeña casa de una sola planta y la chatarra del padrastro de la pequeña pelirroja también, así que era muy probable que se encontrara dentro y Pauline en su trabajo lo cuál haría las cosas fáciles para mí, pues si ese idiota se convertía en un obstáculo sólo debía meterle una bala en la cabeza y hacerlo ver como un suicidio. Nada que no hubiera hecho antes y dudo que hubiera sido doloroso para Pauline. Saqué un pequeño revólver de la guantera y lo coloqué bien dentro de mi saco color vino moteado de verde en uno de los puños.

Estaba a unos pasos de la puerta cuando escuché un golpe seco, algo cayendo al suelo y un grito, era de Pauline. Un extraño escalofrío recorrió por completo mi cuerpo y una rabia particular comenzó a burbujear en mi interior, la puerta estaba abierta así entré sin dudar —¡Me importa una mierda que tengas que ir a tu empleo! Ya te lo dije, soy tu padre y vas a atenderme como lo que soy. Me preparas las tres comidas al día, limpias lo que tire y si te pido una cerveza de la nevera ¡Obedeces!— dicho lo último volvió a aterrizar su asquerosa mano en la mejilla de Pauline de forma violenta sin notar mi presencia aún.

—¡Quién va a obedecer aquí eres tú, bastardo de mierda!— usé la voz grave e imponente que siempre evita que un subordinado se rebele y el sujeto retrocedió un par de pasos por la sorpresa, como si le hubieran tirado un balde de agua helada encima. Lo tomé del cuello de la camisa y lo estampé contra la primera pared que encontré —Te vas a largar de aquí justo ahora y no vas a volver jamás en tu asquerosa vida ¡Oíste?— exclamé golpeándolo contra la pared en la última palabra, a pesar del miedo reflejado en su rostro, me dedicó una sonrisa sarcástica apestosa a alcohol con esos dientes amarillentos y torcidos—¡Oíste?— exclamé nuevamente azotándole contra la pared —No entiendes— la débil voz de Pauline sonaba aterrorizada desde el suelo —La casa es suya— su voz se quebró convirtiéndose en un susurro en la última palabra y las lágrimas brotaron una vez más de sus ojos.

—Ve por la pintura— cautelosa se puso de pie, quizá creyendo que el bastardo se escaparía de mi agarre, pero yo no forjé mi imperio con mi potente voz, escuché sus pasos llegar hasta el fondo de un pasillo, entrar a un habitación y volver con el lienzo a modo de escudo sólo dejando ver sus orbes color olivo que me dedicaban una mirada suplicante—Vayámonos— un destello de esperanza iluminó sus pupilas —Ni lo pienses, hijo de puta. Soy su tutor legal— sin importarme una mierda golpeé una vez más su cabeza contra la pared esta vez dejándolo inconsciente, solté mi agarre y él se desplomó flácido sobre el suelo.

Salí de ahí y Pauline me siguió en silencio, continuaba escudándose con el lienzo que no soltó incluso cuando subió al auto, me temía. Puse algo de música: 'Claro de Luna' de Debussy para que se calmara un poco —¿Dónde trabajas?—.

—Gracias, por...—    

—Dirección— no estaba interesado en su patético agradecimiento, no lo hice por ella. Tampoco quería que ella intentara iniciar una conversación. Me comunicó la dirección y la seguí hasta llegar a un hospital infantil  con colorida fachada —¿Qué es esto?— reconocí que la mayoría del arte que adornaba las paredes era suyo —Mi empleo. Enseño a pintar a los niños— 'Claro, un ángel' hasta que había bajado del auto dejó la pintura, y al fin sentí que era mía, aunque no completamente. Tenía que colgarla en la habitación cilíndrica.

—No busco ser una molestia, sólo necesito un par de noches para encontrar un nuevo lugar y...— jugueteaba de nuevo con ese ruidoso llavero.

—¿Qué estás diciendo?— no pude evitar sonreír de lado ante su ingenuidad —Cuando entré tu padrastro estaba impidiéndote ir a tu trabajo, yo te traje y eso es todo. Ahora tengo el cuadro y tú...— saqué mi sketchbook, lo hojeé hasta llegar al oscuro boceto, lo arranqué cuidadosamente y se lo entregué aún sonriendo irónico—Tienes tu dibujo— lo tomó con la manos temblorosas.

—Por favor, no tengo a dónde ir—

—No es mi asunto—

—Si llego a mi casa, él me golpeará otra vez. Te lo ruego— ya estaba fuera del auto y la puerta estaba cerrada así que no tenía nada que hacer. Encendí el motor y la dejé frente a la puerta del edificio lleno de colores vibrantes.

Sentí cosquillear mis dedos al tomar con mis manos el marco y no dejé de contemplarlo sosteniéndolo frente a mí en todo el camino a la galería—Señor ¿le apetece comer ya?—

—¡Ahora no, Linda!— 

Recorrí toda la planta baja hasta llegar a la puerta en el fondo que daba al jardín posterior, era circular, contaba con un techo de cristal, tenía una circunferencia de 30 m y era ocupado por exóticas plantas florales, frutales y árboles con un templete rodeado por agua justo en el centro. El jardín era precioso, mas lo que se ocultaba debajo era celestial. Crucé el puentecillo para llegar al templete y coloqué mi pulgar en la placa oculta en uno de los pilares, cuando mi huella fue escaneada, el templete comenzó su descenso como un elevador hasta llevarme al centro de la estructura cilíndrica, que más bien parecía un caracol.

'Por fin, por fin, por fin' repetía para mí creyendo que el final de mi suplicio había llegado. Olvidé por completo el asunto concerniente al otro cuadro por un momento, inclusive cuando usé el espacio que había guardado celosamente para él para colocar la pintura de Pauline. 'Es mía' y sí ahí estaba, completamente a mi merced 'Es... mía' algo andaba mal.

—Es mía, es mía, mía ¡Mierda!— golpeé la pared a un lado lado de la pintura que ahora parecía insignificante y vacía, me deslizé por la pared hasta llegar al suelo, otra vez miserable.

La necesitaba a ella. No. Necesitaba sus manos para que pintaran para mí. La necesitaba a ella en mi galería.

Lienzos CarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora