Capítulo 26

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Me revolvía en la cama incesantemente esa noche. Los resortes del colchón clamaban por un descanso mientras me movía desesperado sobre ellos sin poder conciliar el sueño, un abismo entre las sábanas me robaba toda la calma desde 'aquello que pasó en Roma' cómo lo refería yo para turbar un poco menos mi mente atormentada. A pesar del agradable clima tropical de Los Cabos, mi interior era frío y mi exterior desolado. Por toda la habitación había cajetillas de cigarrillos consumidos uno tras otro causando un hedor bastante malo incluso para mí.

Sabiendo que no dormiría esa noche (de nuevo), dejé la cama, despertando mis brazos y piernas al estirarme. Mi mano izquierda se hallaba agarrotada alrededor del revólver cargado al igual que todas las noches, esperando la traición de Jamie (naturalmente) ya fuese que decidiera asesinarme y quitarme lo poco que tenía entonces (sabiendo que mi promesa en efectivo era también una burda estrategia que llevaba al mismo destino, la traición), o guiara a la policía o al mismo Collins a mi paradero. Fuese la opción más estúpida o pensante que Jamie tomara, mi ventana estaba siempre abierta como precaución extra.

Solté el arma y encogí y extendí mis dedos de forma repetida para aliviar el dolor que pesaba sobre ellos, el arma forjada en metal descansaba sobre un libro que no me había atrevido a abrir aún. Deslicé mis yemas por la pasta gruesa color perla, sentí el relieve de las enredaderas doradas que adornaban delicadamente aquella caja de Pandora que anhelaba abrir, algo me dijo que era tiempo de hacerlo.

Un suspiro profundo resonó en cada eco del cuarto al tomar aquel tesoro entre mis impuras manos, era como abrir el corazón de Pauline y mirar dentro, cómo la extrañaba, cómo su ausencia me estaba matando más rápida que lentamente.

Quería que apretar su cuaderno contra mi pecho me diera el calor de su ser.

Finalmente abrí la tapa con excitación nerviosa y el corazón dando tumbos contra la garganta. En la primera página había una dedicatoria con letra diminuta y casi cursiva, de terminaciones como enredaderas curvadas; era Pauline.

"Para el ruiseñor que amo, que todos los días se posa en mi hombro y besa mi oído con su melodía silenciosa"

Rematada con un garabato a bolígrafo de un solo trazo en forma de ruiseñor al centro de la página de lechoso color.

Así poco a poco comencé a sentirla y verla en mi mente donde yacía escribiendo bajo los rayos del sol del jardín en Roma, su piel era como la nieve pero no se derretía ante el furor de la estrella diurna, sino que brillaba celosamente de tanta pureza. No, Pauline no era como la nieve, la nieve le tenía envidia.

Primero hojeé con ese nudo en la garganta que quema de emoción. El diario se desarrollaba bajo los títulos de sonetos y otras obras que con palabras como enredaderas de rosales en un muro, se extendían a lo largo de un lienzo más pequeño delimitado por las páginas pero no limitado a ellas, fluyendo en el papel, acariciándolo como el viento rozaría sus delicadas alas de gorrión.

¿Qué piensan las hojas cuando caen?

¿Qué piensan las hojas cuando caen?
¿Se desprenden seguras de sus ramas? ¿O será que hasta el momento último se aferran del tallo con terror a la caída?

No son mariposas y no son pájaros
Cuando caen no hay vuelta atrás
No hay alas, ni impulso ni nada que las sostenga
Cortan el aire y el aire las corta a ellas
Y caen hasta el suelo

No soy una mariposa, tampoco un gorrión
Me siento como una hoja
Hoja que cae al suelo
Sin embargo hoy no tengo miedo, puedo soltar mi tallo sin terror
Porque el suelo es mullido, cubierto con follaje y ahí me esperas tú

Lienzos CarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora