Capítulo 11

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En el canto difónico, el artista produce dos notas de forma simultánea, una de ellas es grave; la otra, es tan aguda como una alarma que, en el caso de Pauline pedía ayuda.

Cantaba a ratos durante el trayecto, no de la forma extravagante que utilizan los cantantes de garganta; sin embargo podía escuchar claramente esa segunda nota, una nota de agonía que quemaba como la propia muerte dentro de mi ser.

Cantaba a ratos, cuando no estaba sumida en la tortura de sus recuerdos o llorando de modo quedo. Entonaba extrañas cancioncillas de pinta alegre entre dientes, así que me era imposible descifrar la letra de la mayoría; aunque recuerdo un verso de la que repetía más:

 El diablillo acecha a la paloma

El diablillo ataca a la paloma

La paloma arranca los ojos del diablillo

Porque la paloma también es un diablillo

Otro de los versos que escuché durante el viaje desde Alberta a Vancouver (donde nos esperaba un barco que nos llevaría a Tokyo sin que nadie lo supiera. No debía parecer que huía de la escena, Linda diría que llevaba en Tokyo varios días y ahí tomaríamos un vuelo hacia Italia) estaba conformado por una sola palabra. Repetía 'mala' como si se tratara una canción que tocara con solo la nota 'do', las primeras cuatro horas le repetía constantemente que eso no era verdad.

El aire era frío como de costumbre y el cielo comenzó a tornarse anaranjado, después rojizo, rojo sangre sobre el horizonte 'Lenguas de fuego como sangre' había escrito en su diario Edvard Munch acerca de sus cuadro famoso 'El grito'. Era en realidad un espectáculo natural de suma belleza, sin embargo no presté atención. Como los amigos de Munch simplemente pasé de largo, pero Pauline era Edvard Munch.

—¡Detente!—

Un grito desgarró la escena  y perdí al instante el control del auto. Una, dos y más vueltas sobre la carretera sin poder evitarlo, todo pasó como una tira de fotografías que forma una película, demasiado rápido para mis ojos pero mis oídos aún podían escuchar el grito de Pauline; creí que al fin estaríamos muertos, mas no fue así.

—Detente, detente, detente— oprimía fuertemente su cabeza con sus palmas ¿Quería detener la agresión de su padrastro o finalmente cayó en la cuenta de que era tan solo un sueño que la acosaba despierta? ¿Podía yo despertarla?

—Pauline, despierta, estoy aquí— dije con la voz más suave que pude articular colocando sus mano en mi rostro, tal vez no me veía, pero necesitaba que me sintiera. Su mano se contrajo al contacto con mi piel y la retiró en el acto, no me conocía —Detente, por favor. Canta— golpeó sus cabeza con los puños tratando de ahuyentar los demonios —Canta una canción ¡Detente!— abrazó sus rodillas convirtiéndose en un bulto muy pequeño.

Cantar, hacía mucho que cantar había salido de mi lista de pasatiempos. Amaba la música, mas no cantaba a pesar de que Linda me apodara passerotto por mi voz. Además ¿Qué le cantaría? Por supuesto la única canción de la que conocía la letra completa.

Wise men say only fools rush in

But I can't help falling in love with you

Shall I stay?

Would it be a sin

If I can't help falling in love with you?

Comencé titubeante y Pauline no parecía sacar algo de ello. Estaba cantando por esa niña que continuaba y continuaría rompiendo todos los esquemas que construí con suprema cautela para evitar precisamente una historia como ésta. No podía evitar enamorarme de ella, era verdad.

Like a river flows surely to the sea

Darling so it goes

Some things are meant to be

Take my hand, take my whole life too

For I can't help falling in love with you

A la mitad de esto la mirada de Pauline había adquirido otro color, otra expresión. Más que gris tormentoso y lenguas de fuego, veía un tono marrón casi tranquilo igual que el otoño y cantamos la canción algunas veces más. Pauline lo hacía con los ojos cerrados, seguíamos dentro del auto a un lado de la carretera después de haber derrapado y como si esto no importara en lo absoluto.

—¿Crees, crees que haya cosas que estén destinadas a ser?— se oía como la Pauline de siempre, se liberó una parte de la tensión que acongojaba en mi pecho al verla de nuevo conmigo —No, creo que somos como piezas de un rompecabezas en blanco, y encajamos con otras casi como si fuera a propósito—

—¿Tú y yo somos piezas que encajamos?— había un deje de duda en sus palabras, estaba pidiendo una prueba, tenía miedo de elegir quedarse conmigo y que eso fuera una desición equivocada porque sabía que sufriría conmigo. Quería saber si valdría la pena sufrir conmigo, y en vez de frustrarme a causa de su duda, me alegré de que quisiera encontrar escusas para estar juntos.

Alcé mi mano abierta frente a mí, Pauline juntó la suya, su palma era mucho más suave y sus dedos mucho más pequeños, entonces entrelazé los míos con los suyos y su mano más pequeña yacía dentro de la mía como si fueran hechas a medida —¿Lo ves? Encaje perfecto—

Lienzos CarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora