Capítulo 22

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El pitillo del cigarrillo perecía lentamente en la mano de Hills, había revisado aquella pizarra tantas veces que le parecía la cosa más familiar del mundo, la más trágica también. Se preguntaba cada vez que contemplaba la superficie inmutable del pizarrón la razón que lo llevaba a analizarlo una vez más.

-Robinson tiene razón- inspiró de nuevo su cigarrillo y suspiró diciendo aquello en voz alta tratando de convencerse a sí mismo -De todos los casos, este tiene que ser el menos importante. Digo, ni siquiera hay una familia que... - 'Mierda' pensó interrumpiendo sus palabras carentes de sentido, era imposible que lo dejase así, aunque ya era hora de desocupar el tablero y pasar al siguiente expediente. Sin dudarlo las manos maduras quitaron cada pieza de evidencia y cada pieza fue reorganizada en una caja de cartón.

Hills estacionó su auto en el pequeño porche y tan pronto como pudo (sin ser detenido por alguna esposa o hijo, pues carecía de ello) bajó todos los escalones que lo separaban del sótano y en una de las grises paredes volvió a armar el inconcluso caso que le quitaba el sueño. Estaba casi un 100% seguro de que ese bastardo rico Napoli era el responsable, pero entre el poder de acusarlo y su punto actual había un abismal trecho lleno de baches de evidencia. Aún así caería, el bastardo caería, de acuerdo a sus pensamientos.

El café negro y bien cargado era su elixir por aquellos días. Se encontraba a la mañana siguiente visitando la cafetera de la estación policial antes que cualquier otra cosa, 'si tan solo pudiera probar que Napoli cometió el crimen ¿cómo? ¿cómo carajos?' nadie iba a incriminarlo, todos sus subordinados le temían y la única que no lo hacía estaba de su lado. Por otra parte estaba también en sus manos cierta información del caso de los oficiales que murieron en el incendio de la mansión que poseía el excéntrico sanguinario, sin embargo, a pocas horas de tener esos datos en sus manos llegó la Interpol a confiscarlos, dejándolo sin las partes más importantes del rompecabezas y sólo con escasas fotos del retrato hablado, entre otras insignificancias. Su equipo, confundido al principio, hacía tiempo que se había olvidado de todo aquello y llevaban sus vidas y trabajos como hacían normalmente ¿qué hacía a Hills diferente?

La burbuja de sus cavilaciones fue drásticamente reventada por el sonido de leves golpes en la puerta de cristal de la salita de café donde una joven de veinti-tantos quizá, se asomaba dudosa. Hills jamás la había visto, su frente se arrugaba al tratar de encontrarla en sus recuerdos pero aún así le hizo una seña para que entrara y tomara asiento en la modesta mesa de madera en el centro de la habitación.

La mujer entró aún vacilante y se sentó frente a Hills, le tomó unos segundos comenzar a hablar.

-Estoy muy preocupada por Pauline- si Hills hubiera estado bebiendo un sorbo de su café en el instante en que ella dijo eso, se habría atragantado -¿Pauline... Gagnon?- asintió con una luz de esperanza, una confusión profunda asaltó al oficial de corbata a rayas -¿Puedo preguntar, cómo la conoce?- su corazón latiendo repentinamente más rápido de lo normal amenazaba con subir a su garganta con la llegada de una nueva (aunque diminuta al parecer) pista de aquella misteriosa y desdichada chica cuya vida parecía sumida en un turbio pantano del que no se adivinaba nada, una completa laguna mental desconocida para todos ¿o no todos?

-Soy una de sus compañeras-
-¿De escuela?- Hills negó para sí 'No puede ser, interrogamos a todos sus compañeros. No tenía ni un amigo, a causa de sus faltas recurrentes' pensó recordando el comienzo infructuoso de su investigación.

-De voluntariado, en el hospital de niños- '¿cómo es que nadie sabía eso de Pauline?' -¿Voluntariado?- avanzaba Hills con las preguntas reafirmando el hecho de que había estado caminando a ciegas todo este tiempo -Enseñaba a pintar a los pequeños, junto conmigo. De pronto dejó de venir. Pero nadie sabía su dirección y luego vi su cara en los anuncios de desaparecidos, pero temía venir ¿dónde está?- las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos y rodar por sus mejillas, lágrimas de culpa y cariño. Un nudó se formó en la garganta del hombre caucásico pues obviamente sería difícil comunicar la noticia entera.

Lienzos CarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora