Capítulo 12

17 1 0
                                    

Un escalofrío se instaló en mi nuca apenas me paré frente al ruinoso lote atrapado por enredaderas. El viaje había durado más de lo previsto (dos semanas) pues Pauline entraba en crisis cada vez que veía los aviones, sin embargo, allí estabamos al final. Evidentemente nadie había pisado esos suelos en años y aquello no me producía un buen presentimiento.

¿Qué es lo que me había llevado ahí después de tantos años vagando para dejarlo en el pasado? No estaba a salvo, pero eso nunca fue un problema. Podría haber sido porque estaba listo para recibir respuestas de Salvatore, no obstante mi espalda estaba llena de puñaladas que no podían importarme menos. Entonces ¿Qué hacía ahí?

-Vayámonos de aquí. Lo antes posible- Pauline había estado muda algunas horas, solo asintió y recogió una pequeña maleta de mano que yo personalmente había llenado con pinturas de diferentes colores, todos los que ella pudiera emplear. Sin embargo al dar la espalda a la cueva resuelto a arrojarla al vacío en mi mente a donde fueron todos los recuerdos que me hacían débil, la pesada puerta frontal llena de moho se abrió con un chirrido peculiar muy conocido -No esperes que acepte que te vayas tan de prisa, van goghie- las palabras se deslizaban fuera de sus labios como la miel fluye de un panal al igual que siempre. No pude evitar pensar en esos anzuelos de llamativos colores que atraen a los peces a la muerte, pues era exactamente lo que Salvatore era.

De cabello rubio cenizo, ojos azul verdoso, labios carnosos y rosados. La perdición de cualquier presa, la trampa perfecta; y para completar el cuadro, disfrutaba ser la destrucción de la belleza de la pureza.

En mi estancia en la cueva pasaba momentos de cólera al verle llegar con una o dos chicas de mi propia edad que desconocían el miserable futuro que les esperaba, cólera carente de compasión o piedad sino llena de repudio hacia los meros juguetes sexuales de Salvatore por creerse lo suficientemente inteligentes, cuando la verdad era que estarían muertas al día siguiente. Esa era la diferencia entre Salvatore y yo, el mataba por puro placer.

-No esperes que siga siendo tu perdidamente enamorado van goghie- de nuevo lo veía al rostro con una arrogante postura, pero manteniendo la distancia -¿Tú enamorado de mí? Jamás lo pensé, lo juro. De haberlo sabido, nos habríamos divertido bastante- era probable que en verdad desconociera lo que provocó mucho tiempo en mí, incluso era posible que no supiera en realidad lo que son los sentimientos o que yo lo supiera, no obstante sentía la ardiente necesidad de sacar todos los secretos de lo que se hizo un ático en mi mente -¿Quién dice que no podemos divertirnos ahora?- relamió sus labios desvió su mirada y de nuevo la clavó en mi, era una insinuación sin duda, una muy peligrosa y carente de valor para mí, ahora. En años pasados solía quedarme despierto y escuchar los ruidos sucios que provenían de su alcoba, 'divirtiéndose' con sus presas en la cama y 'divirtiéndose' después haciendo profundos cortes en ellas ahora atadas a alguna silla.

Hice una seña a Pauline para irnos y finalmente le di la espalda, pero Pauline no. Estaba apenas plantada en el suelo así que tuve que sostenerla para que no cayera -¿Estás bien? No te preocupes, ya nos vamos- hablé sereno ya que aquella no era la primera vez que le ocurría algo parecido y lo atribuía a la sobrecarga de recuerdos que a menudo se amontonaban sobre su cabeza. Pero no, era mucho peor, sus ojos que siempre se anclaban a los míos en un intento de no alejarse de la cordura se perdieron en un abismo, sin expresión, enfoque, brillo. Algo que llaman convulsión ausente.

-¿Pauline? ¡Pauline, mírame!- tomé sus rostro dirigiendo sus ojos a los míos, pero no tenía caso, no me veía. Palpé mis bolsillos '¡Mierda, dónde está el puto teléfono!' -Una ambulancia- quise gritar soltando en vez un hilo de voz. Detestaba la impotencia que sentía cuando algo le sucedía a Pauline, me volvía un total inútil y experimentaba un violento vértigo. Ella moría, yo moría, estaba ligado a ella; era mi cruz, mi castigo, y sin embargo, mi salvación.

Sentí un vacío entre mis brazos, la calidez del cuerpo de mi passerotto se esfumó de pronto y pasó un segundo entero para enterarme de lo que sucedía, Salvatore la cargó en sus brazos.

-¡Suéltala bastardo hijo de...- lo más rápido que el torrente de adrenalina que liberó mi cuerpo me permitió jalé el hombro del hombre rubio con toda mi fuerza y casi cae- ¿No ves la situación acaso? ¿Dejarías que muera solo porque no confías en mí?- ¿Pauline lo valía? ¿Dejar de lado el odio de más de una década en un instante por ella? Por supuesto.

-La llevo yo- la quité de sus brazos y él abrió la puerta de su auto para dejarme pasar. La crisis había pasado de modo que Pauline me miraba en silencio, sufriendo por no poder articular una palabra -Seremos tú y yo de nuevo. Resiste un poco más- besé su frente ganando una reacción extraña por parte de Salvatore.

***

Después de dar un sorbo al oscuro líquido humeante contenido en el vaso de papel hice una mueca a causa del mal sabor. Los hospitales siempre han sido lo peor, las noches que pasé en sillas similares esperando que terminaran de lavarle el estómago a mi madre después de una borrachera o que le dieran puntadas luego de una pelea.

-¿Qué es ella?- sería demasiado creer que Salvatore se interesara en Pauline, pero no quería saber sobre ella sino su relación conmigo y el por qué me interesaba a mí. De ahí la extrañeza de la pregunta.

Jamás lo habría ententido, aunque intentara explicárselo, el vínculo que existía entre aquella niña y yo. Sería como si un ciego explicara los colores a otro, porque sí, yo también era un ciego. No abrí la boca siquiera, de todos modos no estaba ahí para una amena charla con aquella persona que me hacía sentir casi tantas cosas como Pauline, cosas no precisamente agradables.

-Pauline, ¿es acaso el Gauguin de tu Van Gogh?- sus palabras lograban irritarme con ese tono burlón, no, provocativo que usaba para obtener siempre respuesta y que sólo las personas que lo conocíamos más íntimamente podíamos evitar confundirlo con el carisma de alguien simplemente amable.

-Es alguien completamente fuera de tu entendimiento. Tu ayuda hoy fue muy buena, vete ya- ese hombre era un depredador y si rondaba por aquí debía estar acechando. Sólo evité obligarlo a salir a causa de que un viejo hombre de bata me llamó por el apellido.

-Es un error- corté el hilo del habla del médico de bata blanca con certeza y este me miró contrariado al escuchar mi reacción, mientras tanto, Salvatore había desaparecido de la vista -Entiendo que es una noticia repentina, pero... -

-Realice cuantos análisis necesite, le aseguro que es un error- estaba en una típica postura de defensa, brazos cruzados -Realizamos estas pruebas con el mayor cuidado, le juro que no hay error- apreté mis puños hasta que mis nudillos se tornaron blancos.

-Extraiga cuanto antes- tenía miedo de que Pauline lo supiera y se pusiera peor o decidiera vivir con ello, porque yo no podría.

Escuché gritos provenientes de la habitación de Pauline.

-¿A dónde fue el hombre que estaba justo aquí?- me apresuré a la puerta -Entró allí- el anciano señaló, en efecto, el cuarto de Pauline.

Salvatore había arrebatado a Pauline de mis brazos antes, y aunque tan solo fueron unos segundos aquello me causó terror. Pero hay más y peores formas de arrebatar, y las experimenté todas a partir de que Salvatore llegó a inmiscuirse en nuestras vidas.

Lienzos CarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora