Capítulo 14

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—¡No! ¡No es verdad! ¡No!—  Pauline se aferraba a las almohadas con las que cubría su cabeza con violencia, Salvatore se hallaba simplemente sentado en la silla a un lado de la cama de hospital, lo que significaba que el daño realizado había sido mental, peligroso, causando una zona de derrumbe.

—Dime que miente— no sabía de que hablaba, pero por supuesto que lo sabía, esperaba no saberlo —Siempre miente— intentaba llevar las cosas con mucha precaución y sin mentir, pues Pauline no era nada tonta. Salvatore me miraba como si tuviera la certeza de tener la batalla ganada —Que niegue que quería extraerlo igual que un tumor— los dulces y turbados ojos de Pauline se posaron en los míos y me sentí desfallecer —Es por tu bien—

—Dime que miente— quisiera haberle aceptado fácilmente, pero era algo muy grande para mí —No, y yo tampoco. Es por tu bien, Pauline— me acerqué a ella, me senté a su lado y sostuve sus manos entre las mías —Recuerda, seremos tú y yo, te prometí. Tú... y yo, solamente—  las manos delgadas y frías dejaron las mías —Es un ser repulsivo, egoísta, como te dije. Y si no huyes de él, te matará junto con tu bebé— Salvatore se acercó a su oído confidente pero me miraba a mí '¿qué demonios sigues buscando de mí?' de pronto estaba agitado y nervioso, buscando una manera de recuperarla. Sólo pensé estupideces.

—No podrías matar a tu hijo, no lo harías ¿cierto?— las lágrimas se acumularon en sus ojos y rodaron a través de sus mejillas dejando un camino húmedo que sólo quería enjugar y besar, pero sentía una horrible rabia que enseguida humedeció mis propios ojos —No sabes siquiera si es mío— al instante supe que esas palabras nunca debieron dejar mis labios, sin embargo lo habían hecho ya, el daño estaba hecho. El suelo se sacudía en esa zona de derrumbe.

—Te hiere y te abandona. No es quien crees— casi olvidaba que Salvatore estaba allí, solo veía a Pauline, su voz se hizo escuchar nuevamente y estaba seguro de que lo mataría. —¡Calla esa maldita boca, no te atrevas a usar tu falsa compasión con ella!— Desde mi lugar lo tomé del cuello de la camisa y el sonrió, un golpe inconsciente y ahora se reía en el suelo, al otro lado de la cama. —Que brazo, debí haberte conservado. Ciertamente eres una reina y no un simple peón de ajedrez. Mi error fue usarte como tal— quería acabar con él a todo costo, pero una pequeña mano se aferró a mi manga con motas verdes, justo como aquella vez.

—Aléjate de nosotros. Por favor— me sentí mareado, confundido. No entendía a quien se refería con 'nosotros' pues su mano se posó sobre su vientre pero después buscó el brazo de Salvatore para ayudarlo a incorporarse.

Alejarme habría sido lo mejor, hubiera preferido que me sacaran a patadas del hospital y cuidaran que no volviera a acercarme a Pauline. Y no obstante, había un detalle para nada insignificante. Salvatore estaba acechando.

Pauline veía en Salvatore a un protector, cualidad que yo había perdido. Sólo un protector, podía ver en su mirada que le repudiaba e incluso temía, pero a mí me miraba mucho peor. Me tenía pavor, pero no me odiaba, percibía todavía amor en su rostro. Entonces cuando Salvatore ofreció esa protección a Pauline, la aceptó, por su hijo, ya fuera este un regalo mío o una cruz de su padrastro. Entonces cuando Salvatore me ofreció un trato lo acepté, porque sabía que de no hacerlo Pauline moriría en verdad.

Así terminé en aquella situación, siempre separado de Pauline por una puerta y un abismo donde antes se erguía su confianza en mí. Aún desconocía los motivos de Salvatore para tenernos ahí a los dos, sabiendo que él nunca buscaba trofeos, buscaba momentos, experiencias que lo llenaran. Tenía un juego para nosotros, debía recuperar a Pauline antes de que éste se volviera mortal.

***

—Te juro que amaré a ese hijo mío. Tiene una parte de ti, es lo que me basta para adorarlo— cuando comencé a visitarla todos los días a esa hora, ese tipo de palabras eran una simple estrategia para que accediera a regresar a mi lado. Sin saber qué cambió, esas palabras comenzaron a convertirse en algo genuino, y ciertas noches incluso soñaba con Laurie (nombre que había decidido darle a la masilla de células que apenas vivía en sus entrañas). Hablaba sin parar hasta muy entrada la noche, aparentemente sólo en aquel largo pasillo, imaginaba a Pauline al otro lado de la puerta escuchando en silencio y percibía levemente su respiración y el garabateo sobre las hojas cuadriculadas de vez en cuando.

Cuando los delgados trozos de papel dejaron de pasar bajo la puerta supe que se había dormido sin más, pegada a la puerta y solo quería llevarla hasta su cama y depositarla allí con toda la ternura que mi horrible ser me permitiera, pegándome, en vez, más a ésta anhelando sentir su piel a través de la madera.

Seguía recostado contra la puerta desteñida, manteniendo mis ojos cerrados para facilitar a mi cerebro el imaginar una situación mejor cuando sentí un paño mojado aterrizar sobre mi rostro, olía a alguna hierba medicinal y áloe —Que mier... — comencé a la vez que quitaba la toalla de mi cara, una chica de quizá la misma edad de Pauline se sentó repentinamente a mi lado —Tu cara es un desastre. Sangre puede ser muy inmaduro y tú muy impulsivo—
—Sangre— 'que apodo más patético' lo segundo sólo lo dije para mí, sin embargo lo primero salió como un susurro que aquella chica de mechas rosadas en el pelo negro maltratado logró escuchar —Yo le digo así porque cuando no está inmerso en sus trabajos pinta extraños cuadros con no más que pintura roja, como si fuera una escena sangrienta. Pero la verdad es que, no ha matado a nadie. Ninguno de nosotros en realidad, además de Salvatore—

—Yo sí, decenas de gente— ¿de dónde había venido eso? No lo sé con certeza, aunque al parecer no me sentía yo mismo, Elian Napoli murió calcinado junto con mi vivienda, falleció en Canadá y me abandonó desde entonces. Elian Napoli era cruel, despiadado y ajeno a confesiones. Me sentí mentalmente agotado, cansado de ser inamovible y por una vez escuché a alguna persona que no fuera Pauline.

—¿Eres como él?— había algo extraño en su habla —No—
—¿Entonces tú por qué asesinas?—
—Para alimentar mi adicción—
—Eres adicto a matar—
—Soy adicto a lo que me causa placer— me miró escrutado a con los vivaces ojos miel gatunos —¿Y, qué es eso entonces, lo que te hace diferente a Salvatore?— sentí un golpe, mental —Nada— apretaba el paño entre mis manos como algo en que apoyarme pero ella me lo arrebató y comenzó a limpiar mis heridas sin que yo opusiera la menor resistencia, perdidos mis ojos en el profundo vacío.

—¿Por qué?— mi mano apartó la suya a media labor, eran dos simples palabras pero la chica entendió su significado '¿por qué eres amable con un completo desconocido, y asesino?' —Salvatore, él mató a mi hermana— no comprendía y ella lo notó en mi mirada —Te pregunté si podías ver la diferencia entre ustedes dos y a pesar de que no eres capaz de verla yo sí puedo— terminó de poner una bandita en mi nariz y sin más que añadir, se alejó por el pasillo.

En realidad ¿cuál era la diferencia entre el objetivo y el daño colateral si el daño está hecho? ¿Llora más la viuda del policía cuyo perpetrador juró venganza que la viuda de un soldado muerto en combate? No.

Cuando me percaté de mí mismo de nuevo, estaba soñando. A diferencia de la última vez, el escenario era dominado por la luz blanca y así mimo era toda la superficie, blaquísima a excepción de un enorme lienzo que se erguía sobre la pared frente a mí. Eso era todo lo que podía ver.

Me concentré en el lienzo de blanquecina lona y al levantar mi mano hacia él, ésta misma sostenía un arma. Me concentré ahora en la portadora del arma de fuego y al alzar la mirada de nuevo hacia el enorme lienzo algo se interponía entre los dos. Una mujer sobre sus rodillas, sostenía en brazos a un pequeño niño y sin importar cuánto intenté, no pude reconocer a ninguno de los dos.

La mirada de la mujer era penetrante y no se desvió de la mía en momento alguno, de todos modos tampoco dejó de arrullar al infante en su seno. Sin evitarlo, dirigí mi mano armada hacia ellos, hacia la cabeza del pequeño que reposaba en el pecho de su madre, de modo que ambos morirían en caso de disparar. Y así lo hice.

El ruido habitual, humo y sonido metálico del casquillo danzando en el suelo y, estaba hecho. El lienzo que antes era de puro color tenía manchas rojas a todo lo largo y justo en medio, la bala. Antes de poder pasar las yemas de mis dedos sobre el lienzo todo se enrolló y adquirió características muy conocidas; estaba en la habitación cilíndrica aún frente a la obra de mi bala.

La blancura había desaparecido, pero los cuerpos no. También adquirieron características muy conocidas. Era Pauline, y era Laurie.

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