Capítulo 9

72 9 4
                                    

Un cántaro roto jamás, jamás podrá volver a ser igual. Las fracturas en un hermoso jarrón de urbino permanecerán ahí; visibles, delatadoras, debilitando la estructura del jarrón mismo haciéndolo proclive a romperse de nuevo. En "El cántaro roto"  Greuze usa un cántaro roto como parte de su representación de la inocencia perdida de forma muy acertada, una vez que ésta se fractura, no hay cosa que la restaure por completo.

Los ojos de Pauline revelaban sus fracturas.

Era testigo de las más horrible escena en mi vida, sin embargo no lo digo así por la gran cantidad de sangre seca que había por toda la cama, el cuerpo que despedía un olor insoportable o el agujero que tenía éste en su pecho; sino por ver a Pauline en un rincón apuntando el arma a su cabeza, susurrando palabras inteligibles entre sollozos y el estado del puto cadáver desnudo que indicaba que un asesinato habría ocurrido por lo menos tres días atrás.

Todo eso me había dejado petrificado en la entrada de la habitación, probablemente Pauline aún no sabía que ahí estaba, su vestido estaba rasgado casi por completo dejando ver partes de Pauline que nadie debería ver, tal vez ni yo mismo. —Mi... — 'passerotto' pensaba decir, pero el acto atroz al que la orillé a cometer ¿No sería un escupitajo a su bello rostro fracturado seguir llamándola mía sin merecerla? De todos modos busqué algo con que cubrirla y al no encontrar más que sábanas manchadas de rojo, la envolví con mi saco arrancando el revólver de sus dedos con dificultad. 'Todos' susurraba una y otra vez como única frase, no entendía.

—Pauline, ¿qué te hizo ese bastardo hijo de perra?— intentaba contener mi voz en un volumen sereno, no dijo nada más que 'Todos' al igual que una grabadora descompuesta, víctima de nuevos temblores volví a hablarle entrecortado por los mismos —Por favor, no te alejes de mi lado. Aunque sea la peor mierda, no me dejes, tengo miedo—.

Las personas que me conocen podrían conectar muchas palabras conmigo: 'terror' 'egoísmo' 'muerte', pero no hallarías una sola que mencionara 'miedo' en la lista; por el simple hecho de que eso no existía en mí. Se agotó mucho tiempo atrás y no quedaba ni una gota, sin embargo ahora sentía un torrente de miedo inundarme.

Los ojos de Pauline revelaban más, la locura.

A causa de mi enferma profesión he visto esa mirada en mis víctimas muchas veces, a veces como última línea de defensa ante la muerte: Ojos desorbitados, cegados, hiperactivos, cansados, perdidos a pesar de parecer centrar su atención siempre en algo.—Vuelve, mi vida— en eso se había convertido ella definitivamente puesto que sentía como si algo que podría llamar mi alma (nunca he creído en su existencia) abandonara mi cuerpo en el instante en  que me percaté de la ausencia de Pauline en su cuerpo —Todos somos malos— pronunció con su vista en algún punto infinito en el espacio. Sentí enloquecer también.

Puedo jurar que los gritos desgarradores que provenían de mi garganta no eran míos, al menos no del todo. Saber que un monstruo sin escrúpulos habitaba mi interior exaltó violentamente a una parte de mí ¿Una parte enterrada? Él gritaba intentando sacarme de su cuerpo porque era venenoso, yo intentaba salir porque lo sabía también y sólo quería desaparecer para siempre. —¡Todos somos malos! ¡Pero tú no! ¡Tú eres un ángel puro! ¡Tú eres buena! ¡Tú... no eres... como yo!— caí al suelo sobre mis codos a causa de que los temblores se hacían cada vez más violentos y luego las lágrimas rodaban por mis mejillas quemando la piel arrancándome más gritos.

La resaca, falta de alimento y agua, el violento suceso que acababa de tomar mi cuerpo me dejaron tendido sobre el suelo de madera dos horas, quizá más. Pensé en acabar todo para los dos con una bala para cada uno; no podía matar a Pauline, no había sido capaz hasta entonces. Eso descartaba cualquier posibilidad de atravesar mi propia cabeza ¿Quién cuidaría entonces a Pauline? La tomé en mis brazos, y tan solo ese acto me hizo sentir tan indigno de ella, lloré nuevamente sobre su cabello pelirrojo enmarañado; mientras tanto sus sollozos habían cesado dando paso a una respiración profunda por poco tranquila, después de tres días sin comer ni beber había caído rendida por el sueño.

La tomé en brazos otra vez, al bajar del auto que llamé para que nos llevara a casa, Pauline respiraba copiosamente y periódicamente soltaba un quejido lastimero que contraía su rostro lechoso en una tortuosa mueca que me provocaba las ganas de acariciarlo, pero no me lo permití. —Tienes que saber, que esto no cambia mis sentimientos por ti, hermoso passerotto. Perdóname, por no haber guardado el debido respeto hacia ti— susurré en su oído con la esperanza de que me escuchara, de que siguiera ahí dentro —¡Por favor, no! ¡No de nuevo, por favor!— gritó de pronto con la mirada perdida aún en mis brazos, después metió la mano a su bolsillo, donde había guardado el revólver, y me apuntó con su mano vacía que pretendía sostener el objeto metálico—¡Aléjate, por favor!— comenzó a forcejear conmigo luchando para soltarse de mi agarre, entonces tuve que ejercer fuerza sobre ella para evitar que cayera al suelo mientras gritaba mil veces que la soltara —Pauline, soy yo ¡Soy yo!— pero Pauline no me escuchaba a mí, lo escuchaba a él, probablemente poniéndole las manos encima y arrancando su ropa de forma lasciva. Pensar eso me inundaba de rabia contra esa bestia, y contra mí sobretodo. Era mi culpa en todos los aspectos.

Estaba de rodillas en el suelo del garage con Pauline entre mis brazos todavía, hizo el gesto de apretar el gatillo, su expresión se congeló unos momentos y luego sus labios empezaron a temblar. La apreté contra mí lo más fuerte que pude intentando borrar sus recuerdos mientras que los renovados sollozos sacudían sus hombros por largos minutos, aproveché que había dejado de oponer resistencia para llevarla a mi habitación —Prepara algo ya ¡Apresúrate!— ordené a uno de los cocineros  en el camino, él me miraba atónito casi con asco, estaba seguro de que fui yo quien había dejado a Pauline en ese estado; no estaba equivocado. Linda apareció después y me detuve frente a ella.

—¿Qué hiciste?— llevó sus manos a su boca completamente horrorizada, se acercó a nosotros pensando que podría alejarla de mí sin saber que acercarse era lo menos conveniente para ella, estaba furioso como nunca antes. La bofetada que le di le arrancó un grito y la mandó al suelo sin problema —Te dije... que me necesitaba— sin esperar su respuesta completé mi camino a la habitación y la tendí delicadamente sobre la cama. La alimenté usando un poco de fuerza para poder introducir la cuchara en su boca y hacerla tragar después evitando que escupiera rogando a gritos que me alejara.

—Perdóname— mi voz se quebró al pronunciar esto, mientras quitaba de ella los restos de su ropa y la colocaba dentro de la bañera que se pintó enseguida de rojo, la añoraba, extrañaba sus charlas, anhelaba el roce de nuestros cuerpos enamorados. Le había administrado una dosis de calmantes así que su mirada lucía vacía, al igual que la mía.

—¿Elian?— 'lucidez' pensé repentinamente esperanzado antes de que continuara, ahora pretendía sostener un teléfono junto a su oído —Acabo de... te necesito, por favor contesta— hizo una pausa.

—Elian, ayúdame. Creo que voy a volverme loca—    

      

Lienzos CarosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora