Capítulo 15

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—Dios mío, apesta como mil demonios aquí— el hombre de bigote fruncía el ceño en desagrado y pronto consiguió uno de esos cubrebocas que llevaba el pequeño séquito que se movía entre la muerte. —¿Cuánto es que lleva el cuerpo aquí?— otro hombre de traje se unió al primero y ambos esperaban la respuesta del médico forense que se hallaba arrodillado a un lado del putrefacto montón de una semana y media —Su identificación estaba en su billetera— tendió la mano cubierta por el guante de látex a los dos detectives, en ella contenía el carnet de identidad de la víctima, un tal Thomas Martin.

—Yo estaba fuera de la ciudad, ¡oh, pobre Tom! Yo soy la única persona que se preocupaba por ellos. Tom era un buen hombre, pero estaba sumido en muchos vicios. Incluso su propia hija lo hizo echar de su casa, no culpo a la pobrecilla— la señora casi anciana borboteaba al igual que la tetera, su rostro revelaba angustia verdadera mientras su lengua volaba sin dejar espacio a preguntas —Fui a medio día a llevar un trozo de tarta que horneé. Como dije, estaba fuera de la ciudad, así que estaba preocupada por que esa pobre niña no comiera bien ¡Siempre ha sido tan delgada y enfermiza! Llamé a la puerta, pero nadie atendió y el auto de Tom estaba fuera, la puerta estaba abierta también... — una pausa, un sorbo al té recién hecho —Entré y sentí un horrible escalofrío, olía muy mal y había objetos rotos por todas partes. No pude avanzar más, así que llamé a la policía ¡Oh, pobre de Tom! ¿Y la niña Pauline? ¡ni siquiera la han encontrado!—.

La cafetera humeaba mientras las manos arrugadas pero gentiles de la mujer vertían el negro energizante en dos tazas de simpática porcelana que fueron recibidas con gusto por los detectives. Había sido una semana dura que el departamento de homicidios comenzó identificando los cuerpos de dos agentes del FBI incinerados en una mansión cuyo dueño seguía desaparecido sin aparentemente conocer nada acerca del suceso. Seguían la pista de un caso tan polémico como misterioso. Ahora intentaban contactar a la familia de la (o las víctimas, la chica continuaba sin ser vista) fracasando enormemente pues todo indicaba que Thomas Martin y Pauline Gagnon eran los únicos miembros vivos de sus respectivas familias, de modo que no había nadie que recibiera la terrible noticia de la tragedia y que pudiera aportar información sobre el posible paradero de la chica aún desaparecida.

—Y por más que lo pienso no puedo imaginar quién querría dañar a esas dos pobres almas. Dios mío, ¡es completamente horrible! Por eso mi difunto esposo insistió en colocar cámaras, aunque fueran demasiado costosas, quería que estuviera segura— paró su charla acarrerada sólo para beber un sorbo de su taza sin saber que había dado una clave para la investigación —¿Quiere decir que hay cámaras fuera de su casa grabando las 24 horas?— ella asintió. Un hilo del cual comenzar a halar.

***


El segundero del reloj colgado en la pared posterior a mí se había convertido en el danzante ritmo de mis pensamientos al cabo de dos horas de meditación inmóvil, odiaba que el tiempo fuera la pauta para casi todo en esta vida de humo a la que ningún par de manos puede aferrarse; desde el boceto hecho en fino papel hasta el más glorioso e impenetrable fresco eran la burla de los segundos, minutos, y de los siglos. Y yo estaba ahí sentado desperdiciándolo. Mientras Collins seguía correteando por ahí cual ratón asustado y colaborando con la ley para atraparme al fin, Salvatore construía su pequeño mortífero juego para dos jugadores (o quizá tres) y Pauline se arrastraba en las sombras de su delirio dentro de su cueva de paredes de madera. Derrochando el tiempo al compás del segundero.

Si bien había intentado derribar la puerta de Pauline dos o tres veces, mi plan siempre se veía truncado por la maldita montaña grasienta y otros, bajo orden de Salvatore, quien solo se dejaba ver en la 'cueva' unas cuantas horas a la semana cuando mucho, naturalmente no tenía idea de por qué pasaba tanto tiempo fuera, pero no iba a recibir respuesta aunque quisiera preguntar.

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