Fiebre excitante

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Era la segunda vez que nos besábamos, y era hermoso.
En todo el camino no paré de estornudar ni de toser. Nunca creí que me enfermaría, casi nunca me enfermaba, y era trágico que lo hiciera.
Al llegar a mi casa me sentí aliviado por haber hecho el quehacer temprano.
Entramos y Ángela salió a ver quién había llegado. Al darse cuenta que era yo con otro ser humano se comenzó a tallar en mis piernas ronroneando como gata en celo (leí en algún lugar que, cuando la mascota gatuna veía que su esclavo tenía visitas, esta se tallaba en él para que su aroma se impregnara en su ropa y así supieran que era de su propiedad)

-Ella es Ángela- le dije a Rosa señalando a mi felina.

-¿enserio?- agacha su mirada y comienza a ponerse roja.

-Si- cargué a Ángela- Saluda querida mía- tomé una de sus patitas e hice como si saludara.

-Hola gatita- ella la saluda con la mano- encantada de conocerte.

-Trata de acariciarla.

Al acercar su mano, Ángela se enojó y comenzó a rasguñarme para que la soltara, la solté y se fue corriendo hacia arriba del ropero. Rosa la miró y comenzó a llorar.

-pero ¿qué...?- dije mientras ella me abrazaba desconsolada- Rousse ¿por qué lloras?

-Perdón- dijo escondiendo su rostro en mi pecho- soy una ridícula. Sentí celos por un gato. Creí que sólo a mí me llamabas así.

No sabía qué hacer, porque ¡Demonios! ¿quién lloraba con tal infantería?
Me puse a pensar y recordé que ella era la única persona que lloraba con cualquier cosa.
Alguna vez lloró porque le pasé una nota a Carolina que Julio le había mandado, pensando que era de parte mía.
A pesar de que no éramos novios ella sentía que me perdía con cualquier chica. De alguna manera me incomodaba, pero me hacía felíz sentir sus celos incontrolables y ridículos.
La abracé y empecé a acariciar su cabeza.

-¿por qué te importa tanto eso?

Alzó su rostro lleno de lágrimas, y lloró con más intensidad.
Mi corazón empezó a latir más rápido. Mi respiración aceleró. Sentí como mis pupilas se dilataban y mi temperatura aumentaba. La volví a abrazar, escondiendo mi rostro en su cuello, comenzándolo a oler, pegándola a mi cuerpo.
Su perfume era exquisito, y no pude evitar querer saber si sólo era el aroma dulce o también lo era su sabor, así que comencé a probar su cuello, y ella dejó de llorar. Escuché unos suaves gemidos de ella, y su corazón latir al compás del mío.
Comencé a tocarla por toda su espalda, sin dejar de besar ni lamer su cuello.

-Franki...- dijo algo agitada- ...estás sudando.

Alcé la mirada y comencé a besarla, metiendo y sacando mi lengua, mordiendo sus labios con pasión, mientras me quitaba los suéteres que tenía, después mi camisa.
Acerqué a Rousse a la cama y la acosté. Besaba su cuello mientras desabotonaba su abrigo.

-Franki...- decía tratando de alejarme- ...Franki...

No soportaba ese calor, sentía que estaba hirviendo.
Me levanté y comencé a quitarme mi pantalón apresurado.

-¿qué haces?- grita escandalizada mientras se sentaba en la orilla de la cama.

-¡Cállate!- le grité- ¡tengo mucho calor!

Ella abrió los ojos como platos y se levantó de la cama, se acercó a mí y tocó mi frente. No pude resistirme y volví a besarla con pasión, pero esta vez ella cooperaba.
De nuevo la acosté en la cama, ella me jaló hacia su cuerpo, dando vuelta para ella ahora estar encima de mí.

-Tienes mucha fiebre- se levantó y fue hacia la cocina.

Me quedé acostado, mirando hacia el techo.
Volvió con un trapo húmedo, uno seco y un traste con agua.
Me puso el trapo húmedo en mi frente y con el otro limpió el sudor que tenía en el resto del cuerpo.
Sentía rico sus manos pasar por mi abdomen, y que bajaran hasta la planta de mis pies. Era una sensación extraña, nunca había sentido eso en lo que llevaba de vida.

-¿por qué...?- pregunté agitado- ¿por qué siento esto?

Como si supiera de lo que hablaba, contestó sonrojada.

-Te excitaste- agarró el trapo que tenía en la frente y lo volvió a mojar- ¿nunca te has excitado?

-No- contesté- es la primera vez que me siento así. ¿tú si?

-Pues...- ruborizada contestó- ...en algunas ocasiones.

Sentí una punzada en mi pecho.
Era más que claro que ella iba a tener más experiencia que yo, pero aún así, dolía que yo no fuera el primero.

-Entiendo.

Notó mi tristeza inmediatamente. Se acercó a mi mejilla y me dio un dulce beso. Giré mi rostro hacia ella, donde siguió con un beso aún más tierno.

-Debes descansar querido- sonríe complacida.

Tal vez siempre quizo decirme así, y ese era su momento.
Sentí mis mejillas más calientes de lo que ya estaban, la miraba sorprendido de aquello.

-Querida Rousse- tomé una de sus manos con la mía- durmamos juntos.

-Tiene que bajar tu fiebre- dijo algo triste- con mi calor corporal no lo hará, y menos con toda la ropa que llevo puesta.

-Entonces quítatela- dije mirando esos ojos preciosos.

-¿qué dices?- preguntó sorprendida.

-Quítate la ropa y acuéstate a mi lado.

Pensó por unos minutos, y luego contestó.

-Voltéate o cierra los ojos.

Cerré los ojos, y encima puse mis manos en ellos. Tardó unos minutos, escuchaba cómo desabotonaba y bajaba cierres, se quitaba ropa al igual que zapatos.

-Muévete- dijo golpeando mi costilla.

Aún cubriendo mis ojos hice un espacio en mi cama para ella. Sentí cuando se acostó, destapé mis ojos y no podía creer diosa que había a mi lado. Tenía puesto un juego de ropa interior realmente coqueto.
Me abrazó y cerró los ojos.
No podía dormir con semejante cuerpo, pero por ella no sería un depravado, así que cerré los ojos y me quedé dormido con ella.

"Gracias, Rousse"

El Novio PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora