Más pobre que una rata

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Introducí la llave en el paño de la puerta de mi casa. Hacía muy poco que había logrado una copia de la llave. Mi abuela no confiaba demasiado en mí. Vivía con ella desde los 4 años, desde que mis padres murieron. Yo creo que, aunque hubieran vivido, me hubieran dado en adopción. No me querían demasiado. 

- ¿Quién hay ahí?

- Soy yo, abuela. 

- Niña, hoy has tardado mucho. Espabílate, que tienes que sacar la basura. - como podréis observar, ella tampoco me quiere demasiado. 

- Sí, abuela. - cogí la bolsa de basura y la cargué hasta el contenedor. 

Tenía ganas de ser mayor de edad, con mi abuela no estaba muy bien. No solo porque no me quiere, tambien esta el problema del dinero. Con el dinero de una jubilada que apenas ha trabajado en su vida, dos personas comen fatal. Yo estaba muy flaca. 

Mi abuela ya me había amenazado varias veces con mandarme a un internado si me portaba mal, así que siempre estaba callada y obediente. 

Entré de nuevo en casa tras tirar la basura y me senté en la mesa. Para comer había un trozo de brócoli, una patata dura y un cacho de pan. Otro "refinado y exquisito manjar". 

Terminé de comer y me fui a mi habitación. Estaba subiendo las escaleras cuando mi abuela me llamó:

- Oye, niña, tengo que decirte algo importante. - la miré con cierta emoción, creía que sabía lo que me iba a decir - Esta tarde vendra un amigo mío y no quiero que estés en casa. A las 5 te quiero fuera. ¿ Entendido? 

- Sí, abuela. - bajé la mirada, triste. Ella no se había acordado. De qué, debéis preguntaros. Pues de que era mi cumpleaños. Ese día era mi decimoséptimo cumpleaños. Subí a mi cuarto y, aburrida, me puse a organizar el cajón. Dios, el cajón de la ropa daba asco. Las bragas estaban todas rotas y me iban pequeñas, al igual que los calcetines. 

Y los dos brasieres que tenía casi ni me cabían los pechos. 

Solo tenía tres camisetas y dos pantalones. 

Sí, daba pena... 


***


Unos minutos antes de que fueran las cinco, salí de casa. Aburrida, me fui a dar una vuelta. 

No sé cómo, acabé en el centro comercial. 

Pasé por delante de una tienda de ropa interior. Miré el aparador y ví un juego de bragas y brasier que parecía de lo más cómodo. 

Entré en la tienda y miré el precio. ¡Madre mía! ¿Cómo podían ser tan caras unas bragas y un sustén? No podía permitirme eso. 

Alessia tenía razón. Era màs pobre que una rata asquerosa. 

Por un idiota impulso, agarré la ropa interior y salí de la tienda. 

Dios, no puedo creer lo que estoy haciendo. Esto no está bien. Soy una puta ladrona, una puta ladrona, una... 

Un pitido me sacó de mi pensamiento. Me quedé helada, no sabía qué hacer. 

- ¡Eh! - gritó la dependienta. 

Mierda. Mierda. Mierda. 

Simplemente eché a correr. 

Con tan mala suerte que a la salida del centro comercial había dos policías. 

- ¡Eh! ¡Deténganla! - gritó la tía esa a los policías. 

Ellos me miraron y rápidamente me agarraron. 

¡No, no, no, no, no! 

Intenté huír, pero fue en vano. 

Me quitaron lo que había robado y le dieron a la dependienta, que me miró con decepción. 

- Lo siento... - susurré mirando al suelo. 

Los dos policías me esposaron y me llevaron a comisaría. 

En comissaría, el poli más joven dijo al otro:

- Gregorio, ya me encargo yo. Tú te puedes ir, tu mujer te estará esperando. 

- Te lo agradezco, Héctor. Espero que esta jovencita no te cause muchos problemas. 

- No creo. Hasta mañana. - dijo el supuesto Héctor con una sonrisa. 

- Hasta mañana.

Nos quedamos solos en esa salita de comisaría. 

- ¿Por qué te has arriesgado tanto para robar unas... ¿bragas? No sé, ya que robas, roba una camiseta de marca o algo como... 

- No soy una ladrona. Mi situación es desesperada. Solo he intentado robar lo que necesito y no puedo comprar. 

- ¿De veras eres tan pobre? 

- Mi abuela me dijo que cualquiera cosa mala que hiciera me enviaría a un orfanato, ¿de veras crees que me arriesgaría así si realmente no lo necesitara? 

- Ya veo... Bueno, tengo que llenar la ficha. ¿Nombre? 

- Diana. Diana Hernández. 

- ¿Edad? 

- Hoy cumplo diecisiete años. 

- Felicidades. Diecisiete años... - murmuró - me sirve. A ver, en teoria, ahora tendría que contarle lo que has hacho a tu tutor/a legal, que supongo que es tu abuela. - asentí - Pero eso significaría para ti ir a un orfanato, y tú no quieres eso, ¿verdad? 

- No. 

- Vale, pues quizá podría saltarme el protocolo y no contarle a tu abuela nada si tú a cambio me haces un... favor. 

- ¿Qué tipo de favor? 

- Uno muy... personal, no sé si me entiendes... 

- Oiga, no pienso prostituirme. 

- ¿¡Qué!? ¡Claro que no! Quiero que finjas ser mi novia delante de mis padres. 

- ¿Y eso por qué? 

- No puedo explicártelo ahora. 

Me apuntó su teléfono - ¿Aceptas? 

Me lo pensé. 

- Sí. 

- Genial. Llámame. 


Me fui de allí no muy segura de lo que estaba haciendo. Y, ay, dios, en lo que me estaba metiendo... 





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