LA SEDUCCIÓN
Los platos de espaguettis salieron humeantes de la cocina y después de un corto y oloroso rastro aterrizaron apetitosos en la mesa. La ensalada mucho más informal como siempre, ya estaba instalada a sus anchas y como es habitual en una presumida como ella, ocupaba fatua y rebosante de colores el centro de la mesa. Susan admirada, cogió la servilleta y se sentó como es fácil adivinar con los ojos como mirando un escaparate. No es un secreto que las hembras se pirran como locas por la comida cocinada por otros y es real, que todos hemos visto los ojos brillantes de una mujer en un restaurante, pues la buena mesa Dios la concibió exclusivamente para ellas, ya que ellos, ya tenían suficiente con la cama.
-- Susan: ¡Esto tiene muy buena pinta primo!
-- Alfred satisfecho: Y mejor sabor, ya lo verás!
-- Susan: ¡Caramba que cubertería tan original!! Qué pone aquí... J. Valdez?
-- Alfred: Exacto! Justiciano Valdez, era el antiguo propietario. Supongo que le costó un riñón grabar esta filigrana.
-- Susan: Sin ninguna duda que es plata maciza. Sería un potentado de la época. ¿Sabes algo de él?
-- Alfred: Por supuesto que sé mucho! Era el descendiente directo del hombre reluciente con el perro gigante.
-- Susan arrugando graciosamente la nariz: ¿El hombre reluciente con el perro gigante? ¿Es una adivinanza con truco?
-- Alfred: No hay truco prima. Los aztecas le llamaban el hombre reluciente por su brillante armadura y el perro gigante que ellos mencionaban era su caballo.
-- Susan: ¿Quién te ha contado esas bobadas?
-- Alfred muy serio ahora: No son bobadas Susan, estoy ampliamente documentado. Ese hombre existió en tiempos de Hernán Cortés y aquellos intrépidos conquistadores y es ese el principal motivo de mi búsqueda.
Susan conocía detalles muy ambiguos de la conquista de Méjico y por eso no acertaba a darle ninguna importancia al comentario. De todas maneras le pareció muy infantil la conducta de su primo.
-- Susan: ¿Ese hombre es el que te impulsa a buscar un tesoro?
-- Alfred: No es un tesoro corriente. Bueno, de hecho, no tengo todavía una idea clara de lo que es. Solo sé que es el mayor de los tesoros del hombre.
-- Susan: Mira Alfred, no es que yo tenga prejuicios respecto de los buscadores de tesoros, pero... ¿para qué necesitas tu buscar un tesoro?
-- Alfred ilusinado: ¡¡No, Susan!! No es lo que parece, es algo muy diferente. No tiene nada que ver con joyas, oro, monedas o antiguallas. Debe ser alguna cosa trascendente para el hombre, pues me lo describieron como algo que quién lo posea puede ser el dueño del mundo!
-- Susan. Vaya hombre! ¿es el arma definitiva o algo así? Porque te aseguro Alfred, que si no tienes un contrato de arrendamiento firmado por el mismo Dios y su ayuda, aquí no te dejan ser el dueño del mundo ni de coña!
-- Alfred: Me dijeron que es... lo que contiene todos los testimonios.
-- Susan: ¿eso tiene traducción o es otra adivinanza?
-- Alfred: No sé, es algo como la verdad de las verdades, o el conocimiento de todos los conocimientos, o cosa parecida.
Susan no podía creérselo. Le daba la impresión de que Alfred sabía lo que quería decir pero no sabía explicarlo. De todas maneras era una puñetera lástima que un chico tan majo estuviera aún en la fase más infantil del hombre. Su primo, tenía toda la pinta de estar multiplicando ochenta y dos por dos y le salían veintiuno, o sea... ¡muy mal! Bueno, a ella le daba lo mismo, cuanto más tonto más manejable, ya se sabe que las cosas sencillas se estropean menos.
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Desde el sótano al desván
General FictionJoven multimillonario, compra mansiones para derruirlas completamente buscando solucionar un misterio. La muerte de sus padres le obliga a dirigir las empresas. Su vida entre grandes negocios y la búsqueda incansable del misterio, le emparejan con...