LA CASONA DEL SECRETO
La pareja llegó al pueblo mediada la tarde, pues Susan había tardado bastante en levantarse y vestirse, pero como el desayuno durante el vuelo no pudo ser, antes de ir a la casona pasaron por el supermercado para llenar un par de bolsas.
La tienda no era gran cosa la verdad y las estanterías apenas se llenaban por la mitad, pero tenía todo lo necesario para aprovisionarse. La dueña eso sí, fue muy cauta al saludar a nuestro Alfred, pues le habían contado que estaba como una cabra y no quería tratos con él, pero como en ese momento estaba allí Dany Pritt, el simpático repartidor, el prejuicio no se notó.
Susan causaba sensación apoteósica por donde pusiera los pies, era espectacular. Una mujer guapa de las que rompen moldes y con un cuerpazo de los que tiran de espaldas. Dany y un par de jubilados se la comian con la vista.
-- Dany: ¿Qué tal señor Daniels, viene para quedarse señor?
-- Alfred: Me temo que no, pero es posible que el mes que viene me pueda escapar de la ciudad un para de semanas, aunque todavía no es seguro.
-- Dany: ¿Es, es?... su novia señor Daniels.
-- Alfred bromeando: ¿Te gusta verdad? Si te portas bien te regalaré una igual.
Dany no cogió la frase, estaba colocando conservas en un estante central y al momento debió recordar, que cerca del suelo en la última estantería era mejor lugar para regocijar la vista, así que se arrodilló esperando que la minifalda de Susan pasara por allí. El pobre chico tenía los ojos como faros de una cosechadora, pues este tipo de mujeres no eran habituales en el pueblo y mucho menos con semejantes piernas. Le pasaron por la cabeza toda clase de pensamientos, se fue desde el sermón del Domingo a las revistas porno, desde Nancy la pechugona del estanco a Peggy la calientabraguetas de la cantina, todo se le iba y venía a una velocidad vertiginosa y además de eso pensó, que el otro día en el cine, Drácula le demostró a las claras que no era muy listo, porque sin duda hay mejores sitios para morder a las mujeres.
Susan mientras tanto a su aire, fisgoneaba distraída los productos y precios por la tienda. Pero enseguida se dio cuenta del enorme descaro y atención con que la miraban un grupito de clientas y la dueña. No lo hacían con ese tipo de miradas de curiosidad o de típico reproche, más bien, como de pasmo e indulgencia, como si tuvieran lástima de ella. Tanto era así, que se acercó al grupo y preguntó sin manías. ¿Ocurre algo señoras?
Las cuatro mujeres sorprendidas se miraron buscando la contestación más elocuente, pero ninguna se atrevía. Por fin la dueña del Super, viendo la expresión impaciente y seria de Susan, dijo con visible temor: ¿Ya conoce bien a ese hombre que la acompaña querida? ¡ Tenga mucho cuidado hija!
Susan arrugó graciosamente la nariz y bajo las cejas un centímetro, a la vez que las miraba una a una. Le parecían muy ridículas aquellas matronas de vestidos floreados. Con todo, pensando en divertirse un poco con las fisgonas pueblerinas soltó: ¿Porqué lo dice? ¿Es el asesino de las motosierras?
La frase aglutino a todas en una piña, pues ninguna de las provincianas estaba dispuesta a irse sin escuchar la respuesta de la dueña, a pesar por supuesto, de que sus bolsas hacía mucho rato que estaban llenas, la compra completamente pagada, los sobres de productos congelados sudando y los fogones esperando.
-- La dueña, bajando la voz como antes: No querida! Pero ese hombre no está bien de la cabeza, se esconde de la gente y ademas desmantela casas. Nadie le conoce bien, es un hombre muy misterioso. Toda la vivienda que cae en sus manos la destroza.
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Desde el sótano al desván
Ficción GeneralJoven multimillonario, compra mansiones para derruirlas completamente buscando solucionar un misterio. La muerte de sus padres le obliga a dirigir las empresas. Su vida entre grandes negocios y la búsqueda incansable del misterio, le emparejan con...