Parte 1 capítulo 6

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LA BODA Y SUSAN 

  Andando que te anda atribulada por los extraños caminos del pensamiento, Susan dejó la confortable residencia que la vio crecer y se preparó levantisca, para dar el salto felino sobre el foso de Alfred y ella cual paladín, bajar a golpes de férrea voluntad su puente levadizo. Ni mil arqueros en las almenas, ni pellejos de brea encendida, ni broqueles, ni granizo de piedras, ni ballestas, ni caballeros con peto y espaldares, yelmos y camisotes, ni tan siquiera acericos de alabardas afianzadas en tierra y en ristre... se lo impedirían. Nuestro amigo era ya una fortaleza conquistada, pero ella aun no lo sabía.

El mejor disfraz para conquistar a un hombre siempre se debe confeccionar con poca ropa, pero lo que de verdad hace mella en su corazón, es el cariño sincero que reciba de su pareja y a partir de esta premisa, se pone en marcha el ansia humana de compartirlo y devolverlo. Así es siempre, una y otra vez, recíprocamente, hasta morir.

  Tim atento, ya le había divisado a Susan las espuelas de montar burros a la legua. Casi todos sabemos de oídas, que pensar mal de la gente por sistema te quita de encima muchas frustraciones, claro que como te equivoques y metas en el saco a una de esas poquísimas personas a las que vale un imperio tener a tu lado en esta vida, más te valía no ser mal pensado. Pero lo cierto es, que Tim no era desconfiado por norma, no le hacía ninguna falta, su mayor capacidad de discernimiento le ahorraba siempre muchos revolcones. Pero por supuesto hay que decir ahora, que con el comportamiento de Susan tan indisimulado, no era necesaria la prueba del nueve.

  Nuestro amigo ya no se enteraba de nada, solo le apetecía estar con ella y como los obreros seguían con la sucia manía de levantar polvo y además, de embobarse a lo bizco con la chica, pues aquel hostal del pueblo ya empezó a tener el aspecto de plena temporada. Con decir que la patrona contrató a la cocinera una quincena antes del tiempo habitual, pues ya sobra. La base de operaciones pues, fue de traslado repentino a las dependencias de la posada, a petición por supuesto, insistente y cariñosa de Susan.

 A partir de entonces allí se juntaban, el capataz, la decoradora, el aparejador y Alfred. Susan entre algodones y deferencias, se escondía de ellos en sus dos habitaciones recién decoradas a su gusto, con el fax y el teléfono, a ver quién gastaba más energía y Tim, a lo suyo: a limpiar y podar. 

La encantadora patrona, que se llamaba Loreta y era de verdad una mujer que durante el día prefería contar billetes muchísimo más que descansar, ella con prisas, a organizarlo todo: hacer las camas, la compra, barrer, fregar, planchar y servir. El agradecido Tabán por su parte, perdía inquilinos indeseables a marchas forzadas, el chucho seguía atado, pero con las dos visitas diarias de su amo, un pequeño paseo por el campo y el cuenco lleno de comida, se conformaba.

  Las cinco habitaciones de la casona recibían ya sus primeros golpes y es bastante curioso, que a destruir el cuerpo pide fuerza y a construir descanso, pues al parecer todos niños en eso, que Dios nos pille a todos confesados. Desde luego que los obreros no desaprovecharon la experiencia de anteriores derribos y andaban todos bufando a la que te pillo unos con otros, pero de los testimonios, nada de momento.

  Alfred rendía sus atenciones a su amada durante el día y bien alimentado por la noche, no siempre descansaba. La cena era lo más gratificante de la jornada, pues Susan y Alfred se habían apoderado de una mesa del rincón y allí apartados del resto, ponían con dulces besos, miradas tiernas y manos juntas, los cimientos románticos de su futuro. De eso es de lo único que las jóvenes parejas saben hablar y en cierto modo, no esta mal que lo hagan, así se acostumbra uno a pronosticar, lo que nunca llegará a acontecer. Pero por supuesto que en el caso de ellos, con el dinero saliendo a borbotones por sus cuantas corrientes, bien podrían llegar a buen puerto esos pronósticos.

Desde el sótano al desvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora