Parte 1 Capítulo 4

11 1 0
                                    


UN MUNDO IDEAL

Otro lunes de Dios, que daba buena muestra de su nefasta situación en el calendario.  Alfred se levantó tirante como si hubiese dormido vestido, con un poco de mala suerte el cabreo y la incomodidad le acompañarían durante todo el día.

Después del frugal desayuno se enfundó en su atuendo de elegante ejecutivo y con más ganas de perderse que de encontrarse se montó en el Rolls.  Tim, el chofer, adivinó enseguida que la guinda del pastel había desaparecido, por lo tanto, sería mucho mejor no chuparse el dedo aquel día, así que salvo el saludo matutino, no dijo más. Por supuesto que nuestro Alfred no era persona de pagar su malhumor con aquel que no lo había provocado, pero Tim Akerman, estaba demasiado a gusto con su trabajo, como para darle vueltas a la cazuela hirviendo sin manoplas.

El trayecto hacia la Central fue silencioso y Alfred ensimismado lo agradeció. Pasado un tercio de la segunda avenida, el carril por donde circulaban quedó colapsado por un inoportuno accidente y el Rolls tuvo que ganar el otro carril con la fuerza de los brazos del Tim, pues aquel modelo no conocía la dirección asistida.

-- Alfred dijo simpático:   Buenos músculos Tim!  Yo no lo habría conseguido!

-- Tim: Gracias señor.   A las malas situaciones no hay que darles ventajas! 

Alfred no supo si era una indirecta o un comentario al despiste. Pero desde luego que le pilló en la sorpresa. Nuestro amigo soltó:  Tengo un problema Tim!  No se si regresar a casa para acostarme de nuevo, o meterme en mi despacho.  ¿Que debo hacer?

-- Tim sonriendo:  Métase en el despacho y acuéstese allí!

Natural que la broma dio motivos a nuestro Alfred para reírse y así lo hizo. Pero el día aún no ayudaba lo suficiente para ondear la bandera de agradable.

Por fin llegaron al aparcamiento y de nuevo Alfred, le comunicó a Tim, que podía regresar a casa y olvidarse del trabajo hasta el día siguiente.  Nuestro amigo no deseaba regresar a casa hoy y, es posible que ni siquiera mañana.  Le venía muy grande su heredada residencia.  Claro que, cerrarla o venderla y despedir a toda la servidumbre tampoco pasaba de momento por su cabeza.

El guardia del ascensor como siempre tieso y respetuoso, le deseo los buenos días y Alfred mirándole muy serio le preguntó:  ¿Cual es su trabajo?

Era un hombre joven de unos veintiséis y muy alto, lucia un poco de barriga pero el uniforme lo llevaba con prestancia.  Naturalmente que la pregunta tan directa del pez más gordo de la compañía les puso los nervios como a los críos las inyecciones y dijo tembloroso: Pues yo...  Bueno... es que tengo que acompañarle hasta la planta y...

-- Alfred cortándole:   Yo me refiero a:  ¿Cual es su trabajo durante su jornada laboral?

El guardia carraspeo sin poderlo evitar y cosa lógica intento explicar al Jefe supremo sus tareas en el edificio, pero sin dejar de pensar en todas la pifias que había cometido la semana anterior y muy pesimista él, dándose ya por despedido.

Cuando a trabalenguas concluyó su algo incoherente relato y el ascensor paraba en el piso del despacho de Alfred, éste le soltó:  Eso es demasiado trabajo.  Tómese el día libre!

Ni que decir tiene que el guardia quedó tan perplejo que ni siquiera le dio las gracias.  Pero desde luego que tomó al pie de la letra aquella orden y al llegar a la oficina de seguridad, se lo contó al supervisor, colgó el uniforme y se marchó con viento fresco.

Alfred mientras tanto, dejó su maletín encima de la mesa del despacho y le dio el encargo a su telefonista de que localizara al Director de Personal y que éste se personase.  Como ya se ha dicho, Elliot Danford era correoso como un chicle, además tenía el hombre toda la pinta de almidonado para un concurso.  No es que fuera elegante, ni no que era completamente estúpido.

Desde el sótano al desvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora