Parte 1 capítulo 2

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LA REUNIÓN DEL CONSEJO


El martes amaneció tormentoso, de esos días tan empinados que fastidian el talante mejor dispuesto.  Nuestro Alfred no era muy criticón con el tiempo ni con casi nada, pero con un día pérfido a la semana ya era suficiente.  De todas maneras, seguramente el Todopoderoso había puesto a cocer estos días en la Tierra para disfrutar de los otros, pues es sabido que la perversidad hace mucho más deseable la gloria.  Con todo es justo decir, que aquel desastroso día de Mayo, bien podía confundirse con un calamitoso día de Enero.

Hoy tenía ante sí, una patata difícil de mondar, Susan no le había llamado y era de suponer que le esperaría en la Central.  Alfred deseaba ponerse al corriente de todo cuanto antes, pues por una parte le envanecía un poco ser el nuevo Presidente del Consejo, pero por otra parte la verdad,  hubiera preferido estar en la casona de la costa y seguir de nuevo con la búsqueda de aquello que tanto anhelaba encontrar.  Además, que le sacaba de quicio la corbata!

El reloj marcaba las siete y media de la mañana, era ya tiempo de arreglarse y salir al encuentro de su obligación. Hoy se notaba un poco indeciso y falto de recursos animosos y además, no atinaba a imaginar, de qué forma debía comportarse, aunque su afinada intuición espera que pronto le salvara del atolladero.

Theodor su bonachón mayordomo, le tenía preparado un suculento desayuno y el chófer advertido por él mismo, ya estaba esperando en la puerta con su brillante e impresionante vehículo, por lo tanto, Alfred solo tenía que poner de su parte la cómoda voluntad.  La voluntad de Alfred no era en ningún caso exagerada, pero el apetito y la curiosidad también mueven músculo.

-- Alfred a sorbos con su café:   ¿Ha llamado alguien Theodor?

-- Theodor siempre tieso como un palo:  Nadie señor.

Bueno pues en vista de que nadie se interesaba por él, pues él se interesaría por lo demás.  No sabía el porqué,  pero tenía el hondo presentimiento de que algo no le gustaría de la reunión.  Ojalá que fuese una falsa alarma.

--Theodor:  ¿Le esperamos a la hora de comer, señor?

-- Alfred: Huyyy, pues no lo creo!  Tengo mucho trabajo atrasado cuatro años y por cierto, deja de llamarme señor!!  Para ti soy solamente Alfi.  ¿De acuerdo patillas blancas?

-- Theodor:  Si señor, de acuerdo señor, como usted quiera.

El viejo mayordomo nunca adoptaría esa forma tan familiar del lenguaje, pero comprendió bien el mensaje y agradeció su intención.  El fiel y veterano sirviente era un excelente ejemplo para el resto del servicio, pues empezó a trabajar en la casa de pinche de cocina a la temprana edad de dieciséis años y solo para éste fin, le contrataron  en tiempos del abuelo de Alfred, un hombre tenaz y luchador de los de la época.  Su vida transcurrió amodorrada y gris, sus mudas interiores nunca ostentaron marca alguna, sus trajes y camisas mucho menos.  Las uñas de sus dedos no conocieron manicura, pero si bien con su humilde menester nunca llegó a palpar las alturas económicas, tampoco se vio despeñado por los traicioneros lances que a menudo éstas conllevan.

Fue un gran camarada del padre de Alfred en la juventud.  Compartieron en sus años mozos  la mayoría de inquietudes de la edad, los juegos siempre agresivos de los mocetones y por supuesto también, las arriesgadas escapadas nocturnas.  ¡Y lo mejor de todo!... alguna que otra doncella deseosa y una cocinera insaciable!!   Thedor nunca se desposó, en tiempo normal de desearlo y necesitarlo nunca lo hizo, siempre fue su defecto la falta total de aspiraciones en la vida, claro que, sexo no le faltó, pues en aquella casa las sirvientas cambiaban el uniforme por la puerta a la pasmosa velocidad de semanas.

Desde el sótano al desvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora