TABÁN
El aparejador llegó con viento fresco de levante, pero nuestro Alfred, hoy no estaba para decidir otra cosa que no fuese el descanso y en esa tesitura, hasta las líneas rectas se le antojaban curvas, así que el técnico, no tuvo otro remedio y se fue chasqueado con viento de poniente.
Tim también llegó y en un minuto, se colocó los guantes y con unas tijeras de podar y las excelentes directrices de Tom, se puso al recorte afanoso de un pequeño seto. Por Dios, que voluntad puso en el empeño, pero del corte recto pasó al oblicuo y de allí al sesgado y bueno, que casi se sale del perfil.
El capataz de los obreros era un tío cachondo y cualquiera que conozca tipos así, ya sabe de éstos ejemplares todo lo que hay que saber, a excepción por supuesto, de dónde se fabrican y con que. Y no con qué materia, sino con qué permiso. Sus enrojecidos mofletes siempre estaban abultados por efecto de su permanente sonrisa, al igual que sus cejas, que más juntas que separadas, le daban un aire de aldeano cazurrillo metido a contratista. Tenía el hombre, una capacidad inverosímil para vaporizar el malhumor de cualquiera en escasos segundos y además, todo en su físico era de puro chiste. Se zampaba unos bocadillos de hamburguesa: ¡Por san Jorge que bocatas! De no haber tenido cinta métrica, que llevaba siempre al cinto bajo el michelín aparatoso de su barriga, con semejante cacho de pan relleno, hubiera podido conseguir las mismas mediciones.
Bien, pues el caso viene al caso, de que Susan y sus contornos salidos como de dibujo de Play Boy, no eran aptos para controversias erótico-laborales y muchísimo menos, para el descolgamiento de comentarios lascivo-colgados. Pero claro, aparte de esto, la brigada de camisetas sucias era muy competente y Alfred no podía prescindir de ellos. Así que sin más opciones, optó por tener una charla seria y sensata con ellos y consiguió, sin demasiado esfuerzo, la promesa firme de todos de mirar cuanto quisieran a Susan, pero: calladitos. Naturalmente que de haber pretendido que la cuadrilla sudorosa se tapase los ojos al verla, eso nunca lo hubiera conseguido, pues la despampanante Susan, les hacía el mismo efecto que a un crío el árbol de Navidad.
Aparte de lo dicho, Alfred hizo instalar unas telas a modo de pantallas, que tenían como principal objeto, separar la casa limpia de la sucia y ya de paso, a su prima de las encendidas miradas. A Marlén no la molestaban para nada los obreros, caprichos seguramente de la naturaleza, que como todo el mundo sabe, es sabia en asegurarse a través del visual deseo, que los humanos lleguen al sexo y de esa manera, consigue manufacturar sin licencia municipal, una generación tras otra.
Los pequeños descansos laborales que disfrutaba nuestro amigo, no daban para que la chica prodigara suficientes mimos y por tanto, la carantoña y zalamería necesaria y, que conduciría a Susan al altar sin dilación, no eran suficientes para su proyecto. Es cierto que ella aprovechaba cualquier circunstancia para rodearle el cuello con los brazos y besarle, pero debido al trajín de la obra, casi siempre la pillaba con el pie cambiado. De todas formas, Susan consiguió apuntarse unas buenas siestas y en estos casos, el resto de la tarde para Alfred, acostumbraba a ser muy espesa.
Antes de que Tom el jardinero, pusiera a buen recaudo las herramientas en el cobertizo, dando por concluida la jornada, Alfred y Susan, se dieron un paseo por la zona desbrozada con asombro. Tim muy atento, también les acompañó bastante orgulloso pues no en vano, su pugna personal con la maraña le había proporcionado heroicos arañazos. No es que la cosa fuese merecedora de medallas para Tim, pero por lo menos, sí de tiritas.
El jardín y sobre todo, la soleada parte sur estaba ya mostrando, la inteligente y elegante disposición de los parterres bien removidos, de los setos terminados de recortar y de los macizos prestos a recibir las flores. El cenador, con celosías de madera de cuarteado barniz, no pasaba ahora por sus mejores momentos y sin duda, que nuestro amigo debería reconstruirlo, pero su situación frente a la cascada artificial y la centenaria encina, hacían de él, un rincón de romanticismo ideal. A Susan naturalmente no le gustó: los escalones altos, las losetas viejas, la humedad, la mesa de piedra con moho y en fin, todo muy sucio y no le gustó. Además allí, seguro que estarían avizor los insoportables mosquitos, bichos repelentes de asquerosa costumbre chupasangre, que como es matemático, serían moradores zumbones de las noches. Muy lógico, que la joven les tuviera antipatía a esos bichos, pues los mosquitos no son nada estúpidos y con el cuerpo de Susan, no era menester picarla para obtener sangre, con picarla por el puro placer de hacerlo ya era bastante, bien entendido, los mosquitos machos, que las mosquitas hembras, la fastidiarían por otros motivos.
ESTÁS LEYENDO
Desde el sótano al desván
General FictionJoven multimillonario, compra mansiones para derruirlas completamente buscando solucionar un misterio. La muerte de sus padres le obliga a dirigir las empresas. Su vida entre grandes negocios y la búsqueda incansable del misterio, le emparejan con...