Parte 1 capítulo 8

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LA FIESTA DEL 4 DE JULIO

  Susan mimosa, le prometió a nuestro amigo todo aquello que fue necesario prometer y eso, con la firme convicción de no cumplirlo. Está muy claro que las exigencias ya las esperaba: dejar el cargo de vicepresidenta en la compañía después de la boda y dedicarse a ser una mujer casada y rica. Alfred sabía lo difícil de semejante comportamiento en Susan, pero eso no le quitaba la ilusión de conseguirlo, claro que, para cuando a un enamorado se le ocurre abrir los ojos, a los no afectados por esa ceguera se les han terminado las cajas de colirios.

  Ahora para Alfred, la primera cuestión de su principal cometido era la obtención de una copia del testamento de Justiciano Valdés, quizá por ahí se pudiera adelantar en la búsqueda y eso sería de fácil empeño, pues tenía un par de conocidos en la oficina del condado y a malas el dinero, es el mejor cebo en boca de funcionario. Naturalmente esto último, se refiere a todos aquellos funcionarios que a madurar en la corrupción les tiene enajenados, pero hay muchos gracias al Altísimo, que se conservarán siempre verdes.

  La obra estaba terminada, pero solo por supuesto la puntual demolición y como se atrevió a diagnosticar la dulce Liria, nada más que escombros dio fruto.

La recién entronada Susan, medía todos sus pasos con cautela.  Por supuesto que para ella lo peor era la cercanía de Liria, pero como muy pronto la bella intrusa se marcharía de nuevo a su ciudad, muy inquieta no estaba. Su ocupación de momento era seguir con disimulo interesado las ideas decorativas de la nueva construcción y para ello, se proclamó a si misma ayudante de la decoradora y ésta desde luego, no puso mala cara, pues eso como ya se ha dicho, era lamentablemente habitual.

 En el caso del testamento, Alfred consiguió sin problemas una copia del mismo y eso sin duda, le abrió las puertas mentales de par en par a las incógnitas, pues el último Valdés, comandante retirado, fue enterrado con el uniforme de gala y el sable de honores y claro, un sable no es lo que esperaba Alfred encontrar en la tumba, pero bueno, algo era algo.

 Tras un par de días, Alfred y Tim visitaron el cementerio del pueblo y allí, el mausoleo de Valdés les impresionó. Justiciano había nacido en Hermosillo, un lugar privilegiado en las laderas que dominan con orgullo los verdes llanos de Sonora en Méjico. Era el único hijo del único nieto, de una familia adinerada y respetada en el lugar. Pero al parecer los negocios en el norte fueron mucho mejores que en el sur para sus padres, así que de muy niño y con las autoridades de inmigración a su favor, se trasladaron a las cercanías de San Diego. Los antepasados de su abuelo, según constaba en el extenso informe de la oficina de investigadores, que fue encargada en su día de esa materia: fueron políticos, empresarios y militares. Se pudo seguir las diferentes ramas de la familia hasta la revolución, pero ahí terminó todo. De todas maneras, si bien no se consiguió la certeza de su entronque con el capitán español, por lo menos, se llegó hasta la singular armadura, una pieza fantástica y de filigrana increíble. De no haber sido por el indio que casi la dibujó con palabras, a nuestro Alfred le hubiese sido imposible llegar a ella.

 El problema que se planteaba ahora, era de esos que sería mejor olvidar, claro que Alfred no había llegado tan lejos para darse la vuelta. ¿Cómo demonios se podría plantear una exhumación? Es decir, de qué argumentos legales se podía disponer para salvar esa dificultad imponente. La respuesta es segura: ¡De ninguna forma! Además en caso de conseguirlo, ¿en qué idioma le cuentas al juez?, que te llevas la espada a casa. Absurdo pensar en otra cosa que no fuese la violación del mausoleo. ¡Vaya papeleta!

 Alfred estuvo pensando largo y tendido en ello, pero nada comentó. Como no podía ser de otra forma, la situación requería cometer un delito y aunque al muerto perder la espada le daría lo mismo, a las autoridades vivas no.

Desde el sótano al desvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora