Parte 2 capítulo 8

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EL SEPULCRO

  La obra ocupaba cada vez menos tiempo a nuestro amigo, era Susan la que había cogido las riendas. A los obreros y el capataz les gustó el cambio de jefe, Susan no se metía en sus cosas, pero tanto la decoradora como el aparejador empezaron a tenerlo muy difícil. Una ejecutiva cuando lo es de verdad, nunca deja de serlo y tener una en casa mal negocio no es posible. Lo malo de ese lujo de esposa, siempre es la cuestión empinada de quién hace la colada y lo bueno, las cuentas a cuadrar.  Al hombre que le toca en el matrimonio medir poderes con una mujer de despacho, mejor es que sepa que chacha en ella no tiene, por lo tanto, o le añade una sirvienta al asunto, o que vaya remangándose las mangas.

  Tom Pelargi empezaba a ver su trabajo terminado, pero no calculó, que la obra le acotaría parte de la entrada, pero el resto merecía felicitaciones y quizá medallas. Susan una vez intentó meter las narices en su trabajo, pero a Tom Pelargi las faldas ya le sudaban los calzoncillos, así que salió del encuentro chasqueada. El hombre razón tenía además mucha práctica, pues su madre más su suegra, más su mujer y su hermana, eran cuatro guerrilleras residentes en su casa. El que no conozca tal situación que no opine y si de todas maneras lo hace, que exagere, pues es seguro, que nadie que conozca el parche le tachará de desmedido.

 El tres de Julio demostró su firmeza con un sol de justicia. Alfred y Susan, ya estaban en la obra desde las diez de la mañana y a eso de las once apareció el alcalde con un par de concejales. ¿Qué a que venían? Pues a darse pisto y conocer de cerca las actividades de nuestro amigo.

 Desde el día del cheque, Alfred era una celebridad en el pueblo, ya se sabe que los donativos a causas lúdicas municipales son acontecimientos de tan disminuida práctica, que pasan años en conocerse. Susan fue presentada a los regidores y éstos, tardaron un segundo en enamorarse de ella. En el pueblo, también había un par de mozas con las carnes bien repartidas y bastante guapas, pero ellas, no se ponían guantes y sombrero ancho con cintas de colores para dar abono a las macetas. Esto puede parecer ridículo, pero le otorga un tono exquisito a las hembras y no solo eso, sino que deja pasmados a los machos.

 Susan naturalmente fue invitada a la tarima de autoridades y ella desde luego aceptó, no le gustó lo del donativo que hizo su prometido, pues era una cantidad desorbitada para un pueblucho, pero en vista de lo inevitable, pensó que sería mejor aprovechar el asunto y sacar partido de donde fuese. El primer edil también aprovechó y la Susan, recibió con gusto los piropos y atenciones que le prodigó el edil. A la esposa del alcalde y demás esposas de concejales, no les haría ninguna gracia que la despampanante tigresa pusiera sus tacones de aguja en la plataforma reservada a los mandatarios, pero como en política todo es reírse para no llorar, pues pasarían por ello. La mujer del alcalde lo tenía muy claro, esa sí que lo tenía clarísimo, ya que en la vecindad puede que la tacharan de consentir los devaneos de su marido y de ser una cuernilarga, pero para ella, todas las criticonas eran unas palurdas y envidiosas frustradas. Es mucho mejor un alcalde adúltero, que un mozo de cuadras fiel y los cuernos al fin y al cabo, no le impiden a una frígida ser feliz. Y atención a eso, porque los trastos que proporcionan el exquisito placer de cama, una vez bien lavados y secos, no necesitan plancha para estar de nuevo hermosos y listos.

 Bueno, la cosa es que salvo Alfred y Tim que tenían una ineludible tarea y no llegarían hasta más tarde, el resto, quedó de acuerdo y se emplazó para las diez de la noche en el ayuntamiento. Como Susan no tendría chofer esa noche, el gentil alcalde pondría a su disposición a un agente municipal para recogerla en el hostal. En ésta ocasión, Susan estaba muy pertrechada de vestimenta, ya que con esa intención apabullante vino a recoger el perdón de su primo y está muy claro, que todo bicho viviente en la fiesta y asistente al acto, se quedaría de una pieza.

Desde el sótano al desvánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora