Logré reintegrarme al grupo sin levantar sospechas sobre mi escapada. Aparentemente, teníamos la tarde libre para instalarnos en nuestros cuartos, así que la aproveché investigando y explorando el campus. La biblioteca resultó ser impresionantemente grande, con una cantidad de colecciones de libros y ordenadores. Además, descubrí diversas aulas dedicadas a diferentes disciplinas: música, arte y las asignadas a cada grupo.
Mañana comenzarían las clases y con ellas una nueva rutina, lo que seguramente sería un verdadero desafío.
El atardecer lo contemplé desde un banco, cerca del lago, en soledad. Había presenciado muchos atardeceres en diversas circunstancias, pero este me dolía de una manera especial. No quería que el sol se escondiera, porque eso significaba que tenía que enfrentarme a la cena y a todo lo que este lugar implicaba.
— Arin —una voz me hizo girar. Jiho me saludaba con una sonrisa apenada. Supongo que seguíamos intentando asimilar la situación—¿Vamos a cenar antes de que nos llamen la atención y nos castiguen?
Sonreí, dándome cuenta de que no todo era tan malo como pensaba y que tampoco era la única que se sentía así. Que tampoco estaba sola.
Jiho tenía miedo y estaba angustiada. Se sentía abandonada e incomprendida.
Nos habían metido aquí a la fuerza, pero no íbamos a dejarnos vencer.
— Somos más fuertes de lo que creemos —me dijo mientras devorábamos la cena en una mesa apartada de los demás grupos que ya se habían formado en el colegio. Asentí con determinación, sintiendo sus palabras y con el deseo de creerlas.
Me despedí de Jiho y me dirigí a mi cuarto antes del toque de queda, hoy no quería causar problemas.
Al pasar por la zona donde estaba mi cuarto, volví a escuchar el cuchicheo entre los chicos. La verdad es que quizás la situación era más divertida de lo que creía. Tenía que mirar la parte positiva, seguramente iba a pasármelo muy bien.
Llegué al cuarto y aproveché que mi antipático compañero aún no estaba para darme una ducha antes de que apareciese.
El baño era pequeño y apenas tenía espacio para mis cosas, a menos que apartara todo lo que Jungkook tenía esparcido. Y yo, sin vergüenza, aparté sus cosas y ocupé el espacio con las mías.
Iba a aprender a compartir por las malas.
Escuché la puerta cerrarse y, sin saber por qué, me puse nerviosa. Soltó un suspiro y el sonido de los muelles de la cama me indicó que se había tumbado.
— Arin —me llamó a los pocos minutos de forma seria—, ¿estás en el baño?
La brusquedad en su voz me puso los pelos de punta de inmediato.
— Sí —respondí, tratando de mantener la calma aunque mi molestia era evidente.
— Sal, lo necesito —dijo, lo que me molestó muchísimo. Su tono imperativo y su falta de consideración me hicieron hervir de rabia. Me costaba creer que este tipo de comportamiento fuera necesario. ¿Cómo podía ser tan egoísta?
— Te esperas, aún no he terminado —le contesté, esperando que entendiera la indirecta de respetar mi espacio y mi tiempo. Pero, sin más, abrió la puerta de todos modos.
— ¿¡Qué haces!? —le grité, completamente indignada. Me miraba con superioridad, como si yo fuera una molestia en su mundo. Con la toalla envuelta en la cabeza y en pijama, me sentí vulnerada.
— Que salgas ya, que seguro que llevas media vida ahí metida —dijo mientras se colaba en el baño, su desconsideración clara en cada palabra. Era insoportable.
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Atados Rebeldes » Jeon Jungkook
Fiksi PenggemarArin, una chica rebelde de 17 años, es enviada a un internado mixto para corregir su comportamiento y, aunque al principio se enfrenta a Jungkook, el chico más travieso del centro, su perspectiva cambia al descubrir una conexión inesperada. Juntos v...