A las ocho en punto Damian apareció vistiendo jeans y abrigo negro, camisa de lino verde oscuro. Sus cabellos negros le caían en la frente, ligeros y lacios. Jacquie percibió un aroma embriagantemente masculino y atinó a saludar con una de sus sonrisas.
Ella se decidió por un jean y abrigo en blanco, tacones y blusa en rojo; más cabellos ondulados y maquillaje en su rostro, pasmándole al hombre el aliento.
Todo transcurrió bien entre la cena, la película, ambos jóvenes, fugitivos del amor, se veían acorralados poco a poco, a tal punto de anhelar un beso.
― Ya, dime la verdad, ¿por qué me pediste café el otro día? —llegaron entre risas al piso de sus apartamentos.
― No me había dado cuenta de la cafetería que está al lado del edificio, en serio.
― Eres un mentiroso, Damian.
― Podría decir lo mismo de ti.
― ¿Cómo dices?
― Insisto en que tus almuerzos solo constan de comidas rápidas.
Jacquie rodó los ojos y alzó las manos a nivel de los hombros.
― Okay, okay, me rindo. Es cierto, y no empieces con ningún sermón porque lo vivo escuchando de Sophie.
― No te daré ningún sermón si cambias tus hábitos.
― No es tan fácil, la mayoría del tiempo estoy ocupada y...
― No creo que esa sea una excusa, Jacquie.
― Explícame lo del café con la verdad y prometo que empezaré a comer bien —cruzó los brazos.
― De verdad, no me crees...
― No.
― De acuerdo, sí sabía de la cafetería y sí tenía dinero.
― ¡Lo sabía!
― Pero quería una excusa para hablarte.
― Oh... esa no me la esperaba.
― ¿Y tampoco esperas que pida tu número?
― Creo que después del esfuerzo por el café y los dos postres...—mordió sus labios, contendiendo una sonrisa.
― Y dos cenas y una película —completó. Ella asintió.
― Supongo que ganaste mi número.
Damian sacó el celular del bolsillo de su pantalón y Jacquie se encargó de guardar los dígitos y su nombre en la lista de contactos.
― Espero que este también sirva cuando necesite a Jacqueline, la ingeniera.
― ¿Qué quieres decir?
― ¿Recuerdas que mi antiguo disco duro estaba a salvo? Bueno, necesito esa información en la nueva computadora.
― Bien, te puedo ayudar en eso con una condición.
― Te encanta negociar, ¿no?
Ella rió, para maravilla del joven.
― Quiero mi taza de café de vuelta, es todo.
― Okay, lo haré, aunque honestamente esperaba que te olvidaras de ella.
― ¿Por qué?
― Porque me recuerda a ti.
― ¿Ah sí? —los ojos le brillaron.
― Créeme... —se acercó sigilosamente a ella.
― ¿Debería? —susurró.
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Dulce cielo
Short StoryNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Damian Lee acababa de mudarse a Nueva York en busca de un mejor futuro, aunque no era co-mo si su prestigiosa trayectoria de chef le impidiese vivir bien. Se caracterizaba por disfrutar el momento y por no tener suert...