Capítulo 7

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A las ocho en punto Damian apareció vistiendo jeans y abrigo negro, camisa de lino verde oscuro. Sus cabellos negros le caían en la frente, ligeros y lacios. Jacquie percibió un aroma embriagantemente masculino y atinó a saludar con una de sus sonrisas.

Ella se decidió por un jean y abrigo en blanco, tacones y blusa en rojo; más cabellos ondulados y maquillaje en su rostro, pasmándole al hombre el aliento.

Todo transcurrió bien entre la cena, la película, ambos jóvenes, fugitivos del amor, se veían acorralados poco a poco, a tal punto de anhelar un beso.

― Ya, dime la verdad, ¿por qué me pediste café el otro día? —llegaron entre risas al piso de sus apartamentos.

― No me había dado cuenta de la cafetería que está al lado del edificio, en serio.

― Eres un mentiroso, Damian.

― Podría decir lo mismo de ti.

― ¿Cómo dices?

― Insisto en que tus almuerzos solo constan de comidas rápidas.

Jacquie rodó los ojos y alzó las manos a nivel de los hombros.

― Okay, okay, me rindo. Es cierto, y no empieces con ningún sermón porque lo vivo escuchando de Sophie.

― No te daré ningún sermón si cambias tus hábitos.

― No es tan fácil, la mayoría del tiempo estoy ocupada y...

― No creo que esa sea una excusa, Jacquie.

― Explícame lo del café con la verdad y prometo que empezaré a comer bien —cruzó los brazos.

― De verdad, no me crees...

― No.

― De acuerdo, sí sabía de la cafetería y sí tenía dinero.

― ¡Lo sabía!

― Pero quería una excusa para hablarte.

― Oh... esa no me la esperaba.

― ¿Y tampoco esperas que pida tu número?

― Creo que después del esfuerzo por el café y los dos postres...—mordió sus labios, contendiendo una sonrisa.

― Y dos cenas y una película —completó. Ella asintió.

― Supongo que ganaste mi número.

Damian sacó el celular del bolsillo de su pantalón y Jacquie se encargó de guardar los dígitos y su nombre en la lista de contactos.

― Espero que este también sirva cuando necesite a Jacqueline, la ingeniera.

― ¿Qué quieres decir?

― ¿Recuerdas que mi antiguo disco duro estaba a salvo? Bueno, necesito esa información en la nueva computadora.

― Bien, te puedo ayudar en eso con una condición.

― Te encanta negociar, ¿no?

Ella rió, para maravilla del joven.

― Quiero mi taza de café de vuelta, es todo.

― Okay, lo haré, aunque honestamente esperaba que te olvidaras de ella.

― ¿Por qué?

― Porque me recuerda a ti.

― ¿Ah sí? —los ojos le brillaron.

― Créeme... —se acercó sigilosamente a ella.

― ¿Debería? —susurró.

Dulce cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora