Capítulo 8

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Jacqueline cada día se veía más comprometida con su sistema informático para el supermercado, pero Damian estaba haciendo un gran trabajo de distracción, de paso la angustia y tristeza de Sophie desarrollaban una gran impotencia en la ingeniera.

Así transcurrieron dos semanas, y en un intento por tomar un respiro de la expareja y las crecientes obligaciones laborales, Damian y Jacqueline planearon verse el domingo por la noche.

― ¿Quién te enseñó a cocinar? —la mujer acompañó al anfitrión hasta la cocina después de la cena, con los platos vacíos en las manos.

― Fue mi abuelo paterno quien me sembró el amor por la cocina desde que era un niño. Recuerdo que solía decir: «La gente ve comida en los platos, nosotros los chefs vemos nuestra vida, nuestro arte».

― Supongo que es tan respetado como tú.

― Él y mis padres, aunque en realidad nunca sentí presión por igualar o superar su talento, siempre me decían que la cocina no se trata solo de técnicas y buen paladar, si no también que cada preparación debe venir del alma —sonrió—. Debes pensar que somos todos muy cursis.

― No, conozco el ambiente, así que, créeme que seré la última en juzgarlos —sonrió igualmente—. ¿Qué serías si no fueras chef?

― Mmm... probablemente un contador o relacionista público como en la familia de mi madre.

― Qué contraste.

― Lo sé, pero lo bueno es que soy chef y no tengo que preocuparme por el «qué hubiera sido».

― ¿Y alguna vez tienes vacaciones?

― Amo lo que hago, esas son mis vacaciones —rió.

― Supongo que entiendo el sentimiento, pero aun así, ¿qué haces para relajarte o distraerte?

― Leo de vez en cuando.

― ¿En serio?

― Muy en serio —sacó del congelador dos copas—. De hecho, el primer libro que leí fue uno que escribió mi abuelo, una serie de cuentos sobre ingredientes y un mundo feliz... —suspiró—, pero de alguna manera aprendí combinación de sabores y cosas así.

― Una forma muy didáctica.

― Ya lo creo. Y prácticamente crecí leyendo recetas y técnicas hasta que empecé a alternar con otro tipo de literatura, ya sabes, historias juveniles, otras más maduras, y por ahí llegó el libro de Laura Esquivel.

― ¿«Como agua para chocolate»?

― ¿Lo has leído?

― Es una historia hermosa.

― Es mi inspiración para mi experimento.

― ¿Otro? —asintió— ¿Entonces crees que tus comidas puedan verse afectadas por tus emociones? —hizo alusión al libro.

― ¿Me ayudas a probar mi teoría? —tomó una cucharada del postre.

― ¿Qué es?

Parfait de menta con nueces picadas.

― ¿Y qué emoción tiene esta exactamente?

― Amor...—le dijo en un susurro al acercarse.

― ¿Cuánto, una pizca? Porque puede ser peligroso.

― Le puse dos, correré el riesgo.

Le dio a probar a la joven.

Dulce cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora